Sociedad | SISTEMA DE SALUD

La difícil tarea de ser paciente

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María Carolina Stegman

Turnos demorados, escasez de especialistas y la obligación de pagar por una mejor cobertura. Los laberintos de la atención sanitaria en la voz de los usuarios.

Turnos. Tanto en privadas como en obras sociales, la atención se demora meses.

Foto: NA

Mucho se habla de la crisis sanitaria que atraviesa el país, con falta de especialistas, huelgas en reclamo de mejoras salariales –realidades a las que incluso los países europeos más desarrollados no escapan–, falta de insumos y servicios que sencillamente no dan abasto para atender a tantas personas. En el medio, entre los justos reclamos y las autoridades sanitarias y gubernamentales, hay otros que también padecen: los pacientes, que hacen equilibrio en una cuerda cada vez más tensa para acceder a un derecho tan básico como la salud.
Acción habló con algunos de ellos y ellas –con coberturas privadas, de obras sociales y también usuarios de servicios públicos– para que relataran sus realidades, atravesadas por largas esperas para obtener atención, una baja calidad de los servicios, escaso tiempo de consulta e incluso, en algunos casos, la necesidad de pagar honorarios por fuera de la cobertura para garantizarse la buena atención.
Este fue el caso de Lola Campos (43), docente que vive en Lavallol, al sur del Conurbano bonaerense. Hace un año, su cónyuge tuvo que ser intervenido quirúrgicamente por una afección cardíaca congénita que requirió la colocación de una válvula.
«Mi esposo tiene una buena obra social, que funciona casi como una prepaga. Le detectaron que tenía válvula bicúspide y tuvo que ser intervenido. Pese a contar con una buena obra social y muy buenos lugares para la operación, tuvimos que pagar un monto extra de 2.000 dólares, en negro, sin comprobante alguno, para garantizarnos que el cirujano que lo venía atendiendo y que es un referente en la especialidad estuviera presente en la operación. Con ayuda de toda la familia y ante la duda de que algo saliera mal porque era una intervención delicada, decidimos pagar», relató.
Recientemente, además, al papá de esta docente le diagnosticaron artrosis de cadera, por lo que debe ser sometido a una intervención para colocarle una prótesis. «Le dieron turno para dentro de cuatro meses, pero, además, el médico está preocupado porque la obra social adquiera la prótesis; hay pacientes que no las consiguen y la intervención se posterga. Vimos a otro especialista, en una clínica privada que también atiende por obra social, y nos habló de que podemos comprar la prótesis en forma particular, pero sale 700.000 pesos; además, al médico hay que pagarle 150.000 pesos por la intervención, en ese caso se podría operar cuando mi papá decida», aseguró Lola.
Quien también da cuenta de la demora para conseguir especialistas es Melina Sánchez de Bustamante (43), socióloga, que cuenta con prepaga por su trabajo y para quien la calidad de la atención disminuyó notablemente.
«Los servicios de la prepaga en el Conurbano son muy limitados, donde vivo hay una sola clínica que atiende y está sobrepoblada, siempre es un caos conseguir un turno con alguna especialidad. A partir de la pandemia, esto también me pasa en Capital Federal, no consigo turnos rápidamente», sostiene. Al igual que Lola, Melina también atravesó la necesidad de pagar un extra por la atención médica, frente al temor de no tener la mejor calidad.
«Cuando tuve a mi hija, a la ginecóloga que me asistió en el parto le pagué una suma de dinero en negro, era como una atención, pero la dispuso ella, me dijo que podía decirle que no, pero no era tan claro, no sé qué hubiese implicado decirle que no lo podía pagar, si me hubiese atendido ella o el equipo del sanatorio al que fui. No me dispuse a ver qué pasaba y pagué», indica.
Los relatos de los pacientes dan cuenta de lo que ya en 1990 advertía el antropólogo argentino especializado en Salud Pública Eduardo Menéndez, es decir, la mercantilización del modelo médico hegemónico, lo cual supone que tanto en términos directos como indirectos las instituciones médicas están determinadas por el mercado, algo que tal vez se vea exacerbado frente a la crisis económica actual.
Para Vicky Medici (26), estudiante de Capital Federal, quien cuenta con el plan más económico de una prepaga, esto de tener que abonar algo más allá de la cuota es conocido.
«La atención es buena, no tengo nada para decir, pero lo que observo es que cada vez que tengo que hacerme, por ejemplo, un análisis de sangre, tengo que pagar aparte, no está todo cubierto –dice la estudiante–. También hace poco me enfermé y necesitaba un médico a domicilio que salía carísimo, implicaba un 25% de lo que pagás de cuota al mes, y eso que en mi caso es menos porque ya tenía carpeta en la prepaga cuando estaba a cargo de mi mamá, pero aun así el importe es alto. Es carísimo atender la salud, los que tenemos la fortuna de estar en el sistema privado tenemos que pagar por todo, cuando ya la cuota mensual es carísima», asegura.

