Las escenas de vecinos arrojándose baldazos de agua, desfiles de comparsas y bailes de enmascarados atraviesan la literatura, el cine, la música y la plástica. Un repaso que va de Federico Fellini a Los Auténticos Decadentes, pasando por Bioy Casares.
12 de febrero de 2020
Reflejos coloridos. La película italiana Casanova y la brasileña Orfeo Negro, dos referencias ineludibles de la festividad en la pantalla grande.
Llega febrero y llega el carnaval. También a Buenos Aires, donde ya quedó atrás la fiesta que entre los años 40 y 60 engalanaba y colmaba de celebraciones vibrantes la Avenida de Mayo. Desde hace ya más de una década, la Ciudad vive un carnaval desperdigado en los barrios, impulsado más que por el entusiasmo popular por un programa fallido del Gobierno local que, contradictoriamente, en vez de felicidad genera incómodos cortes de tránsito.
Director de la murga Los Auténticos Rayados de Lugano, Mariano Belvedere hace un poco de historia y confirma que «quedaron atrás las celebraciones con pomos y papel picado, cuando desde los balcones pibes y adultos jugaban a tirarse agua a baldazos y a esperar cada día el concurso de disfraces, que sobre el final coronaba a una reina. Nuestra murga mantiene su espíritu carnavalesco y lo ejercita más allá de esta celebración puntual. Somos como una banda de música que hace conciertos, presentaciones y hasta seminarios de tambores y toques, allí donde nos convocan, en cualquier momento del año».
La particular energía y el clima que rodean a la celebración se proyectan sobre ciertas escenas que aparecen reflejadas en distintas ramas del arte. Fernando Martín Peña, impulsor de una de las épocas de gloria del BAFICI, actual director del alternativo Bazofi y programador de cine del auditorio del Malba, aporta algunos títulos de películas cuya trama transcurre con la festividad como cortina de fondo. La primera que menciona, casi sin pensar, es Orfeo Negro (Marcel Camus, Brasil, 1959). «Es una película exquisita, fundamental para la filmografia brasileña. Podría resumirla aproximadamente así: tiene guion de Vinicius de Moraes y consiste en una traslación del mito griego de Orfeo al carnaval de Río de Janeiro. La historia tiene a la joven Eurídice recién llegada a Río para visitar a su prima, quien vive en una favela. En un momento conoce a Orfeo, chofer de un tranvía, que tiene bien ganada su fama de conquistador gracias a su talento musical. El romance entre ambos no será fácil, ya que hay una tercera en disputa y porque además son tiempos de carnaval, en donde las emociones se ponen calientes. Es un registro del carnaval de Río que poco tiene que ver con el megaevento actual».
Peña suma a la lista de imprescindibles a Tarde de carnaval, del argentino René Mugica. Y regala una perla: los registros documentales realizados por Orson Welles por encargo del estudio RKO. «Si bien Welles registró la fiesta, conoció una realidad social que le interesó más que esta y así armó una película que fue prohibida por el estudio y que se convirtió en una obra maldita, luego recuperada póstumamente», cuenta.
Carrozas y máscaras
A la selección de Peña se podría agregar Busco mi destino, de Dennis Hooper, considerada una road-movie emblemática de los años 60 que grafica la época en la que el carnaval de Nueva Orleans se ofrecía como un santuario para el movimiento hippie. Cuenta la historia de dos motociclistas, interpretados por el propio Hooper y Peter Fonda, que cruzan los Estados Unidos para asistir al Mardi Gras topándose antes y después con varias caras de la América profunda. Las drogas están presentes en todo el recorrido: de ellas se valen para experimentar y financiar el viaje.
Entre las producciones destacadas también se encuentra Casanova, de Federico Fellini. En 1976 Fellini recreó las memorias de Giacomo Casanova, sirviéndose del colorido y la imaginería del carnaval de Venecia. El personaje central es interpretado por Donald Sutherland, caracterizado como un individuo mucho más patético de lo que podría esperarse del amante más famoso, atado en su solitaria vejez al recuerdo de sus aventuras juveniles. Fellini abre la película con una recreación grotesca y exuberante del carnaval de Venecia, subrayando su esencia sexual y devolviéndolo a su origen pagano en desmedro de su carácter religioso.
