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Corazón electoral

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María Carolina Stegman

Además del colesterol, la hipertensión o el sedentarismo, las emociones extremas pueden resultar riesgosas. Cómo cuidar la salud cardiovascular en tiempos de comicios y campañas.

Desde hace casi dos mil años se sabe que las emociones impactan sobre el corazón. Claro que el enojo, la ansiedad, el estrés o incluso la tristeza y la incertidumbre no son factores fácilmente medibles como otros considerados de riesgo y que sí pueden ser ponderados: la presión arterial, el colesterol, la glucemia, cuántos cigarrillos se fuman por día o qué tipo de alimentos se consumen. No, no es tan sencillo saber qué le pasa a este órgano que motoriza nuestra existencia, pero lo que no se puede soslayar es que cualquier situación de estrés, nerviosismo o angustia, que sin dudas va atada al contexto en el cual se viva, y sobre todo sostenidas en el tiempo, terminan generando impacto a nivel cardiovascular. La evidencia científica lo sostiene y la experiencia cotidiana también.
Hoy no se vive un Mundial, pero casi. Gran parte de la población el próximo 22 de octubre pondrá en juego su destino y el de su familia durante las elecciones presidenciales. No puede haber emoción más movilizante que esta. La disputa entre dos modelos de país antagónicos ni siquiera se compara con la contienda Boca-River, porque el resultado no terminaría con el final del partido, sería más que eso, mucho más.
¿Entonces? ¿Qué pasará con nuestro corazón frente a un resultado u otro? ¿Cómo atravesar este período e incluso el mismo día de las elecciones sin dañarnos en el intento? Especialistas en Cardiología explican cómo cuidar la salud cardiovascular en estos momentos y describen cómo reacciona nuestro cuerpo frente a un contexto estresante u hostil.
«Hay que empezar por decir que toda situación de estrés emocional, sea positivo o negativo, produce un estímulo a nivel del sistema nervioso central (SNC) que incentiva la descarga de hormonas como las catecolaminas. La adrenalina (que es una de estas hormonas) aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la fuerza con la que se contrae el corazón, porque nos prepara para la huida o la lucha. Ahora, cuando esta situación es corta en el tiempo, una vez finalizada y pasado este estímulo nuestro organismo se recupera, pero si esto se sigue sosteniendo y tenemos persistentemente situaciones que nos agreden, nos estresan, nos angustian, nos generan temor, preocupación, o atravesamos una sensación de inseguridad tanto física o emocional, entonces ya no existe esa etapa de recuperación y esto va agotando nuestro sistema de defensa y finalmente ocurre el daño cardiovascular produciendo enfermedades», explica en una charla con Acción Ana María Salvati, presidenta de la Fundación Cardiológica Argentina (FCA).
Es así que producto de situaciones angustiantes, cargadas de ira, miedo o preocupación, pueden aparecer eventos coronarios como el famoso ataque cardíaco, el infarto o la angina de pecho; hasta hay un cuadro clínico que se llama síndrome de Tacko Tsubo o «corazón roto» que es desencadenado por una situación de mucho estrés, fundamentalmente emocional, aunque también puede ser físico. «Lo que se produce es una descarga tan intensa de catecolaminas que aun con arterias que no tienen enfermedad visible, la persona tiene un cuadro similar al de un infarto y termina internada en una unidad coronaria y hasta puede morir; el estrés a nivel cardiovascular tiene una importancia cardinal», asegura la cardióloga.

