Tópico recurrente en el imaginario artístico occidental, su huella se puede rastrear desde la mitología griega hasta el cine de ciencia ficción, pasando por la literatura. Las producciones argentinas que, en cierta forma, presagiaron el escenario actual.
15 de julio de 2020
Premonitoria. Una escena de Fase 7, la película de 2010 escrita y dirigida por Nicolás Goldbart que describe la propagación de un virus mortal.
Ya son ocho los países infectados por el virus. El ministro de Salud ha confirmado nuevos casos de ciudadanos que volvían de un viaje de tierras mexicanas, mientras evalúa la suspensión de los vuelos provenientes del exterior. Frente a esta rápida expansión, el organismo internacional elevó ayer el nivel de alerta por pandemia a 4 de una escala que va del 1 al 6». Este fragmento de informe periodístico, que bien podría haberse escuchado en algún noticiero hispanohablante a comienzos de marzo, pertenece en cambio al universo diegético de Fase 7 (2010), una película argentina escalofriantemente premonitoria, escrita y dirigida por Nicolás Goldbart.
Entre anuncios televisivos que repasan los síntomas y recomiendan el lavado frecuente de manos con agua y jabón, además de barbijos y trajes que recuerdan a El Eternauta a la vez que remiten al presente inmediato, Coco (Daniel Hendler) intenta mantener a salvo a Pipi (Jazmín Stuart), su novia embarazada, de las garras del virus y, sobre todo, de los vecinos del edificio, la mayoría de ellos dispuestos a todo con tal de evitar contraer la enfermedad.
«La película es una proyección de qué hubiera pasado si la gripe A pasaba a mayores y lo que damos por sentado, todo a lo que estamos acostumbrados, empezaba a desaparecer», dice Goldbart a la hora de explicar el origen de su ópera prima. «La escribí en un momento en que el mundo estaba con mucha paranoia. Hubo algunas situaciones tragicómicas, recuerdo. Por ejemplo, un micro que volvía desde Chile hacia Mendoza y que, para que no entrara al país, lo apedrearon. En la película la gente muere más que por el virus, por la estupidez humana», añade.
Otra involuntaria profecía de factura local es la más reciente Tóxico, de Ariel Martínez Herrera. Estrenada en abril pasado en la plataforma CINE.AR debido al cierre de salas por la cuarentena, el relato pone el foco en Laura (interpretada, coincidentemente, por Jazmín Stuart) y Augusto (Agustín Rittano), quienes tras la propagación de un alarmante virus que causa insomnio, deciden abandonar la ciudad e instalarse en una casa rodante en medio del campo. «El germen de la idea fue el mundo interior versus el exterior. Una pareja que pasaba por un momento definitorio para el vínculo y que, al mismo tiempo, atravesaba un afuera ominoso. El clima de El ángel exterminador, de Luis Buñuel, fue una gran influencia», revela el director sobre la historia, que también tuvo a la gripe porcina de puntapié inicial (si bien el film se rodó durante 2017, la primera versión del guion la escribió en 2008).
Tradición bíblica
Tanto Fase 7 como Tóxico integran una lista innumerable de productos culturales de épocas y nacionalidades heterogéneas, que se enmarca en una tradición artística de muy larga data. «Desde la Biblia y a lo largo del desarrollo de la literatura y el teatro, la peste ha constituido un topos. Otras manifestaciones artísticas, como la plástica y el cine, no han quedado al margen en su interés por este tema», advierte Mónica Gruber, Licenciada en Artes por la Universidad de Buenos Aires y docente universitaria.
Las menciones en el séptimo arte, explica, pueden aparecer como una alusión al contexto, como ocurre en las también locales Fiebre amarilla (1982), de Javier Torre; o Resurrección (2016), de Gonzalo Calzada; o bien ocupar la esencia del relato, como en La peste (1992), de Luis Puenzo. «Basándose en la novela homónima de Albert Camus, Puenzo toma a la peste como metáfora para referir la situación de las dictaduras latinoamericanas durante los años 70», completa Gruber.
