De cerca | EDGARDO GIMÉNEZ

«El arte te salva»

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Cristina Civale - Fotos: Juan Quiles

Ícono del pop local, se destacó desde su entrada en escena en el Di Tella y le dio forma a una obra vanguardista que hoy es celebrada con una muestra retrospectiva.

Edgardo Giménez es un tipo multifacético: artista visual, diseñador gráfico, pionero de las exposiciones públicas, miembro del legendario y disruptivo Instituto Di Tella, arquitecto, escultor, director de arte de películas y ahora creador digital. Vanguardista y autodidacta, jamás pisó una escuela de arte ni una universidad. Dotado de una inteligencia prodigiosa, una imaginación frondosa y un humor único, su vida parece transcurrir en un estado de flotación y optimismo permanentes. Se presenta como un hombre amable, gracioso, accesible, humilde y agradecido con las personas que lo marcaron (su madre, Jorge Romero Brest), que al igual que los personajes que lo inspiraron (el bíblico Moisés, Tarzán) contribuyeron en la construcción de una vida llena de experiencias diversas y glamorosas.
El éxito y la aceptación lo tomaron por sorpresa en un comienzo, pero ahora está acostumbrado. Hoy, no hay dudas, Giménez es un ícono del arte argento junto al surtido conjunto de su obra. Él mismo deviene un sujeto pop: su humanidad lo es. Atrevido, descocado, a veces ingenuo, siempre puntilloso y trabajador, su producción no conoce límites. Así, su última entrega sigue el ritmo de estos tiempos digitales con una serie NFT, «Fancy Monas» (primates femeninos versionadas de la mona chita, de la que se confiesa fan), que se vendió como pan caliente el verano pasado en Punta del Este y este año repitió el fenómeno en arteBA a través de su galería MC.

«En esa época dibujaba cosas que copiaba de revistas. Mi primer trabajo fue a los 9 años haciendo la vidriera de una ferretería. Fue mi primera exposición.»

Fue famosa su intervención de la vía pública fechada en 1965, a la que llamó «¿Por qué son tan geniales?». La realizó junto a Dalila Puzzovio y Charlie Squirru como aliados artísticos y financieros. Alquilaron un espacio de publicidad callejera en pleno bajo porteño, donde se promocionaron a sí mismos en un afiche publicitario. Duplicando la apuesta, repitió el mismo procedimiento cuando instaló una gigantografía de Moria Casán en el museo MAR de Mar del Plata, en 2010, en el marco de una muestra que arrasó durante el verano llevando a 4 millones de espectadores. Ahora exhibe en el museo MALBA una retrospectiva de su obra que incluye 80 piezas de diversos soportes y que muestra todas sus facetas creativas.
–Hace apología de la alegría, pero su muestra actual se titula No habrá ninguno igual y remite al tango de Homero Manzi. «Ninguna»: pura nostalgia. ¿Es un chiste?
–No, para nada. Todas las cosas se dicen desde un contexto y no significan siempre lo mismo. Y esto de no habrá ninguno igual queda como una locura, como un disparate y eso me encanta. El disparate me gusta mucho. Además, pienso que todos somos únicos en lo que hacemos. Me gustó llamarlo así porque no vengo de la academia, no estudié nada. Soy una persona a la que le dijeron hacé esto y yo lo hice y salió bien y no una sola cosa. Ha habido cantidades de cosas que, sin tener la menor experiencia previa, las he hecho y han tenido un éxito total, como por ejemplo la casa de Romero Brest, La casa azul. Yo nunca había hecho una casa, hice esta y la sacaron en Domus, que es una revista muy prestigiosa de arquitectura. Y por eso me convocaron del MOMA de Nueva York para una muestra sobre transformaciones en la arquitectura moderna. Ni sabían quién era, tuvieron que llamar a Romero Brest para ubicarme. En mi vida todo se fue dando así.
–Había construido la casa sin planos, ¿qué fue lo que se exhibió?
–Exacto. Los planos los hice después, especialmente para la muestra. Eso te habla de cómo funciona mi cabeza.
–Vino de un pueblo de Santa Fe y empezó a trabajar de cadete a los 14 años en una agencia de publicidad y enseguida pasó al departamento de arte. ¿Cómo se dio esa posibilidad?
–En esa época me acuerdo que dibujaba cosas que copiaba de revistas y me encantaban. En realidad, mi primer trabajo fue a los 9 años haciendo la vidriera de una ferretería. Esa fue en verdad mi primera exposición.

