De cerca | DANIEL MELINGO

«El tango siempre estuvo en mí»

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Mariano del Mazo

A 25 años de la salida del disco que selló su revolucionaria conexión con el género porteño, el músico lo celebra con una serie de conciertos deliciosos.

Trovador lunfa. El cantante y compositor reivindica a la bohemia que se respiraba en los bares de la avenida Corrientes en los años 70.

Foto: Juan Quiles/3Estudio

Avanza como una sombra bajo la garúa, por la calle Estomba. Lleva un paso seguro que se funde con algún mohín chaplinesco del Linyera, una de sus grandes creaciones, protagonista de una obra que describe como una suerte de «ópera de cámara visual». Daniel Melingo ha vivido mil vidas con sus respectivas resurrecciones. Fue agitador extremo de los hoy idealizados años 80, aunque se deslizó por esa década de una manera lateral. Como integrante de Los Abuelos de la Nada, como cerebro musical de Los Twist y como músico de una de las mejores bandas que tuvo Charly García, entre otras incursiones, es sinónimo de musicalidad, descontractura y buen gusto. Su paso por España no fue menos intenso. Tocó con casi todos los argentinos expulsados por la hiperinflación de la bisagra entre las presidencias de Alfonsín y Menem. Yiraban por la Madrid desaforada que, almodovariana, extendió todo lo que pudo el postfranquismo, y él estaba ahí. Fue alma pater de una banda extraordinaria y poco reconocida como Lions In Love, una mezcla de funk, hip hop, dub y flamenco.
Regresó y demoró algunos años para mostrar en sociedad su gran invención: la reformulación estilística del tango reo. Hace exactos 25 años editaba Tangos bajos, un compendio de piezas ásperas y lunfardas, propias y ajenas. Marcó la cultura popular de la Argentina y embelesó a un público europeo ávido de propuestas de raíz genuinas. La prensa, ante la ausencia de una mejor definición, lo llamó el «Tom Waits del tango». «También el Nick Cave, o el Paolo Conte», ríe.
Viene celebrando el cuarto de siglo del álbum con unos conciertos deliciosos en el Café Berlín. Las próximas fechas son el 15 y 26 de julio. La importancia del hallazgo de Melingo radica en que, después de décadas de recelo, fue uno de los motores del gran abrazo entre el tango y el rock. Había empezado a relacionar los dos géneros con un programa en la vieja señal de cable Solo Tango con un título elocuente: Mala junta. Se sumó a gestos de otros músicos –de Palo Pandolfo a Omar Mollo– y forjó desde un sitio de trovador lunfa una revolución que se completó con orquestas finiseculares como la Fernández Fierro y El arranque. Con sangre joven comenzaba, durante el cambio de milenio, una nueva etapa de la historia del género.

«Cuando se dice que alguien toca “de oreja” es un elogio. La música se genera en el oído. La partitura distrae. ¡Por eso somos rockeros! El rock es puro oído.»

