17 de octubre de 2023
El empresario Daniel Noboa completará el mandato de Lasso, en medio del avance del crimen organizado y una economía en crisis. El papel del correísmo y los efectos en el tablero regional.
Ola de violencia. Con chaleco antibalas y escoltado por el ejército, Noboa camina en Santa Elena, durante el comicio del 15 de octubre.
Foto: NA
A Daniel Noboa, 35 años, empresario, hijo de un multimillonario y nacido en Miami, le dio resultado su estrategia electoral. Se presentó en campaña como lo «nuevo», empático con los jóvenes y alejado de la política tradicional. Ecuador lo acaba de elegir su nuevo presidente y a tono con el país que geográficamente se ubica en la mitad del mundo, gobernará poco menos que medio mandato. ¿Por qué? Guillermo Lasso, el exbanquero que anticipó su retiro antes de tiempo y cerró la Asamblea Nacional, no completará su presidencia que finalizaba el 24 de mayo de 2025. Ese vacío es el que cubrirá el ganador de la segunda vuelta. Instancia a la que no llegó Luisa González, la candidata cercana al maishi (compañero en quechua) Rafael Correa, después de una apretada derrota.
Revolución Ciudadana, la fuerza a la que pertenecen los dos, no pudo recuperar el poder perdido en 2017. La traición política de Lenín Moreno (que ganó las presidenciales de ese año por el correísmo) no significó la extinción de ese movimiento como expresión ciudadana que vaticinaba la derecha. Quedó reflejado en estos comicios desarrollados en un país que vive sacudido por la violencia de las mafias, los narcos y bandas locales asociadas a ellos. Con casi todas las mesas escrutadas, Noboa sacó el 52,11% de los votos y su adversaria, el 47,89%. González, sin aliados, cosechó adhesiones más puras que las de un conglomerado de socios políticos de centro derecha, derecha y ultraderecha que se juntó para sepultar las ideas del llamado Socialismo del Siglo XXI bajo el nombre de Acción Democrática Nacional (ADN).
Transformado en un «tapado» de la política, Noboa, el candidato al que nadie tenía en sus planes hace menos de dos meses, creció de manera meteórica. Antes de que accediera a la primera vuelta del 20 de agosto, le auguraban un 4% de los votos, ubicándolo detrás de otros cinco presidenciables. Sus posibilidades de alcanzar el segundo turno parecían desvanecidas. Pero sobrevino la dinámica de lo impensado. En un país fraccionado en distintas expresiones políticas y jaqueado por la delincuencia, el ahora mandatario electo alcanzó un inesperado 23,4%. Y en el balotaje más que duplicó ese porcentaje hasta superar el 52%. Hoy ya es presidente. Cumplió el sueño que no pudo su padre Álvaro, un magnate que fracasó en cinco intentos por acceder al Palacio Carondelet. Es el hombre más rico de Ecuador. Su holding familiar empezó con la exportación de bananas.
Relación promiscua
Distintos analistas políticos de este país andino señalan que Noboa triunfó por diversos motivos. Un aceitado discurso en las redes sociales contra la polarización, su bajo índice de errores cometidos en la campaña, que supo prescindir del discurso altisonante y violento de otros competidores en la primera vuelta y, en definitiva, que era el candidato del establishment. Como un peón de brega al que suelen apelar las élites de nuestra Latinoamérica, profundamente desigual y condicionada por Estados Unidos.
En el caso de Ecuador, esa relación es casi promiscua. La llamada Ley de Asociación con EE.UU., de 2022, es una norma votada en el Congreso de este país con vicios de la doctrina Monroe. Parece una receta colonial que incluye cómo enfrentar «la influencia extranjera negativa» (textual del original). El proyecto fue ideado por un halcón republicano, Marco Rubio, y otro demócrata, Bob Menéndez.
Noboa, además, recibió adhesiones a su postulación presidencial de candidatos que habían salido perdedores en la primera vuelta. El más notorio es Jan Topic, el llamado «Rambo ecuatoriano» que integró la Legión Extranjera y tiene formación militar. Es partidario de la mano dura contra la delincuencia y referente del Partido Social Cristiano (PSC) que abjuró de apoyar a González por sus ideas socialistas. Los dos, Noboa y él, son millonarios y jóvenes, se formaron en el mundo de las finanzas en Estados Unidos –Topic es economista– pero el hombre que se presentó en agosto como líder de la alianza por Un País Sin Miedo, tiene una mirada castrense de la vida. También admira al polémico presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
En ese espacio que va del centro a la ultraderecha, el presidente electo capitalizó los indispensables apoyos que le permitieron ganar viniendo de atrás. Ahora deberá gobernar y eso ya es otra cosa. La tiene demasiado difícil por la ola de criminalidad local, el narcotráfico de los cárteles mexicanos, los asesinatos de políticos como el excandidato a presidente Fernando Villavicencio –un hecho que fue bisagra en la campaña–, las masacres entre bandas en las cárceles y la fatal utilización de armas en territorios y barriadas afectados por la inseguridad. Todo un cóctel que ya se sabe hasta dónde llegó.
En veredas opuestas
Ecuador ocupa un lugar top en el Informe Global contra el Crimen Transnacional. Está décimo en el mundo. Lo que no se sabe es cómo continuará esa situación con un presidente inexperto en políticas de gestión y de promesas fáciles.
Revolución Ciudadana, la fuerza que con Correa al frente gobernó el país entre 2007 y 2017, sufrió un traspié pero no drenó de manera significativa su caudal electoral. Tiene un año y medio para recuperarse y volver a sumarse a los aliados del Grupo de Puebla en el continente. Aunque Noboa no se autoperciba como un dirigente de derecha y más bien se corra hacia el centro, las fuerzas y políticos que festejaron su triunfo en Latinoamérica sí lo son, con la venia del siempre omnipresente Estados Unidos. Aún así, los países de más peso en la región todavía son gobernados por presidentes de la vereda opuesta. Lula en Brasil y Manuel López Obrador en México, si no se cuenta al exguerrillero Gustavo Petro que conduce Colombia, un país plagado de bases heredadas made in USA, pero que empieza a hacer escuchar su voz con más frecuencia en los foros internacionales.
Uruguay y Paraguay caminan por la senda opuesta hace tiempo, aunque en el primer caso, el Frente Amplio podría retornar al gobierno en 2024. El Perú convulsionado de la golpista Dina Boularte destituyó al presidente legítimo Pedro Castillo, que acaba de enviarle una carta al papa Francisco donde denuncia «los abusos y crímenes que esta dictadura, encabezada por la usurpadora Dina Boluarte, ha cometido contra mi pueblo». En ese contexto y con las elecciones de Argentina del domingo próximo, llega el empresario Noboa al Gobierno del país más violento de esta época en Sudamérica.
Ni siquiera él mismo se veía en ese lugar. En su primer discurso como presidente electo dijo que su victoria parecía «improbable». Pero ganó en un clima de volatilidad electoral que no garantiza, a quien venza hoy, si gobernará mañana. Sobran ejemplos de esa naturaleza, donde a menudo son asediados por agentes locales y externos los proyectos mal llamados populistas. Como si no existieran los populistas de derecha y de manual que suelen ser sostenidos en base al endeudamiento de sus países y una maquinaria de propaganda mediática colosal. Los argentinos sabemos muy bien de qué se trata.