Emociones al límite
En Argentina actualmente se estima que cada año se producen unos 40.000 infartos. La distribución aproximada nos habla de que es un 70/30, es decir, un 70% de los infartos suceden en los hombres y un 30% en las mujeres, aunque estas últimas cada vez se infartan más debido a que la expectativa de vida se extendió y pasan más años sin la protección hormonal a partir de la menopausia, pero además fuman más y se ven sobrecargadas de tareas, no solo el trabajo afuera, sino también dentro el hogar. Es claro que existen factores de riesgo para la salud cardiovascular como la hipertensión, diabetes, el colesterol alto, el sedentarismo y el sobrepeso y la obesidad, ahora bien, a todo esto, lo peor que se puede hacer es sumarle elementos como las emociones extremas, como si fueran la mecha que se enciende para que la bomba explote.
«Los momentos de ira, por ejemplo, como podrían ser de bronca, impotencia, estrés, hacen que se rompan pequeñas plaquitas que tenemos dentro de las arterias, que se van enfermando con el tiempo. Cuando se rompen, nuestro organismo tiende a curarlas haciendo un coágulo y ese coágulo termina por tapar estas arterias, entonces, con un fin benéfico el cuerpo que quería sanar la herida, la terminó complicando, y es cuando se produjo un infarto. Lo que hay que evitar es que se rompan las placas que están dentro de nuestras arterias y acá las emociones juegan un rol fundamental», advierte Salvati.
Las emociones, el estrés y el contexto, entonces, son también factores de riesgo, porque implican una respuesta del organismo para adaptarse y esa respuesta es a través de descarga de adrenalina y nueva orientación. Ahora, cuanto más intenso y duradero es ese estímulo, señala Salvati, peor es el efecto, y si a esto se le suman cuadros de depresión y angustia, que hacen que la persona tenga menos capacidad de adaptarse a situaciones estresantes, el resultado es todavía peor, porque cuando la persona está angustiada o deprimida no busca soluciones.
«La depresión abarca al mundo entero y las personas que la padecen tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares. Luego de la pandemia de covid, debido al aislamiento social obligatorio, la depresión empeoró. Un gran número de personas viven solas, carentes de conexiones sociales, lo que también puede contribuir a un autocontrol deficiente de las comorbilidades médicas y aumento de la mortalidad por enfermedad cardiovascular. Además, las tensiones asociadas con las crisis económicas también pueden afectar la salud cardiovascular», describió recientemente, en oportunidad del Día Mundial del Corazón –29 de septiembre– Andrea Romeo, médica neuróloga, miembro del Servicio de Neurología del Hospital Universitario Fundación Favaloro.
Para cuidar el corazón, además de estar atentas a lo emocional, todas las personas deben conocer su valor de colesterol, de presión arterial y de azúcar en sangre. Con mucha más razón quienes tienen nexo sanguíneo directos con personas –padre, madre, hermanos o tíos– que hayan tenido algún evento coronario. También deben estar atentas las mujeres que hayan tenido preeclampsia o diabetes gestacional.

El «estresómetro»
Recientemente, desde la FCA lanzaron el denominado «estresómetro», una suerte de índice elaborado a base de inteligencia artificial que en función de las principales noticias del día señala el «riesgo corazón». Por ejemplo, el pasado 10 de octubre, incendios en la provincia Córdoba mediante, subida del dólar a más 1.000 pesos y el conflicto bélico entre Gaza e Israel, el riesgo marcado fue «extremo».
«Este no es un método validado, lo hicimos con la gente de la Universidad Maimónides y con el uso de IA, con Amazon Comprehend. La idea es poner una serie de variables a las que estamos puntualmente sometidos los argentinos, categorizarlas y calcular el nivel de agresión que el día va a tener para nosotros. El objetivo es decirle a la gente que cuanto más agresivo es el día, más tenemos que tomar medidas en contrario: hacer ejercicio al aire libre, una caminata, yoga, lectura de libros con temáticas agradables y positivas, alimentación saludable, desconectarse un rato de pantallas y redes cuando la angustia nos supera por lo que pasa alrededor; en definitiva, tener actitudes más favorables», señala Salvati.
Sin dudas, el próximo 22 de octubre los argentinos vamos a poner en juego nuestro futuro, pero, pase lo que pase, sea cual sea el resultado, lo que tenemos que evitar son las respuestas emocionales violentas si queremos cuidar nuestro corazón.
«No tiene sentido que nos peleemos con la pantalla del televisor porque los números que están poniendo no nos gustan; no transformemos esto en algo dañino para nosotros mismos. Todos podemos modificar los resultados si pensamos claramente qué queremos como futuro de país y a quién le ponemos el voto, pero cuando las urnas cerraron de nada sirve pelearme con el mundo y quedarme prendido o prendida al televisor con enojo y gritando. Si la situación me estresa, me angustia, apaguemos la pantalla, salgamos a caminar, leamos un libro, pongamos música, hagamos otra cosa, porque ya el resultado es inevitable. Si el resultado no fue el que yo deseaba, lo único que puedo hacer es trabajar para que las cosas funcionen lo mejor posible, pero el enojo y la ira solo van a perjudicar mi vida», concluye Salvati.

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