Ahí viene, bajo la llovizna. «Parece un pozo de sombras la noche», escribió Enrique Cadícamo, y resuena como el marco adecuado para lo que proyecta como artista. Llega, se sienta en el bar de siempre, con cuidado saca de un bolso un vinilo de Tangos bajos, recién editado en Europa por su cuarto de siglo, y habla con voz nocturna. «El tango siempre estuvo en mí. Vengo de familia de tangueros de Parque Patricios. Mi padrastro fue manager de Edmundo Rivero. Yo lo veía al Feo, venía a casa. Y escuchaba maravillado esas milongas orilleras. En Tangos bajos está todo eso. Profesionalmente, sí, tuve que hacer un trabajo vocal con mis queridas profesoras de canto Liliana Lecouna y Lucía Maranca. Me marcaron aspectos importantes, fue un antes y un después. Y otra persona fundamental fue Fernando Samalea, que cuando le mostré tímidamente los temas me dijo: “¡Tenés que grabarlos, pero ya!”. Y se largó a hacer las partes del bandoneón».
De formación académica –estudió composición en el Conservatorio Nacional Manuel de Falla–, Melingo reivindica la calle y el afán de conocimiento. «Lo que une al tango con el rock, y yo diría también las llamadas nuevas músicas urbanas, es lo callejero. Para mí es clave la experimentación y la investigación. En ese camino me enteré de que, por ejemplo, Osvaldo Pugliese y sus músicos tocaban sin leer: la partitura como simple ayuda memoria. Los primeros que me revelaron ese detalle fueron mi vieja y mi tío. Y está bien. Cuando se dice que alguien toca “de oreja” es un elogio. La música se genera en el oído. La partitura distrae. ¡Por eso somos rockeros! El rock es puro oído».
Tangos bajos y el disco siguiente, Ufa!, son bien tangueros. Pero después te abriste a otros géneros de raíz popular.
–Sí. Pero todo comenzó desde esa mirada a partir del tango, de esas investigaciones. Después me interesó la música rebética, que viene de Grecia. También tiene que ver con el origen: mi rama paterna es griega. Si bien el tango es tonal y la rebética es modal, empecé a intentar una mixtura: el tango rebético. Eso figura en la ópera. También maticé con blues.
–Músicas de los márgenes.
–Claro. El punto en común son los puertos. Buenos Aires y Montevideo se conectan con Helsinski, Hamburgo, Marsella y un montón de puertos más en los que toqué. Por eso es tan rico el tango. Yo creo que viene de la música de cámara europea, pero tamizada por estas cloacas del sur, por nuestras queridas ciudades del Río de la Plata. Intento descifrar los caminos de nuestra música. Lo importante es andar. No sé lo que busco, pero lo voy descubriendo.
–¿Cómo relacionás está música con, por ejemplo, Los Twist?
–Yo tengo la teoría de que las canciones de Los Twist son altamente costumbristas. Tienen un acervo vernáculo, un parentesco directo con el tango. No la música; las letras. En el disco La máquina del tiempo grabamos un tango con letra de mi tío de Parque Patricios. Esa cosa callejera la encuentro también en una actitud. Muchas veces no afinábamos la guitarra a propósito, para mostrar la fragilidad que tenemos los argentinos para hacer las cosas.

–¿Fragilidad?
–Sí, es una manera. La fragilidad, la inmediatez. Por eso arreglamos todo con alambre, por eso nos gusta MacGyver. Volviendo a lo del tango y el rock, ya lo dijeron –y lo mostraron– el Flaco Spinetta y Charly García: «Nuestro rock es tango hecho con otros instrumentos». Ya no son músicas, son culturas. Hechas en la calle, con bohemia.
–Siempre cultivaste un aire bohemio.
–Yo creo que en la bohemia hay una verdad… Ahí está el meollo de la cuestión. Llegué a curtir la avenida Corrientes de los 70, el Bar Ramos, La Giralda, donde se cocía el guiso. Y leí mucho sobre diferentes grupos artísticos: me atrae la bohemia de principios de siglo de París. Me pregunto, puta, ¿por qué no nací en esa París? La primera década y media, antes de la guerra, dio frutos en un montón de disciplinas. La bohemia es un laboratorio de lo que pasa después. El tango fue una manifestación de la bohemia. Gente muy culta, como Discépolo, Manzi, Cadícamo, ¡Cobián!, que llegó a ser pianista de Valentino. Yo musicalicé letras de alguien de esa estirpe: el Tordo Luis Alposta, que escribió varios temas que grabó Rivero. Alposta es un renacentista: médico, pintor, poeta, ensayista. Anda por los ochenta y pico. Somos grandes amigos. El vino a verme a la presentacón de Tangos bajos en El Club del Vino. Se quedó muy impresionado con el paisaje, con mi público. El vio gente oscura, punks. Esa misma noche, en el taxi, escribió las primeras líneas de «Tango del vampiro». 