Yunta. Castillo y Cucho, de los Decadentes.
En el auge de la celebración sobre suelo porteño, el cine local también lo incorporó en sus historias. La más recordada por Peña es Carnaval de antaño (1940): «Parte de la historia de los carnavales de la ciudad se reconstruye en esta película escrita y dirigida por Manuel Romero, uno de los directores más populares y prolíficos del cine argentino. Todo comienza en el corso de 1912. La puesta ofrece carrozas, disfraces típicos, como el oso carolino, bailes, candombe, cantores y un puñado de niños bien que no respetan las formas. Todavía no aparecen las murgas, ya que este tipo de formaciones comenzaron con la década siguiente. Mientras tanto, un empresario artístico (Florencio Parravicini) reúne a tres cantantes para montar un espectáculo. Al poco tiempo, la empresa se desmorona cuando la refinada Márgara (Sabina Olmos) opta por marcharse con un bacán, dejando además al joven cantor criollo Pedro (Charlo) con el corazón herido. Dieciocho años después el carnaval los vuelve a reunir, ahora con Pedro en la cima de su carrera y con Márgara sumida en la pobreza».
Al compás del tamboril
El poeta y periodista cultural especializado en música Gustavo Álvarez Núñez menciona sin dudar a «Los Auténticos Decadentes cuando cantaban con Alberto Castillo eso de “siga el baile al compás del tamboril”, junto con sus performances totalmente carnavalescas de mediados de los 90. También hay que mencionar a Los Fabulosos Cadillacs y a Bersuit Vergarabat. Saliendo del país, podriamos pensar en el camaleonismo de David Bowie como una expresión sofisticada del espíritu del carnaval».
El editor, escritor y docente Luis Chitarroni va a la matriz de la cuestión en los procedimientos artísticos, a partir de las reflexiones sobre el tema del crítico ruso Mijaíl Bajtin, que analizó la obra de Fedor Dostoievski en clave carnavalesca. «En cuanto a la producción argentina, hay que mencionar la obra de Adolfo Bioy Casares, El sueño de los héroes. Bioy ubica el relato en los arrabales porteños (Saavedra, Villa Luro, Barracas), durante las noches de carnaval. Y la historia transcurre en clubes y bares. Dos grandes temas atraviesan el relato: el inseguro paso de la adolescencia a la madurez y la inevitabilidad del destino». La novela dio origen a la película homónima, dirigida por Sergio Renán y estrenada en 1997. Más cerca en el tiempo, Chitarroni destaca a Cenizas de carnaval, el libro de cuentos de la rosarina Mariana Travacio.
Postal. Escena de El sueño de los héroes.
Pero quizá sea el mundo de las artes visuales el que calque el sentido del carnaval de un modo más literal. La artista visual, docente y activista Diana Aisenberg refiere a «las performances de Osías Yanov y Rosa Chancho, con su despliegue de disfraces y desfiles». Menciona también las acciones festivas de Liliana Maresca en los 80 y destaca que «en este momento está muy incorporada a UV, la galería de Violeta Mansilla. También en los 90 Roberto Jacoby hizo una fiesta del jabalí en el spa Colmegna, donde todos iban vestidos con sábanas tipo toga».
Aisenberg señala que el carnaval trasciende las artes para llegar a las calles por la vía del artivismo. «Es innegable la impronta carnavalesca en las marchas del orgullo gay y, hoy en día, en casi cualquier marcha, las murgas, tambores, máscaras y purpurinas son usadas por los manifestantes. La marea verde que colmó las calles los dos últimos años es un buen ejemplo de esta apropiación de lo carnavalesco para el activismo», observa. Y si seguimos este hilo hasta las canchas de fútbol, se podría decir que sus fieles hinchadas también absorben el mismo espíritu festivo: los papelitos y cornetas, los sombreros estrafalarios y a veces las máscaras, son también protagonistas ya indisolublemente asociados al deporte más popular de Argentina.