Después de tocar con Luis Alberto Spinetta, el Indio Solari y Andrés Calamaro, es uno de los guitarristas más codiciados del rock argentino. Con su tercer disco solista, volvió a ganar un premio Gardel. Historia y presente del dueño de un sonido único.
30 de enero de 2019
Estilo. El músico no abusa de los solos y se apoya en la distorsión de su instrumento. (KVKFOTOS)
A Baltasar Comotto se lo conoce por ser el guitarrista titular de la primera línea del rock argentino. Tocó con Luis Alberto Spinetta, el Indio Solari y Andrés Calamaro. En los tres casos, también participó de algunas grabaciones de estudio. El año pasado recibió un premio Gardel por Elite, su tercer disco solista. Porque además de ser violero, es cantante, compositor y dueño de una carrera que construye en paralelo a recitales multitudinarios y grandes giras.
La historia musical del guitarrista arranca en España, mientras acompañaba a sus padres en el exilio. «Recuerdo que tenía mucha conexión con mi viejo», dice. «Me compraba casetes que se escuchaban en esa época. Mucho rock: Hendrix, The Beatles, AC/DC, Iron Maiden. Yo era muy pequeño y sentía que esos grupos me gustaban», explica el instrumentista, que tiene entre sus genes las pulsiones del compositor de «Are You Experienced?».
A pesar de que la prensa lo separe de la figura de guitar hero, Comotto atraviesa un conflicto permanente: no lo es en su forma de tocar, pero sí en su performance. No es un velocista ni plantea largos solos, pero construye su sonido a partir de la distorsión. Toma lo mejor de la psicodelia en un contexto de hard rock.
El elegido
Ya de vuelta en el país, terminó el secundario mientras aprendía lo indispensable del instrumento de manera autodidacta. Durante los años 90 formó algunas bandas y se hizo socio vitalicio del bar Tobago, donde las zapadas eran la bebida predilecta. Por allí pasaban muchos músicos del under y de primera línea, entre ellos Spinetta. Dice que se lo cruzó en el baño y el Flaco le dijo: «Che, muy buena la tocada». Un tiempo después le dejaría un mensaje de voz en su teléfono fijo y así participaría de la grabación de Para los árboles.
«Tuve la oportunidad de tocar en tres formaciones diferentes del Flaco y aprendí a adaptarme a situaciones distintas. En Para los árboles me sumé a una banda increíble donde todo funcionaba a la perfección, era como estar en un coche de lujo», recuerda. Era el año 2003 y marcó el inicio de una larga carrera junto con varios referentes del rock argentino.
El rol de compositor y cantante también asomaba desde entonces. «Empecé a cantar de adolescente, cuando tenía un trío con mi hermano», cuenta. «En ese entonces me inquietaba hacer temas con letras y música original. Siempre trato de buscar una voz propia, aunque escuche mi garganta en un cambio permanente», explica.
«Estoy desarrollándome como autor de canciones. En Elite creo que tengo más para decir. Actualmente estoy grabando nuevas ideas y me doy cuenta de que el próximo disco va a tener otro tono», dice sobre el trabajo que ganó un Premio Gardel en la categoría Mejor álbum pesado/punk.
Además del larga duración que lo llevó a una gira por el interior del país, Comotto compuso en solitario Rojo (2008), donde maceró un sonido funk con alma de R&B; y Blindado (2011), donde mandaban el rock de guitarras y un sonido de banda hard. Con su segundo disco también ganó un Gardel, en el rubro Artista revelación.
Luego de una gira europea como miembro estable de la banda de Calamaro, Comotto reflexiona sobre su elección del camino independiente y los huecos que finalmente está encontrando después de intensos años de carrera. «Hacer el disco sin un sello grande atrás significó llevar adelante un proceso más largo, pero no por eso menos satisfactorio», dice.
Comotto siente que ahora tiene más tiempo. Calamaro grabó con músicos estadounidenses su nuevo disco y el Indio Solari todavía no decidió si saldrá a tocar nuevamente. Algo quieto y en silencio, mira la Ciudad de Buenos Aires desde su estudio casero. Piensa canciones. Un equipo valvular hace «tac» y una luz roja como el fuego indica que todo está «ok» para volver a empezar.