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Fracturas escocesas

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Diego Pietrafesa

El Gobierno de Sturgeon plantea abandonar el Reino Unido y regresar a la UE. Los efectos del Brexit y el encierro de Boris Johnson abren la puerta a la ruptura.

Edimburgo. La ministra principal, Nicola Sturgeon, presenta un documento por la realización de un segundo referendo, el 14 de junio.

CHEYNE/POOL/AFP/DACHARY

Lo había prometido en campaña electoral el año pasado, en elecciones legislativas. Ganó y encontró ahora la oportunidad de hacerlo realidad. Nicola Sturgeon, ministra principal de Escocia, aseguró que «es hora de hablar de independencia», y propondrá que su país se separe del Reino Unido. Será el segundo intento: el primero, de 2014, fue rechazado en una elección reñida, con el 55% a favor de mantener la unidad y el 45% en contra. La noticia golpea las puertas de Downing Street 10, donde Boris Johnson aún no se repone del escándalo del «partygate» (las fiestas clandestinas que organizó en pandemia) y enfrenta un conflicto con la Unión Europea (UE) por la situación en los otros dos países del reino, la República de Irlanda e Irlanda del Norte.
Por organización institucional, la posibilidad de que Escocia pueda decidir por sí misma depende de la voluntad de la jefatura política del Reino Unido, que tiene potestad para transferir la competencia administrativa (temporal o permanente) hacia Edimburgo. Había concedido esa posibilidad el premier David Cameron hace ocho años. Pero Sturgeon está decidida a no pedir permiso ni autorización. «El Parlamento escocés tiene un mandato indiscutiblemente democrático y tenemos intención de honrarlo», señaló la mandataria, dejando abierta la posibilidad de una nueva vía legal (que todavía no especificó).
La resistencia de Johnson no parece ofrecer más argumentos que los vericuetos que ofrece la coyuntura local e internacional. «No es el momento de hablar de otro referendo», dijo el vocero del primer ministro, quien agregó que «tenemos confianza en que los ciudadanos de Escocia quieren y esperan de ambos Gobiernos que colaboren entre ellos y se centren en aquellos asuntos que preocupan a sus familias, como la crisis del costo de vida o la guerra en Ucrania». En el mismo sentido, el Partido Laborista de Escocia criticó a Sturgeon por especular con sus propias proyecciones políticas en desmedro de la difícil situación que viven sus conciudadanos. «Miles de escoceses se ven obligados a elegir entre la calefacción y comer, el sistema público de salud se encuentra desorganizado, con la consecuente pérdida de vidas, y la infraestructura de transporte se desmorona ante nuestros ojos», disparó Anas Sarwar, líder laborista. El oficialismo tiene los números a favor: a apenas una banca de la mayoría parlamentaria propia, consigue el apoyo del Partido Verde para avanzar con la consulta.

Saldo negativo
Fracturar o no fracturar, esa es la cuestión en la tierra de Shakespeare y alrededores. No solo tiene que ver con Escocia, sino con la decisión de romper con la UE. El Brexit fue el anhelo inconcluso que empujó de su puesto a Theresa May y que concretó su sucesor. Johnson se apoyó en ese logro para ganar mayoría parlamentaria propia en 2019, que todavía conserva. Pero los beneficios de la ruptura continental no son elocuentes y el 62% de los escoceses había votado por permanecer con Europa. Ya cuando se estaba negociando la salida de la UE, el Gobierno británico admitía que no habría mejoras palpables sino en una década. Incluso admitieron entonces que «la gran oportunidad» para el Brexit era dentro de 50 años. Sobre esa espesa niebla es que Escocia quiere echar luz. «¿Seguiremos unidos al modelo británico que nos constriñe a pobres resultados económicos y sociales, con la perspectiva de empeorar aún mas fuera de la UE?», planteó Sturgeon.
Desde Edimburgo embisten contra Londres porque ven que es el momento: el 41% de los diputados pidieron la destitución de Johnson por el descontrol puertas adentro de Downing Street 10 en pandemia. Para salir de esa crisis, el primer ministro recurrió a su adversario favorito, la UE. Planteó en Bruselas la enmienda unilateral de uno de los capítulos especiales del Brexit, el llamado Protocolo de Irlanda.
En 2019 se estableció la creación en el Mar de Irlanda de una frontera simbólica entre el Reino Unido y la UE para mantener dentro del Mercado Interior comunitario a Irlanda del Norte. La idea era no dividir a la isla con puestos aduaneros que actuaran como nuevos límites después del trabajoso proceso de paz alcanzado en 1998. La solución trajo problemas burocráticos. Productos ingleses que iban rumbo a Belfast duplicaban controles impositivos y sanitarios, encareciéndolos.
La UE tomó nota y rebajó hasta el 80% las revisiones a esas mercancías. Parecía asunto terminado. Pero Johnson quiere ahora imponer otras reglas sin consenso. «Una decisión unilateral daña la confianza mutua y es una fórmula para la incertidumbre», señaló Maros Sefcovic, vicepresidente de la Comisión Europea. Algo allí también por romperse.

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