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La reacción global

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Néstor Restivo

Las extremas derechas que resurgieron en el mundo reivindican genocidios y crímenes de Estado. La incorrección política como método. Repaso por ideas que están de moda, pero no son nuevas.

Mirada común. Trump y Bolsonaro, expresidentes de EE.UU. y Brasil, dos exponentes de una corriente de líderes mundiales de ultraderecha.

Foto: Getty Images

Así como los movimientos nazifascistas de hace un siglo disimularon en su surgimiento su capacidad de daño y odio, y luego, tras el paroxismo, intentaron negar el holocausto, del mismo modo las extremas derechas de hoy –aun con todas las diferencias con aquellas– practican desembozadamente el negacionismo: Vox de España sobre los crímenes aberrantes del franquismo, Alternativa para Alemania y los neonazis alemanes sobre la matanza del régimen hitleriano y, en Argentina, «los libertarios» sobre la magnitud del terrorismo de Estado entre 1976 y 1983, entre otros ejemplos.
El historiador italiano Enzo Traverso ha ofrecido algunas pistas sobre el resurgir de estas «nuevas» extremas derechas. «La ausencia de un orden internacional siempre hace emerger la demanda de hombres fuertes», escribió para una de las ediciones de 2021 de la revista española El viejo topo. Y agregaba en ese artículo: «En los años 30, como hoy, la crisis económica ha alimentado el ascenso del nacionalismo, la xenofobia, el racismo y la demanda de poderes autoritarios». Si antes era el bolchevique, el enemigo hoy puede ser el islámico o el inmigrante, asociado a la delincuencia, o, en nuestras tierras, el «negrito», el villero o el indigente, también emparentándolo con lo criminal y sucio.
El poder real fue y es la fuente de origen de las extremas derechas. ¿O quién creó a los monstruos de la Europa de hace un siglo, sino el capital asustado? Basta leer la novela El orden del día, del francés Éric Vuillard, quien basándose en hechos reales cuenta allí la cena secreta que mantuvieron los industriales alemanes de Krupp, Agfa, Opel, Siemens y otros grupos empresariales para concretar sus donaciones al Führer.
Más acá en el tiempo, con antecedentes cercanos en Ronald Reagan, Margaret Thatcher, los «chicago boys» de Augusto Pinochet o Jean-Marie Le Pen (en Francia la ultraderecha siguió desarrollándose y hasta creó la teoría del «gran reemplazo» de población blanca por musulmanes o inmigrantes «no blancos», como amenaza a la nacionalidad y la cultura «francesa»), hoy toda esa corriente la representan en Occidente, en cuanto dirigentes que gobiernan, gobernaron o pesan en el espacio político de sus países, personajes como Donald Trump y Steve Bannon en Estados Unidos; Marine Le Pen, hija y sucesora del mencionado político francés; los italianos Matteo Salvini y Giorgia Meloni; el polaco Jaroslaw Kaczynsky; el húngaro Viktor Orbán; el ucraniano Volodímir Zelenski; el español Santiago Abascal; el brasileño Jair Bolsonaro; el chileno José Antonio Kast; Javier Milei entre nosotros, etcétera.

Otras banderas
Bannon, exasesor de Trump, luego peleado con él, intentó a fines de la década pasada formar «The Movement», una suerte de «internacional» de la ultraderecha occidental y hasta quiso montar una suerte de instituto, academia o escuela de cuadros en la Cartuja de Trisulti, un monasterio del siglo XIII al sur de Roma, que en 2021 fue recuperado por el Estado tras una batalla legal con el ideólogo estadounidense y ejecutivo de medios. Los medios… un sector económico para nada ajeno a la profusión de estas ideas, a la par que el desarrollo de las redes sociales.
En lo que llama «utopías reaccionarias» para referirse al resurgir de la ultraderecha, el periodista Pablo Stefanoni intenta explicar en su libro de 2021 ¿La rebeldía se volvió de derecha? por qué la izquierda perdió a manos de la derecha las banderas que antes la erigían en la contestataria al sistema. Dice que los referentes de la extrema derecha «cuestionan la democracia y la igualdad», y que «la neoreacción es un movimiento de culto, antimoderno y futurista, de libertarios desilusionados que decidieron que una cosa es la libertad y otra la democracia y que no se pueden lograr cambios mediante la política». Asimismo, expresa, ellos asocian la democracia al comunismo (gobiernos de masas) y separan el capitalismo y el avance tecnológico (que valoran) de la democracia (que los atrasarían en su progreso hacia mayores espacios de «libertad»).
Entre sus métodos o ejes de construcción están la incorrección política y detestan al amplio arco que va desde el movimiento Me Too a la ambientalista sueca Greta Thunberg –porque el «cambio climático» es otra negación de esta corriente– hasta los organismos de derechos humanos, el feminismo y el progresismo o la izquierda en general, un espacio que antes representaba la rebeldía y hoy, confundido y a la defensiva como está, sostiene Stefanoni, no sabe si ignorar, contestar o combatir esas ideas, porque todas y cada una de esas opciones pareciera darles más aire.
En Estados Unidos, donde desde los años 90 viene este fenómeno y se agudizó con la presidencia de Trump, uno de los ideólogos ha sido Murray Rothbard, una gran influencia sobre la mente y las ocurrencias de  Milei. Ya en 1992, Rothbard, economista alineado con la corriente austríaca monetarista, fallecido tres años después, trazó un programa que consistía en dinamitar los impuestos y el Estado benefactor, abolir privilegios raciales o de grupos, «recuperar las calles» para erradicar a delincuentes y vagos, cerrar la Reserva Federal (banco central), agitar el «America first», que luego sería bandera de Trump, y defender los valores familiares. Ese programa se puede leer completo en https://www.rothbard.it/articles/right-wing-populism.pdf.
Las ideas de extrema derecha están de moda, pero no son nada nuevas. Y niegan, además de holocaustos y terrorismo de Estado, las consecuencias de sus políticas, que en numerosas ocasiones se pusieron en práctica, siempre caras en número de vidas y riquezas públicas perdidas.

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