Informe especial | CAMBIO CLIMÁTICO

La huella humana

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Marcelo Torres

Desde hace dos siglos, las actividades del hombre han alterado los procesos naturales del planeta a tal punto que ya se habla de una nueva época geológica: el Antropoceno.

Sur argentino. En los primeros días del año un inmenso incendio consumió más de 80.000 hectáreas cercanas a Península Valdés.

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Las evidentes consecuencias de la actividad humana –especialmente la de los últimos 250 años– sobre la Tierra son, cada día que pasa, más perturbadoras. Unos 2.800 científicos, en un informe publicado en Bioscience, se sumaron en agosto pasado a los 11.000 especialistas de 153 países que ya en 2019 habían advertido a los Gobiernos que el mundo se dirige hacia un desastre climático irreversible de continuar con los índices de consumo y de polución ambiental actuales. Los cerca de 14.000 científicos advierten que el planeta muestra un acelerado deterioro de sus signos vitales y que la clase política no se ha esforzado por realizar los cambios necesarios. «Existe una creciente evidencia de que nos estamos acercando o ya hemos cruzado puntos de inflexión asociados con partes críticas del sistema terrestre, incluidas las capas de hielo de la Antártida occidental y Groenlandia, los arrecifes de coral de aguas cálidas y la selva amazónica. Los últimos acontecimientos son alarmantes», exhortaron los especialistas. No solo inquietan los eventos extremos del clima, sino también los índices de concentración de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono, CO2; metano, CH4; y óxido nitroso, N2O) registrados en 2020 y 2021. Los científicos urgieron a los Gobiernos a abandonar el uso de combustibles fósiles y terminar con la explotación insostenible de los hábitats y la destrucción constante de la biodiversidad con fines económicos: el triste sello que hasta ahora la humanidad ha estampado sobre el planeta que la alberga.

Surge un término
Las eras geológicas son los períodos que comprenden todas las rocas que se han formado durante ese tiempo. Estudiar estas capas rocosas permite conocer cómo fue y cómo evolucionó nuestro planeta a lo largo de sus 4.500 millones de años de existencia. Así, la última era de la Tierra, la Cenozoica (de 66 millones de años atrás a hoy) ha sido dividida a su vez por los geólogos en siete épocas, la última de las cuales (desde hace unos 10.000 años a hoy) fue llamada Holoceno. Pero desde hace un tiempo muchos científicos están hablando ya de una nueva época: el Antropoceno. Es decir, la etapa durante la cual el ser humano ha dejado una impronta profunda en el planeta y ha modificado no solo su superficie, sino también su clima y sus procesos ecológicos.
El término ha surgido, no de la geología, sino desde otros ámbitos de la ciencia. Se considera que quien lo acuñó fue el biólogo estadounidense Eugene Stoemer, y quien lo popularizó al comenzar el siglo XXI fue el holandés Paul Crutzen, premio Nobel de Química, para nominar a la época en la que el hombre comenzó a provocar cambios geofísicos y biológicos en todo el mundo. Ambos científicos estaban convencidos de que esta intervención fue la causante de alterar el equilibrio en que se sostenía el planeta desde hacía casi 12.000 años. De todos modos los científicos todavía no se ponen de acuerdo en cuándo habría comenzado el Antropoceno. Todo depende de qué hito ecológico se tenga en cuenta. Los científicos citados propusieron que se tome 1784 como punto de partida, cuando el británico James Watt perfeccionó la máquina de vapor y comenzó la Revolución Industrial.

Beirut. Intensas nevadas afectaron a la capital libanesa en febrero de 2021.