–¿De qué se trataba esa muestra en la ferretería?
–Era sobre insecticidas. En principio no era una muestra. A mí me encargaron hacer la vidriera. Entonces hice un rosal en el medio y había hormigas de cartón que iban caminando con patitas de alambre que subían al rosal y bajaban con pedazos de las flores. A la gente le encantó, me felicitaron mucho. Me gustó gustar. Todo empezó con una hormiga, exactamente, y con un ferretero delirante que me contrató para hacer eso.
–Y después vino lo de la agencia.

–Empecé como cadete de una agencia y después cadeteaba para varios medios ya en Buenos Aires. No me pasó todo de golpe, fue paso a paso. Pero maltrataban mucho a los cadetes y a mí no me gustaba nada. Una vez me hicieron un encargo imposible, tipo llevar algo a cierta hora y no era posible de ninguna manera. Entonces me fui de ese trabajo. Tengo que decir que tuve mucha suerte en mi vida, porque me crucé siempre con personas muy talentosas que confiaron en mí. Por mis contactos en publicidad conocí a mucha gente del arte. El primero en contratarme fue el gran Antonio Seguí, para quien hice un afiche promocional de una de sus muestras. Fue un gran suceso. En ese momento ningún artista hacia afiches promocionando su trabajo. Y eso hizo que otros artistas me empezaran a pedir afiches.
–Fue un pionero en el arte gráfico.
–Lo que me destacó es que yo no usaba las obras de los artistas para hacer sus afiches, usaba una interpretación publicitaria de eso que estaban haciendo y daba resultado. Ahora hay un libro de Taschen en el que figuro en la historia mundial del diseño gráfico. Nunca soñé que iba a pasar eso y pasó. De Argentina también está Distéfano, que además de ser escultor es un extraordinario diseñador gráfico. Yo tenía una gran admiración por lo que él hacía y además es una buena persona: esas dos cualidades juntas se dan raramente.
De su historia llama la atención que su madre fuera testigo de Jehová, considerada por muchos una secta. ¿Cómo influyó eso en su vida?
–Fue genial. No es una secta, son estudiosos de la biblia. A mí me encantaba la biblia. En mi autobiografía, Carne valiente, hay escenas de Moisés, de la zarza ardiendo que no se consumía. Estoy contento de haberlo aprendido cuando era muy chico y, además, la conciencia de que existe un Dios me sirvió muchísimo también. Mirá alrededor, ¿quién hizo todo esto? Es impresionante porque todas las cosas de la naturaleza son extraordinarias y eso no se puede hacer solo. No existe nada tan perfecto que se haga solo.

«Antes de que llegara el Di Tella estaba entronizada toda una cultura aburrida y fue Romero Brest el que introdujo una cosa nada acartonada: la alegría.»

