Cultura | CARLOS ROTTEMBERG

«Nunca habíamos tenido que cerrar»

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Alejandro Lingenti

El reconocido productor analiza el auge de la actividad teatral y los recitales masivos después de la pandemia. Tendencia global y particularidades locales.

Pronóstico auspicioso. El empresario considera que, de mantenerse la curva ascendente, la movida escénica alcanzará picos récord durante 2023.

FOTO: DIEGO MARTINEZ

Hasta no hace mucho ni el empresario del espectáculo más optimista se animaba a pronosticar una recuperación del sector como la que se está viviendo en la Argentina. Ocurre en todo el mundo: la demanda para ver shows en vivo ha crecido exponencialmente, como si el paréntesis obligado por la pandemia hubiera alimentado el deseo de compartir una experiencia en comunidad. Y es lógico. Pero la particularidad del caso argentino es el contexto: una crisis económica profunda que no permite pensar en negocios muy redituables en casi ningún rubro y que sin embargo no ha impedido un boom comercial que está reflejado en datos bien concretos: Coldplay hará este año diez conciertos en River, hay fiestas de cumbia que mueven 20.000 personas y Piaf, un espectáculo protagonizado por Elena Roger que ya hizo temporadas muy exitosas no para de agotar entradas. Son apenas tres muestras de un fenómeno muy potente.
«La recuperación fue más rápida de lo que creíamos», admite el productor y empresario Carlos Rottemberg, el hombre que más sabe del negocio del teatro en Argentina. «Yo particularmente creí que iba a llevar no menos de un año y medio, pero da la sensación de que, por la curva que estamos viendo, la actividad del espectáculo en vivo va más rápido. En el cine esa recuperación es bastante más lenta, eso sí», señala. 
Teorizar sobre este asunto nos expone a errores. Pero parece bastante evidente que al poner a la sociedad cara a cara con la muerte todos los días, la pandemia terminó generando, además del desastre conocido, una necesidad de vivir el presente con más intensidad, de pensar menos en un futuro que se percibe mucho más incierto que antes. Está claro que algunos sectores sociales no participan de este fenómeno. En Argentina, más de la mitad de la población tiene preocupaciones diarias que pesan más que decidir a qué recital ir. 
«La música funciona distinto que el teatro porque necesita la masificación», aclara Rottemberg. «Arrancó un poco más tarde que la recuperación de espectáculos en vivo de menor escala, pero cuando llegó lo hizo con mucha fuerza, superando el estándar previo a la pandemia. La industria de la música está experimentando una recuperación realmente espectacular, de hecho hoy no sabemos con qué época comparar esto que está pasando. Lo vemos como algo muy llamativo».

Experiencia colectiva
Al margen de la necesidad que muchos tienen de compartir una experiencia colectiva luego de tanto tiempo de aislamiento –al fin y al cabo, eso son básicamente los conciertos masivos y los festivales como el Lollapalooza o el Primavera Sound, que tendrá en noviembre su primera edición en Argentina–, el público más joven toma menos precauciones que el más adulto. Rottemberg cuenta cómo operó esa diferencia en el mundo del teatro: «Al principio, cuando reabrimos, estaba permitido el 30% del aforo y trabajábamos con una ocupación real del 6%. La mayoría de los que venían en esa primera etapa eran jóvenes. El público más conservador de teatro, el que tiene un rango etario más alto, esperó que la vacuna se masificara para volver. Ya hace cuatro meses que llegamos a los niveles de asistencia de la época previa a la pandemia. Este 2022 ya tiene los niveles de 2019. Veremos cuál es el techo para el teatro». 
Aun cuando la tradición escénica tiene un largo y sólido desarrollo en el país, la recuperación del sector es –proporcionalmente hablando, se entiende, porque una actividad es masiva y la otra no– más lenta que la que está viviendo la música. Argentina es uno de los pocos países del mundo que tiene más espacios teatrales que pantallas de cine, pero buena parte de esas salas pertenecen al circuito independiente, el más golpeado del sector porque muchas salas alquilaban el lugar donde funcionaban y varios de los propietarios prefirieron dar de baja los contratos con los inquilinos que no podían pagar en la pandemia. Al cine también le está costando recuperar terreno, y encima tiene que convivir con la voracidad de las plataformas de streaming, un competidor complicado.
«La crisis de la pandemia no puede compararse con ninguna del pasado. Nunca habíamos tenido que cerrar las salas y tener un costo hundido total, ingresos cero», remarca Rottemeberg. «Pero hoy me animaría a decir que, si esta curva de retorno del público sigue creciendo como lo viene haciendo en los últimos meses, podemos pensar en un 2023 que compita mano a mano con los mejores momentos de la industria del teatro y la música en este país», completa.
Según los cálculos de los empresarios del rubro, son seis millones los argentinos que consumen espectáculos en vivo anualmente. Aunque parezca poco cuando se toma en cuenta la población total (47 millones de personas), el coeficiente de consumo es más alto que el de otros países. «A diferencia de otras plazas del mundo, nosotros no trabajamos pensando básicamente en el turismo. Vos vas a Broadway a ver un musical y te avisan cuando comprás la entrada que el papel protagónico lo hace Peter en lugar de John, que lo había hecho ayer, porque ahí da lo mismo. En la Argentina, en cambio, importan mucho los nombres propios. La gente va a ver a Francella, por ejemplo. Son mercados diferentes. Yo confío en que, en su propia medida, el teatro viva pronto un boom como el de la música. Porque la gente le va a poner un voto de confianza a una actividad que nunca apuró los tiempos, que priorizó lo sanitario por sobre lo comercial. Yo puse en la calle Corrientes una marquesina que apareció en diarios del exterior como El Mercurio, de Chile, y El País, de España. Decía: “Bajemos el telón para cuidarnos. Habrá tiempo para volver al teatro”. Ese tipo de mensajes terminaron dándole seguridad a la gente. Lo que está pasando ahora revela que hay un lazo muy fuerte que nos une con los espectadores, una relación que no es tan fácil disolver».

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