Lejos de la línea marcada por la tradición editorial, en los últimos tiempos surgieron autores y sellos que apuestan por una forma diferente de construir la relación entre infancia y lenguaje. Los exponentes destacados y la opinión de los especialistas.
25 de octubre de 2017
(Foto: Juan Jiménez/Alamy Stock Photo)En una conversación al pasar, mientras hablaban en broma, Laura Wittner escuchó una frase de su hija que le llamó la atención: «Los tigres no titilan». Eran palabras cargadas de cierta sugestión. «Hubo algo en ese cruce entre aliteración e imagen poética que me llevó a pensar más posibilidades, otros ejemplos donde hubiera cruces similares», recuerda Wittner. Y aquella fue la primera línea de Eso no se hace, un libro para chicos que muestra con sencillez e intensidad algo que habitualmente es difícil de explicar: lo que la poesía hace con el lenguaje y con el mundo, sus procedimientos y efectos.
El género nunca estuvo entre las prioridades de la industria editorial. «Pero en los últimos años surgió una sensibilidad ampliada: aparecieron editoriales dispuestas a publicar un tipo de poesía para chicos bastante más audaz que la que podía encontrarse en las librerías», dice Wittner, además autora de La noche en tren y de Veo veo conjeturas de un conejo, entre otros libros. El movimiento también incluye colecciones y hasta sellos con dedicación exclusiva, acciones culturales –entre ellas, el Festival de Poesía en la escuela, que se realiza desde 2010 en establecimientos de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires– y la aparición de nuevos autores que se agregan a otros consagrados, como Jorge Luján, escritor y músico argentino residente en México, o Cecilia Pisos, ganadora del premio Hispanoamericano de Poesía para Niños en 2016.
La narradora y ensayista santafesina Beatriz Actis también reconoce el surgimiento de «editoriales que apuestan a una nueva estética, a un nuevo lenguaje», aunque en coexistencia con propuestas convencionales, «cuando lo literario está subordinado a ciertos mandatos y tradiciones, es decir, cuando se tiene lugar en la literatura una reproducción de conductas sociales sin ningún tipo de revisión crítica». Entre unas y otras, dice, se plantea un litigio, que «también tiene que ver con qué obras quedan dentro o fuera del canon, especialmente del canon literario escolar, y de qué modo puede ampliarse ese repertorio».
Si bien la poesía ocupó tradicionalmente un lugar en los programas escolares, «actualmente parece haber un interés mayor a través de programas específicos, que apuntan a la selección de textos y a las actividades relacionadas con la construcción de lo poético», agrega Actis, especialista en promoción y enseñanza de la literatura a través de textos como Lecturas, familias y escuelas.
Fuera de los estereotipos
«Escribir para chicos implica elevarse a la altura de ellos». La definición de Jorge Luján condensa la ruptura con los criterios editoriales más adocenados, y con los prejuicios que asocian la poesía infantil con una expresión necesariamente simple. «Los recursos, posibilidades o problemas en la poesía para niños y niñas son los mismos de la poesía en general, así de variados y únicos en cada caso, expresión del mundo de cada poeta y a la vez de la poesía total, del mundo de mundos», dice Roberta Iannamico, escritora, docente y música radicada en Villa Ventana, provincia de Buenos Aires.
Iannamico empezó escribiendo para chicos de manera casual, como participante en libros escolares o colaboradora en revistas. «Eso me daba un plus de disfrute que tenía que ver con soltar más el humor», destaca. «O podía conectar más con el mundo de la magia o de los animales, que adoro. Pero después empecé a ver que muchos niños eran lectores de mis poemas para grandes y que esos poemas no tenían gran diferencia con los escritos especialmente para el público infantil».