Epidemia. El protagonista, Dustin Hoffman.
El cine ha abordado esta clase de escenarios especialmente a través de la ciencia ficción, aunque a veces también recurrió a géneros como el film noire o el documental, de lo que da cuenta Pandemia, la reciente producción de Netflix. «Los avances tecnológicos abonaron estos temas, caros a la ciencia ficción. La garantía científica del género encontraría allí una veta insaciable», señala Gruber. Los títulos van desde películas como Doce monos (1995) hasta series como The Walking Dead (2010-actualidad), pasando por Epidemia (1995), Soy leyenda (2007), Contagio (2011), Black Mirror (2011-2019), Guerra Mundial Z (2013) y The Rain (2018-2019), entre muchos otros.
Para Hernán Schell, guionista y crítico de cine en Infobae y A sala llena, la popularidad del subgéneros (post)apocalíptico se debe fundamentalmente a dos motivos. Por un lado, «la lógica de Hollywood, su tendencia a la espectacularidad, hace que la ciencia ficción, donde todo es gigante, colosal, sea un terreno atractivo para los productores». Por otro lado, además de causar fascinación entre quienes las consumen, las fantasías apocalípticas resultan tranquilizadoras, a la manera de las tragedias griegas. «La posibilidad de enfrentarnos a una idea apocalíptica pero endulzada con efectos especiales, con una trama interesante, con un espectáculo entre mórbido y fascinante, hace que esa misma idea sea más digerible», observa Schell.
Perseguir la utopía
Otra argentina que recientemente ha tratado el tema de la peste pero en el ámbito de las letras es Agustina Bazterrica. En su novela Cadáver exquisito (Premio Clarín 2017) presenta una sociedad en la cual, ante la imposibilidad de consumir carne animal debido a un virus mortal, el canibalismo se ha vuelto una práctica aceptable.
«Tanto las distopías como las utopías hablan de la época en la que fueron creadas, para poner el foco en aquello que consideran denunciable, y para imaginar un mundo ideal al que habría que apuntar, respectivamente. Ambas ejercen una función crítica», advierte la autora. «Con mi novela lo que intento denunciar es la gran matriz del capitalismo, con sus submatrices opresoras como la violencia de género, la discriminación, el trabajo esclavo, la prostitución infantil, la guerra, en fin, todas las formas del maltrato y el canibalismo simbólico», señala.
«Los problemas de salud como la pandemia actual son temas complejos que atraviesan diferentes dimensiones (sociales, económicas, culturales) y deben ser abordados desde miradas disciplinarias diversas como la biomedicina, la epidemiología, la sociología, la antropología y la economía, entre otras, de una forma integrada y con la particularidad que tiene cada territorio», puntualiza el doctor Marcio Alazraqui, investigador del Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús.
«La ciencia es una forma de producción de conocimiento, no la única. Y se debe acompañar de otros saberes producidos por las poblaciones. Existe una relación muy fuerte entre el arte y la ciencia: esta produce conocimiento a partir de modelos, de tipos ideales que no son exactamente el fenómeno en estudio sino solo un recorte del mismo. Para la construcción de esos modelos, el científico debe ser creativo e inspirarse en diferentes formas de conocimiento, entre ellas, las obras de arte», reflexiona Alazraqui.
El relato artístico, en ocasiones, se adelanta a los avances científicos y tecnológicos de su época como, por dar un ejemplo, cuando Ray Bradbury con su clásico Fahrenheit 451 (1953) predijo los auriculares, los televisores de pantalla plana y los cajeros automáticos. Pero además de crear obras estimulantes para los individuos y las sociedades en su conjunto, desde tiempos inmemorables los artistas insisten en recordarle a la humanidad su lugar en el mundo, su condición de especie en convivencia con otras, su pequeñez ante la inmensidad de la naturaleza y las catastróficas consecuencias que puede tener el olvido de lo anterior.