EID/AFP/DACHARY

Para la geóloga Silvia Marcomini, del Instituto de Geociencias Básicas, Aplicadas y Ambientales de Buenos Aires, de la UBA, «el reconocimiento formal del Antropoceno a escala geológica se basa en poder documentar si los humanos hemos sido capaces de cambiar el sistema terrestre lo suficiente como para modificar los registros estratigráficos en los sedimentos, el agua o el hielo, como para diferenciarlos de la época holocena». Según la experta, «existe un gran debate sobre cuál sería el evento que lo inicia. Se han contemplado la expansión de la agricultura a nivel global, la Revolución Industrial (1800), la era nuclear y la aceleración del crecimiento de la población mundial e industrial en la mitad del siglo XX. Los depósitos antropogénicos actuales poseen nuevos minerales y tipos de rocas como el aluminio, el hormigón y los plásticos (tecnofósiles). También la quema del combustible fósil ha generado nuevas partículas como esferas de ceniza o carbono diseminadas por todo el mundo».
Otros, como los especialistas del Grupo de Trabajo sobre el Antropoceno –creado por la Comisión Internacional de Estratigrafía en 2009–, han propuesto que el punto de inflexión entre el Holoceno y el Antropoceno sea a mediados del siglo XX, momento en el cual la población mundial crece aceleradamente y se disparan las tasas de urbanización, el comercio internacional y el turismo de masas. Pero lo que realmente habría incidido como una marca indeleble, según los científicos, es la detonación de la primera bomba nuclear en Alamogordo, Nuevo México, Estados Unidos, el 16 de julio de 1945. A partir de allí, los isótopos radioactivos de las bombas, ensayadas y lanzadas, quedarán en el planeta por unos 4.500 millones de años, casi la misma edad de la Tierra.
Consultada por Acción, la antropóloga María Inés Carabajal, del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), señala que «el Antropoceno ha abierto discusiones en muchos niveles. A nivel científico nos invita a reflexionar sobre la vinculación entre los seres humanos y la naturaleza. Una de las dualidades más tradicionales de las ciencias sociales, e incluso las naturales, es pensar la disociación entre naturaleza y cultura, ambiente y sociedad y esto nos ha llevado a una forma de producir conocimiento que considera a la naturaleza como algo inerte, algo como un recurso a ser explotado para, podríamos decir, la acumulación de capital. Y esto tiene consecuencias, las que vemos ahora».

Sin hielo. Osos polares en un basural del archipiélago Novaya Zemlya, al norte de Rusia.

AFP PHOTO/ALEXANDER GRIR

Las grandes urbanizaciones, el crecimiento desmesurado de la población mundial, la agricultura, la minería y la contaminación de las costas y riberas de los ríos han modificado en los últimos 100 años más del 75% de la superficie del planeta. Las aguas de mares y ríos están altamente contaminadas con residuos plásticos y la temperatura global va en acelerado aumento debido al cambio climático iniciado a fines del siglo XVIII.
Es esta, precisamente, una de las consecuencias más graves de las actividades humanas en el planeta. El envío a la atmósfera de grandes cantidades de gases contaminantes (especialmente CO2 y CH4) ha provocado que el calor producido por la radiación solar quede atrapado entre esta y la superficie terrestre elevando la temperatura como si se tratase de un invernadero, produciendo así lo que se conoce como calentamiento global que, a su vez, tiene como resultante todo tipo de alteraciones del clima, conocidas como eventos extremos: inviernos crudísimos o veranos tórridos, huracanes, derretimiento de glaciares y hielos polares, aumento del nivel de los mares, inundaciones, sequías e incendios voraces, entre otros.
Marcomini, especialista en geología costera, señala que «el nivel del mar ha aumentado 1,6 milímetros por año en la costa de Buenos Aires según los datos de los mareógrafos del Servicio de Hidrografía Naval. Sin embargo, en la costa de Buenos Aires la erosión es mayor en las zonas urbanas. Esto se debe a que, si bien el nivel del mar asciende lentamente, la principal causa de erosión es la falta de sedimentos que llega a la playa por alteraciones humanas en el sistema litoral como explotación de arena, fijación de campos de dunas, erosión por drenajes pluviales a la playa e impermeabilización».

Marcomini. «Los depósitos antropogénicos actuales poseen nuevos minerales.»

Carabajal. «El Antropoceno abrió discusiones en muchos niveles.»

Bertonatti. «Hay que tomar conciencia de que todos somos parte de la naturaleza.»

Paruelo. «La pérdida de pastizales es tan alta y tan grave como la deforestación.»

Según un reciente informe del Ministerio de Ambiente de la Nación, «la Argentina es particularmente vulnerable a los efectos adversos del cambio climático dado que posee zonas costeras bajas, zonas áridas y semiáridas, zonas con cobertura forestal y zonas expuestas al deterioro forestal, zonas propensas a los desastres, zonas expuestas a la sequía y desertificación y zonas de ecosistemas frágiles, incluidos ecosistemas montañosos». Marcomini agrega que «el principal impacto es la expansión urbana. Las ciudades crecen a expensas del ambiente ya que necesitan agua, energía, arena, cemento, entre otros materiales. La mayoría de ellos son recursos no renovables que se explotan del ambiente». La investigadora resalta también que «por otro lado, las ciudades comienzan a generar sus propios desechos como residuos sólidos, cloacales, industriales, que aumentan considerablemente la carga contaminante. Todo este conjunto de actividades humanas se realizan sin tener en cuenta la capacidad soporte del medioambiente y entonces los sistemas naturales colapsan».