Entre otros libros, Iannamico publicó Ris ras, una antología con dibujos de Claudia Legnazzi, y La camisa fantasma, texto ilustrado por Max Cachimba que pertenece a la serie Saltar Soga en la Noche. «Son poemas que narran alguna anécdota con cierto minimalismo misterioso, con un lenguaje que ironiza un poco sobre las traducciones de los libros infantiles, con mucho ambiente exterior, escritos en un verano bajo la atmosfera de hijas y sobrinas jugando en el patio», cuenta.
Para Wittner puede haber, incluso, mejores posibilidades en el género. «Tal vez cuando escribo para chicos me presto un poco más al juego con el sonido», explica. «A veces me le animo a la métrica regular explícita, a la rima, porque me encantan y creo que los chicos pueden apreciarla con menos prejuicio que algunos adultos. Experimento mucho más con la forma». Su libro Gato con guantes. De cómo un felino encontró su destino es un gran ejemplo en ese sentido, a través de la deliciosa historia de un gato que prefiere mudarse al Jardín Botánico antes que vivir en un departamento. «Los chicos pueden leer y disfrutar un rango enorme de textos, y hacia ahí voy cuando escribo. Sin embargo, como los chicos no van solos a comprarse libros y la poesía no les salta al encuentro vía Instagram, Facebook o lo que sea, su relación con la poesía depende de lo que los adultos les acerquen», dice.
Las ofertas son amplias y variadas. La colección Caballo Rayo, de la editorial Abran Cancha, está dedicada a la poesía y el teatro, con títulos como Hojas sobre la almohada, de Natalia Méndez, o Que la calle no calle, poemas de Adela Basch sobre las calles de Buenos Aires. En Aerolitos se encuentran, entre otros títulos, Animales de compañía, poemas sobre textos de niños, y Trompa con trompita, ambos de Jorge Luján, dos veces nominado al prestigioso premio de literatura infantil y juvenil Astrid Lindgren. Pequeño Editor publicó Nariz de higo, el primer libro para chicos de Iannamico, y también Los sueños del agua, de María del Carmen Colombo, entre otros.
La editorial Mágicas Naranjas se dedica exclusivamente a la poesía infantil, con libros de Irene Gruss, Arnaldo Calveyra y Alicia Genovese, entre otros reconocidos autores. «Poesía e infancia habitan un mismo territorio», dice la editora Hilda Fernández Oreiro. «Queremos recrear en cada libro ese universo mágico y lúdico, donde las palabras se encuentren con las imágenes y los nuevos lectores con los grandes poetas», agrega. La antología Poeplas reúne a su vez en dos volúmenes de descarga gratuita (a través del sitio www.opcitpoesia.com) muestras de poesía para chicos seleccionadas por Valeria Cervero. Entre los autores más jóvenes, Cecilia Moscovich se destaca por su rescate del ambiente y los personajes del litoral santafesino, con Poemas en el patio, un conjunto de textos desencadenados «desde que empecé a ser niña/ hace treinta años».
Conexión con el misterio
«Los niños y las niñas aman la poesía», subraya Iannamico. «Tienen con ella una relación absolutamente natural, cosa que no se da en el caso de los adultos, que muchas veces tienen prejuicios, o falsas expectativas que derivan en frustración frente a un texto poético. Los nenes y las nenas, más acostumbrados a vivir el tiempo presente, al disfrute de la percepción, a la conexión con el misterio, reciben el poema paladeando sus imágenes, su música y el sentido de las palabras que se amplifica y transforma según cada subjetividad».
Formada desde adolescente en los talleres de la educadora bahiense Mirta Colángelo (ver recuadro), Iannamico reivindica los espacios de creación compartida: «Cuando en el trabajo está la poesía de por medio, siempre se genera una empatía grupal muy amorosa y también, cuando son los chicos los que escriben poemas, un momento muy profundo de introspección, de contemplación y comprensión y una puesta en escritura que, aunque espontánea, suele estar llena de lo que llamamos recursos. Esos poemas son tesoros, abundancia de belleza y conocimiento».