Cultura | CAETANO VELOSO EN ARGENTINA

Resistencia estética y política

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Mariano del Mazo

El astro de la música brasileña iluminó la noche de Villa Crespo con las canciones nuevas de Meu Coco y las piezas salientes de su obra. La vigencia de un clásico.

Extraordinaria continuidad. A los 80 años, el cantante y compositor bahiano desplegó un puente artístico que une pasado y presente latinoamericano. Fotos: @mirutrigo

«Sos un señor tan bonito como la cara de mi hijo/ Tiempo tiempo tiempo tiempo: te voy a hacer un pedido…/Tiempo tiempo tiempo tiempo/ Compositor de destinos, tambor de todos los ritmos…/ Tiempo tiempo tiempo tiempo, entro en un acuerdo contigo».
La canción «Oração ao tempo» fue publicada en 1979 y según pasan los años el «acuerdo» funciona: tanto vampirizar –al fin y al cabo, ¿no es una de las características de la antropofagia?– dio resultado. Caetano Veloso exhibe una lozanía parecida a la sabiduría. Con casi 81 años, administra su arte con parsimonia y gracia. De la música de raíz a su faceta eléctrica, combina tradición y modernidad con temas propios y apropiados, como son los casos de «Tonada de luna llena» (Simón Díaz) o «Pulsar» (sobre el poema de Augusto de Campos).
Se presentó en el Movistar Arena al frente de las canciones nuevas de Meu Coco y significativos emblemas de su obra. En la previa, instaló una tensión entre los fans: tal vez, dijo, la de Meu Coco será su última gira. La posibilidad de ver por última vez a Caetano en un escenario transformó el concierto en cita obligada. Como sí ocurrió en ese mismo estadio con artistas crepusculares como Joan Manuel Serrat y con Joaquin Sabina, lo que se vio y escuchó el viernes pasado en Villa Crespo estuvo lejos de ser una despedida. En Caetano ni asomó el crepúsculo.

Conceptos sonoros
Como en tantos de sus espectáculos –el caso de Livro fue el más radical en ese sentido, con su corte cool jazz y negritud bahiana–, dividió el escenario en dos conceptos sonoros: por un lado, la percusión nordestina; por el otro, guitarra eléctrica, bajo y teclado. Ya no hay sección de cuerdas, tampoco bronces: en las últimas décadas, Caetano eligió apoyarse en pequeños formatos.
Rodeado de una banda sub 40 (Lucas Nunes en guitarras, Alberto Continentino en bajo, Rodrigo Tavares en teclados y glockenspiel, Kainã do Jêje y Thiago da Serrinha en batería y percusión), además de Meu Coco recorrió temas de Abraçaço, Cinema trascendental y se deslizó por una serie de homenajes más o menos velados: a João Gilberto con la versión de lo bossa nova «Avarandado» (uno de los temas que hicieron en la legendaria reunión en Buenos Aires, en el año 2000), a Gal Costa en «Baby» y, a través de una deliciosa y al mismo tiempo titubeante versión de «Volver a los 17», en un mismo gesto, a Violeta Parra, Mercedes Sosa y Milton Nascimento.
Resulta interesante detenerse en «Volver a los 17». Contó que venía de tocarla en Chile y que cuando Violeta murió en 1967, él estaba embarcado en el Tropicalismo. Para los criterios estéticos y políticos de ese movimiento le parecía una canción de universitarios, demasiado respetable; en ese momento le interesaba rescatar el menos respetable bolero y su costado melodramático.
La pieza de Parra es una vieja obsesión de Caetano. En un texto de casi tres décadas escrito a propósito de Fina estampa se cuestiona los «agujeros» en la elección del repertorio de ese disco, que pretendía ser un mapa musical latinoamericano. «Hay lagunas de una u otra naturaleza que me demuestran la incompletud del proyecto. No hay un solo ejemplo de lo que se produjo en Chile en los años 60 y, sobre todo, siento la ausencia de los cubanos del período comunista. No hay Parras ni Víctor Jara ni Silvio Rodríguez ni Pablo Milanés. Llegué a planear grabar “Volver a los 17”, pero renuncié frente a lo que ya se hizo de maravilloso con ese tema en el Brasil (¡Milton!)».
Rescató Transa («el disco está cumpliendo 50 años») con «You Don’t Know Me», se deslizó por algunos de los temas sobresalientes de Meu Coco –el que titula el álbum, la anti Bolsonaro «Nao vou deixar», «Anjos Tronchos»–, se recostó en clásicos de diferente espesura –del himno «Sampa» a «Cajuina», de la grácil «O Leoazinho» a la sensual «Menino do Rio» o la etérea «Trilhos urbanos»– e hizo una versión maravillosa de «Itapua», uno de los temas más bellos de Circulado.
Podría haber elegido otros, y el concierto no hubiera perdido un ápice de su apretada idea conceptual de que nada sobra, de que todo tiene un sentido, de que pasado y presente configuran una extraordinaria continuidad histórica y cultural. Como si Veloso cumpliera paso a paso un plan pergeñado alguna tarde en Bahia, entre discos, libros y una radio encendida. Como señaló Sergio Pujol, «las canciones de Caetano son cápsulas de tiempo que al abrirlas se vuelven contemporáneas al instante».
Su música está hecha de diálogos que cruzan épocas, estilos y disciplinas artísticas. Ha logrado con su obra cristalizar un hecho colectivo amable, sensible, crítico, profundamente ideológico, pleno de significados. Quedó claro en la fría noche de Villa Crespo: ninguna canción, por genial que sea, es más que lo que proyecta la obra. Que sigue siendo, finalmente, una noble forma de resistencia estética y política.

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