Cultura | LUIS MIGUEL EN BUENOS AIRES

Una fiesta sin demagogia

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Mariano del Mazo

Con un notable estado físico y artístico, el cantante mexicano pasó del bolero más sensible al funk más groovero para redondear un concierto sólido, seductor y bien pop.

El intérprete maneja con maestría la elegancia de la canción popular del siglo XX, con la que cautiva a un público de varias generaciones.

Cultor de un clasicismo incorruptible, Luis Miguel exhibió a los 53 años un notable estado físico y artístico. Fue durante las casi dos horas y media del show del martes, uno de los diez del Movistar Arena del segmento porteño de su tour 2023. Paso a paso, entre el bolero más sensible y el funk más groovero, desarrolló un concierto sólido, macerado por tantas décadas de ruta. Desató una fiesta que no precisó demagogia. No es que no habló de la belleza de las mujeres argentinas, de Messi o el bife de chorizo: directamente no habló. El viejo Micky es en esencia un lunático entregado al arte de cantar. Y un alto performer.
El mutismo no significó distancia con la gente. Su manejo escénico tiende un puente de sexo y sensualidad hacia un público –rotunda mayoría de chicas y mujeres entre 12 y 60 años– que lo venera. El cantante mexicano no deja de pertenecer al mundo de la fantasía pop, pero más allá de la parafernalia de luces, pantallas y globos rebotando entre las cabezas de la platea, las que sobresalen son las canciones y su voz. Entonada, plena de matices, se escucha cada vez más entregada a un fraseo que le permite dosificar el aire. Luis Miguel está envejeciendo bien. Como tantos grandes de la interpretación –de Goyeneche a Sandro, de Chavela Vargas a Sinatra– empieza a ralentar el estilo. El cambio aún es sutil. 
Las características del estadio tuvieron que ver con las bondades del concierto: por primera vez, el intérprete dio en la Argentina un recital en condiciones ideales. Una escala lógica (15.000 espectadores), un sonido impecable y una puesta visible más allá de las pantallas. La banda fue variando de acuerdo al repertorio: líneas de bronces a lo Earth, Wind & Fire en el pop más intenso; sesión de cuerdas en boleros y baladas. Dio la impresión de que cantó todo lo que tenía que cantar. Hizo uso y abuso del meddley –esto es, integrar varios temas como un popurrí– y pasó por las diferentes y marcadas etapas de su carrera.
Transcurrieron los éxitos de los años teen, los boleros clásicos de su resurrección artística de los 90, algunos tangos demasiado estandarizados («Por una cabeza», «Volver», «El día que me quieras», «Uno»), una sesión de mariachis y más temas pop revitalizados luego de la biopic que fue, de alguna manera, su segunda resurrección. Entonces llegaron «Será que no me amas», «Suave», «La incondicional», «Culpable o no», «Qué nivel de mujer», «Cuando calienta el sol», «No sé tú», «Inolvidable», «La media vuelta», «Somos novios», «La puerta», «Contigo en la distancia» y más. Rescató dos de sus duetos: con Michael Jackson en «Smile» y con Frank Sinatra en «Come Fly With Me». Ese es el espejo en que se mira Luis Miguel. Y lo bien que hace: da la talla. Triste sería escucharlo en una sesión con Bizarrap.
El mexicano maneja un nivel de elegancia de canción popular que atraviesa casi todo el siglo XX. Con los boleros y baladas, y también con el tango y el pop, es un emergente de ese legado musical en el cual la clave de una buena canción se apoya en la narracción de una historia en tres minutos, un estribillo adhesivo y una buena interpretación. La imagen fantasmal de Sinatra en las pantallas cantando ya veterano «Come Fly With Me», Luis Miguel haciendo la segunda en vivo en el Movistar y la banda convertida en una big band jazzística fue, en ese marco, un momento sublime.
El concierto terminó como empezó: bien arriba. A la salida, felices, bajo el cielo de Villa Crespo, caminando por la calle Humboldt, las chicas se encontraban con novios, maridos y padres. Lo primero que confirmaban, extasiadas, era: «Sí, es el verdadero Luis Miguel». Cuadras abajo, en las pizzerías de Corrientes, más gente se agolpaba sobre las vidrieras para ver los últimos penales de Inter y River Plate. Un show aparte.

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