Sexta gran extinción
Otra de las situaciones que caracteriza al Antropoceno es la pérdida de biodiversidad, tanto animal como vegetal, en todo el planeta. Tanto es así que ya se está hablando de la sexta gran extinción, habiendo sido la quinta la de los dinosaurios hace 65 millones de años; pues desde el siglo XX, el ritmo de desaparición de especies es 100 veces mayor a cualquier otra época previa.
Los especialistas suelen señalar que las causas son múltiples: el cambio climático, la caza y la pesca furtivas, la introducción de especies exóticas y problemas reproductivos por estrés derivados de cualquiera de estos factores. Para el naturalista y museólogo Claudio Bertonatti –exdirector del Zoo de Buenos Aires (hoy EcoParque) e investigador de la Universidad Maimónides–, «en el último siglo lo que hemos visto es una reducción muy drástica de los ecosistemas silvestres, no solo de superficie, sino también en diversidad. Dicho de otra manera, queda menos naturaleza. Cuando uno recorre un bosque, una selva, a las porciones de naturaleza silvestre las encuentra mucho más pobres de lo que fueron alguna vez, hace más de 200 años. Es una pérdida cualicuantitativa lo que estamos generando, a tal punto que ya no hablamos de especies sino de ecoregiones o ecosistemas amenazados».

Plásticos. Residuos cubren las aguas en una zona costera de Bandar Lampung, Indonesia.

PERDIANSYAH/AFP/DACHARY

En una reciente entrevista con la BBC, el historiador y escritor alemán Philipp Blom señalaba que: «Incluso si en Occidente todos nos volviéramos veganos mañana, eso no detendría la catástrofe planetaria. Este verano fue realmente histórico porque por primera vez trajo consecuencias visibles e innegables de la catástrofe climática al corazón mismo de las sociedades ricas: las inundaciones en Alemania, los vastos incendios en el Mediterráneo sur y California, las inundaciones en Nueva York. Estos son daños muy costosos, entonces no es algo teórico».
En Argentina, entre las diez especies que corren más peligro se encuentran el huemul, el aguará guazú, el yaguareté, el cóndor andino, la ballena franca austral, el ciervo de los pantanos, el pingüino de Magallanes, el tatú carreta, el mono capuchino y el pecarí del Chaco. Pero también señala Bertonatti: «En cuanto a especies más afectadas yo diría que a nivel estadístico el ranking lo lideran las especies de anfibios, es decir, las ranas, los sapos, las cecilias, los escuerzos. Los anfibios vienen decayendo en todo el mundo».

Rellenos artificiales
En todas partes del mundo, la intervención del hombre con sus grandes urbes ha cambiado drásticamente el paisaje y los sistemas naturales. Marcomini señala que Buenos Aires, por ejemplo, «está construida sobre distintas unidades geomorfológicas. La zona alta de la Ciudad está sobre la pampa ondulada, surcada por numerosos cursos fluviales que drenan hacia el estuario y la zona baja sobre un humedal. Por ello, la Ciudad se inunda con mucha frecuencia –dice la especialista–. Además, la costa ha avanzado por rellenos artificiales unos dos kilómetros en la zona de Plaza de Mayo sepultando las playas naturales del estuario y destruyendo los antiguos humedales en la zona de Palermo. Mientras que en la provincia los habitantes de barrios cerrados construidos sobre humedales, con diseños arquitectónicos no adaptados al medio natural, confrontan con el hábitat natural de estos ecosistemas».

Aguará Guazú. Especie en peligro.

NA

En tanto que Bertonatti advierte: «Esto es como un camión que viene a altísima velocidad y uno no puede clavar los frenos. Es decir, va a tener que ir desacelerando lentamente, y para eso el primer paso es tomar conciencia de que todos dependemos del resto de la naturaleza, porque nosotros somos parte de ella». Aunque individualmente se puedan hacer pequeños aportes, las soluciones deben partir de los Gobiernos. Son los dirigentes políticos los que deben decidir si ceden a las presiones del poder financiero y las multinacionales –siempre ávidas de ganar más dinero a cualquier costo, incluido el de un suicidio como especie–, o toman medidas drásticas e inmediatas para detener la debacle del planeta y comenzar así una lenta pero sostenida recuperación de la naturaleza, lo cual todavía es posible.
Como señala Blom: «Hablé con jefes de industrias y siempre me decían: no podemos hacer nada, no podemos interferir con los mercados. Y entonces ocurre la pandemia y en menos de dos días hicieron eso: interfirieron en los mercados e intervinieron estatalmente. Eso significa que las sociedades realmente tienen la posibilidad de tomar decisiones políticas sobre lo que crean que es necesario cambiar».

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