Lo físico y lo emocional
Si se observa el problema de la atención sanitaria desde la óptica de la Salud Colectiva –que ya desde los años 70 busca saber cómo viven y cómo se enferman las personas–, seguramente se tendrá una visión holística del proceso de salud-enfermedad. En este preceso entran en juego los determinantes sociales, tales como el trabajo, el barrio en el que se vive, con quién se vive y todas las circunstancias que rodean la existencia de aquel que requiere atención médica, algo que, al decir de los pacientes, no siempre ocurre.
María de la Concepción García Almaraz (55), Cony, durante la pandemia perdió a su mamá que contrajo covid, y también debió atravesar otras circunstancias familiares dolorosas con su hijo. Hace poco más de un año estuvo internada por una infección renal alta en una clínica de Recoleta, cubierta por su prepaga, ya que no está conforme con su obra social laboral. En charla con Acción describe lo difícil de ese momento.
«El año pasado, en enero, me tuvieron que internar, probablemente por una toma errónea de antibióticos; me automediqué. Lo que pasa es que no hay urólogo en la guardia médica y los turnos con los médicos clínicos son difíciles de conseguir. Yendo a otra guardia por la prepaga, en un sanatorio por Recoleta, me medicaron, pero la bacteria se hizo resistente. Había que rotar el antibiótico y cuando volví a buscar los resultados para ver cómo había funcionado la nueva medicación me dijeron que tenía una infección urinaria alta y que me tenían que internar –relata–. Recuerdo que estuve en la guardia de un martes a un domingo hasta que obtuve una habitación. No la pasé bien, se me hizo una flebitis en el brazo porque no me cambiaban el suero, además yo estaba atravesando un duelo por la muerte de mi mamá, estaba triste, deprimida y eso generaba prejuicios entre el personal de salud; fue un trato muy inhumano», asegura.

Sentirse escuchado
Muy probablemente, y pese a la crisis global por la que atraviesa el sistema sanitario, hay cuestiones que deben seguir presentes si lo que se busca es la atención médica de calidad. En este sentido, es importante que el paciente se sienta en confianza para hablar de sus problemas con el médico, tales como la soledad, la depresión o el temor a la muerte.
Por otra parte, hoy muchos pacientes son activos y si no se sienten escuchados se corren de los modelos paternalistas de atención. Así lo hizo Silvina Soto (64), jubilada, que se atiende por PAMI, quien estuvo recientemente internada en un hospital público de zona sur por una fibrilación auricular, pero como era feriado no pudo verla un cardiólogo.
«Estuve lunes y martes, eran feriados y no había cardiólogo en el hospital. Me atendió el médico general, muy bueno, pero no me venía a ver un cardiólogo. No me podían bajar los latidos cardíacos pese a la medicación y me asusté, pensé que me iba a morir. Hablé con el médico general y le dije que me quería ir a buscar un cardiólogo y así lo hice; con mi marido al otro día nos fuimos primero a un hospital por la obra social, en Monte Grande, pero no conseguimos –cuenta Silvina–. Quise pasar por la guardia de ese hospital, pero ahí tampoco había. Por fin, en un consultorio que hace descuento a los afiliados de PAMI, conseguimos un cardiólogo que me medicó diferente y ahora estoy bien. En la internación me sentí mal, dolorida física y emocionalmente. A veces no se fijan en eso, vi cómo se moría un hombre en la misma habitación, otro atropellado. También entiendo a los médicos, el sueldo es bajo, el hospital estaba colapsado, no había enfermeras. Una enfermera me dijo que ella sola tenía que atender a quince pacientes, es una barbaridad», señala.
Quien también puede dar fe del tiempo que se demora hoy en conseguir especialistas es Horacio Retamoso (75), jubilado, para quien buscar prestadores puede ser una tarea titánica, ya que vive en el Tucumán profundo, en Aguilares.
«Acá en Aguilares te dan turno a dos meses, en promedio. Y en el hospital público hay que estar a las 3 de la mañana para que te atiendan. Tengo que operarme de cataratas en los dos ojos, se hace cargo la obra social, pero igual te cobran un adicional de 4.000 pesos. La gente opta por pagarlo, probablemente te operen antes, no lo sé, decidí no pagarlo. Otro problema es que no hay médicos de guardia y los médicos de PAMI tienen días, horarios y cierta cantidad de pacientes, también hay un hospital regional, pero está a diez kilómetros, y si no te pueden atender hay que ir a San Miguel de Tucumán, a noventa kilómetros. Muchos pacientes quedan en el camino –se lamenta Horacio–. Yo prefiero atenderme en consultorios en el centro de jubilados, el médico escucha con más paciencia, tiene más respeto por nosotros, hasta afecto te diría, hay más confianza además, ya nos conocemos. En el hospital público te atienden rápido, no te escuchan ni te auscultan», asegura.
Con todo, tal vez los relatos hablen de que más allá de la real y válida cuestión económica que hoy atraviesa a la profesión –tan noble como necesaria–, la clave esté en volver a humanizar la medicina. Los profesionales lo saben y los pacientes también, porque ambos precisan que sea así.

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