El grupo comunitario sigue con su obra El casamiento de Anita y Mirko, que ya lleva más de 1.500 funciones. Una experiencia que se nutre de la diversidad de sus integrantes y que apuesta a la construcción colectiva. Los vecinos suben a escena.
28 de noviembre de 2018
Intérpretes. Una dramatización que transcurre en plena vereda de Barracas y una escena de El casamiento de Anita y Mirko, estrenada en 2001. (Prensa)Primero fueron Los Calandracas, una fusión de teatro de calle, música y murga. Más tarde las acciones de este grupo de artistas se fueron expandiendo y dieron origen al Circuito Cultural Barracas, una institución que se estableció en 1996. Desde entonces es una de las más potentes expresiones del teatro comunitario, que en la Argentina cuenta con unos 60 grupos repartidos en diversas provincias.
En la sede del colectivo participan unos 300 vecinos, repartidos entre las obras de teatro, el Circuito en Banda y el Ensamble de Percusión. Actualmente, en El casamiento de Anita y Mirko –que está festejando sus 1.500 funciones, desde su estreno en 2001– intervienen casi 70 personas. El público, más que espectador, es el invitado a una fiesta, donde literalmente se come, se bebe, se baila y mucho más. Barracas al fondo es el otro espectáculo en cartel, que se desarrolla mientras actores y espectadores caminan por el barrio, que se convierte en escenario vivo.
En cualquier caso, los intérpretes varían; los papeles, incluso los protagónicos, rotan entre diferentes actores. Ricardo Talento, el director general, explica que se trata de «un proyecto amateur, pero los que estamos a cargo de la coordinación somos profesionales. En mi caso, hace 53 años que hago teatro. Además, vivo en Barracas. No vengo de otro lado a decirles cómo tienen que hacer, sino que parte de mi vida está aquí. Cada vecino va aprendiendo las técnicas. Algunos no pueden venir todos los sábados, otros hace 18 años que están en El casamiento… Más allá de la obra, está participando de un hecho colectivo».
Riqueza creativa
El proyecto se sostiene económicamente a través de una cuota mensual que abonan los integrantes, donaciones, venta de entradas y subsidios del Instituto Nacional del Teatro y de Proteatro. El tiempo es otro bien preciado: «A una vecina, las amigas le preguntaron cómo tenía tiempo para venir al Circuito. Ella les dijo: “Yo estoy con los otros vecinos en el Circuito mientras ustedes miran televisión”. O sea, el tiempo existe, depende de cómo uno lo use», sentencia Talento.
El Circuito Cultural Barracas es una fiesta de la diversidad. En sus filas confluyen distintas profesiones y edades (desde chicos de unos 7 años hasta adultos mayores). «Cada uno se integra en condición de vecino, no de actor profesional. Suelen venir de Barracas, Avellaneda, Lanús. Ensayamos a la noche, después de que sale la gente de su trabajo», dice. La inquietud creativa es un denominador común. «Es la esencia más peligrosa que tiene el ser humano. Desarrollar la creatividad no es ser artista, sino imaginarse vivir de otra manera. El propio vecino empieza a proponer ficción. Y eso es un hecho revolucionario».
«Hay jubilados que decían “no puedo porque soy grande” y se integraron y rejuvenecieron», cuenta Corina Busquiazo, una de las fundadoras del Circuito, cuyo equipo de dirección artística completan Mariana Brodiano y Néstor López. «Hay compañeros que aquí se han conocido, se han enamorado y tuvieron hijos. También nos ayudamos entre nosotros si alguien no tiene trabajo. En el teatro comunitario hacemos política, pero no es partidaria».
La actividad que llevan adelante demanda, concluye Busquiazo, «exigencia, disciplina artística, que todos cumplimos. Pero también cuidamos mucho lo humano, sin ser un grupo terapéutico. A la hora de ensayar, nos ponemos a trabajar y sostenemos una estética como de grotesco, payasesca, sin caer en la grosería, con ternura. Jugamos con la desmesura, con crear a lo grande, con animarnos a soñar. Parece una locura, pero lo hacemos».