–Además de la iconografía religiosa que lo inspiró, ¿cómo llega a Disney y a Tarzán?
–Una tía me llevó a ver Blancanieves y los 7 enanitos y salí del cine enloquecido con todo el cuento de la bruja, salí levitando de placer. El beso del príncipe que la despertaba era alucinante, yo no sabía que existía esa posibilidad, que un beso de amor la iba a volver a la vida. Todo el cine al que fui de chico me fascinó. En Santa Fe, por 80 centavos podías pasarte la tarde viendo películas. Me gustan los cuentos y eso se relaciona también con mi madre, que predicaba la biblia tocando timbres. Una vez fue a la casa de una mujer y le dijo que ella venía a hablarles sobre los propósitos de Dios y la mujer nos echó diciendo: «Acá no creemos en Dios, gracias a Dios». Me pareció genial la respuesta. Muy delirante, inspiradora.
–¿De qué manera llega al Instituto Di Tella?
– Yo había hecho una muestra en la Galería del Sol que se llamaba Las panteras. Y le interesó mucho a Samuel Paz, que era el vice de Jorge Romero Brest en el Di Tella, entonces fue Romero a verla. Eso fue importante porque después Romero me llama y me dice te pensamos para pedirte un consejo, y me encarga que le haga la casa. Fue la primera casa que construí. Es una persona a la que habría que recordar más frecuentemente, porque antes de que llegara el Di Tella estaba entronizada toda una cultura aburrida y fue Romero y no otro el que cambió eso, el que introdujo una cosa nada acartonada, muy importante: la alegría. Después todo se termina cuando llega Onganía, cuando te llevaban preso solo por tener el pelo largo.
–¿Estuvo preso alguna vez?
–Por averiguación de antecedentes en la comisaría 17 estuve detenido varias veces. La verdad nunca supe qué antecedentes buscaban, pero esa era la excusa. Más adelante incluso me subieron a un Falcon verde, ya en la otra dictadura. Yo tenía en unos papeles la lectura de una carta natal, con signos del horóscopo y los tipos me agarraron, me detuvieron y me llevaron no sé a dónde. Me dijeron que tenían un especialista en textos subversivos escritos en clave, que ellos iban a descifrarlo. No tenía miedo. Cuando no estás haciendo nada que sea una locura, estás tranquilo. A las cinco, seis cuadras, los tipos descubrieron que yo era un salame y me dicen «bueno, está bien, bájate». Ahora viene la historia porque yo les pregunto para donde van y me dicen que siguen derecho. Yo le digo que me quedo así me alcanzan. En el trayecto, los tipos nunca más hablaron, se quedaron mudos. Me bajé y fui a la casa de unas amigas y les conté. Casi me matan. Me dijeron que estaba loco, que se podían haber arrepentido.

–Perdón, ¿pero usted no estaba al tanto de lo que pasaba en ese momento en el país?
–Había escuchado, pero pensaba que la gente que arrestaban estaba involucrada en algo gravísimo y como me sentía totalmente ajeno a eso, no tenía en mi imaginario la fantasía de la gravedad. Tenía un nivel de inconciencia importante, lindando con la locura.
–¿Cómo atravesó los años de la dictatura?
–Los artistas viven en su mundo, no dependen más que de su imaginación y su manera de expresarse. Yo pienso que el arte te salva, sin lugar a dudas. Y toda la alegría y toda la cosa de genialidad que hay en el mundo es porque aparece una Tina Turner, es porque aparece un Elvis Presley, gente que realmente le da gracia al estar vivo. Yo siempre digo que el mundo está bien hecho precisamente por eso, porque cada tanto aparece alguien que te despierta si te estás durmiendo.

«En mi obra el humor está por encima de todo. Yo estoy contento de amanecer y estar vivo. Entonces cómo vas a estar mal haciendo lo que te da la gana.»

–Y a usted lo despertó el grito de la selva de Tarzán.
–Tarzán era un héroe y me gustaban todas las monerías que hacía la mona Chita, me divertían muchísimo. Y me marcó, por eso hice en el Recoleta Tarzán y la Fuente Mágica.
–Sus fancy monas, que ahora vende en formato digital con mucho éxito, ¿serían variaciones de la mona chita?
–Sí, totalmente, como más sofisticadas, monas de pasarela.
–¿Le importa el dinero?
–No me acuerdo quién fue que dijo que la plata no es importante, pero mucha plata es otra cosa. A mí me interesa el dinero porque eso posibilita rodearte de las cosas que te gustan. Creo que lo que tengo me lo merezco, porque todo el tiempo estoy remando a favor de la vida y, por supuesto, trabajo mucho.
¿En su obra es más importante el humor o la belleza?
–El humor está por encima de todo, y la alegría. Yo estoy contento ya de amanecer y estar vivo. Entonces cómo vas a estar mal haciendo lo que te da la gana. No he trabajado en nada que no me gustara hacer.

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