El ritmo de la respiración
Melingo y Alposta afianzaron una dupla compositiva intergeneracional que, además de «Tango del vampiro», incluyen «Jack the ripper», «Sin enroque», «El extraño caso», «De todo y para dos», «La maceta» y «El demonio del basural», entre otros. En el sitio Todo Tango, que tiene las mejores biografías de los cultores del género, Alposta se hizo cargo de la de su coequiper. La semblanza es exquisita: «Dueño de una expresividad propia en la que, prácticamente, es muy difícil reconocer influencias de otros cantores, el timbre y el color de su voz responden a lo que, tradicionalmente, se define y conoce como “voz de tango”. Una voz de tango, sí, pero una voz distinta, alejada de todo estereotipo y sin alardes. Fiel a sí mismo, canta sus tangos como si hablara, infundiéndoles el ritmo de su propia respiración. Lo hace con una ahogada y creíble congoja que logra emocionarnos. Dentro de las subjetividades, la voz de Daniel Melingo es querible. Su guitarra, su clarinete, su voz, lo que dice y cómo lo dice, ejemplos de sinceridad y extroversión, ni ignoran las formas más primitivas y festivas que se encuentran en el origen del tango».

Foto: Juan Quiles/3Estudio

–¿Cómo manejás el tema de la incorreción de muchos de los tangos lunfardos? Algunos, como «Amablemente» o «Biaba», son tremendos.
–No los canto. Yo creo que a los que más jodió la corrección política fue a los humoristas. Los músicos populares, bueno, siempre se valieron de cierta incorrección. La incorrección es una reacción natural del artista.
–En tus espectáculos cada vez se observa más tu faz performática. ¿Estás yendo hacia algo más actoral?
–Sí. Siempre acompañé la música con la gestualidad. Y más, trabajé de mí mismo en la ficción documental Su Realidad, de Mariano Galperín, y en el reciente El teorema de Monsner, que hicimos con Esteban Perroud. Viene de lejos mi necesidad de actuar. Ya lo hacía en el viejo Ring Club.
El Ring Club fue una especie de happening pop por el que pasaron muchos de los que después brillaron como solistas y en bandas en los 80. Miguel Zavaleta, Horacio Fontova, Andrés Calamaro y otros orbitaron por ese gabinete de curiosidades. Melingo es del tipo de persona que conserva amigos de hace 50 años al tiemp que consolida nuevos vínculos, como con el hijo de Willy Crook. «Estoy terminando la producción de su álbum debut. Es mi ahijado, se llama Nilo Crook. Pensar que hace casi tres décadas pasó lo de Big Bombo Mamma del querido Willy. Nilo es un capo, la gran revelación de la nueva camada», afirma. Ese nexo es casi una extensión del que tiene con su propio hijo, Félix Melingo Torre. «Estudia cine, juega básquet en primera y participa en diferentes proyectos artísticos, incluidos los míos. Musicalmente, se está definiendo. Veo un legado ahí. Lo que me está costando es hacerlo hincha de Boca. Todavia no lo pude llevar a la Bombonera. Es muy loco, mi familia era de Racing. Mi viejo y mi abuelo eran académicos, vivían en Bernal. ¡A mí me salvó la vida la Guardia Imperial! Yo estaba en brazos de mi viejo, quedamos atrapados en una avalancha, y la Guardia Imperial hizo un círculo para que no nos aplastaran. A los cinco años mi viejo me llevo a ver Boca-Racing, ganó Boca y quedé para siempre prendado por esos colores. Era el Boca de Roma, Marzolini, Simeone».

«Ya lo dijeron Spinetta y Charly: “Nuestro rock es tango hecho con otros instrumentos”. Ya no son músicas, son culturas. Hechas en la calle, con bohemia.»

Mientras escribe músicas para diferentes proyectos cinematográficos de Luis Ortega, está avanzando con un documental sobre Tangos bajos. Viene de componer la banda de sonido de una película francesa sobre Antoine de Saint–Exupéry, en la que hizo un cameo. Dice que tiene que encontrarse con el Tata Cedrón. Que busca un manager para Buenos Aires, porque casi toda su actividad está enfocada en Europa. Y no para: a los 65 años sigue experimentando, investigando, improvisando. Como dijo Andrés Calamaro en un discurso en la ceremonia de la distinción que le hicieron en la Legislatura, frente a la crema del rock & pop criollo: «Es el Ornette Coleman de Buenos Aires: un sayo que le cabe como una campera del barrio linyera del Once ortodoxo».
Y se va como vino: escondido bajo una campera, guareciéndose de la llovizna, con su andar característico. Es, sí, la silueta de un linyera. Aristócrata del asfalto, dice a lo lejos «chau» con la mano antes de que lo trague la calle Estomba. 

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