El escritor platense, que entre otras distinciones había recibido el Premio Floreal a las Artes y las Ciencias Sociales en el CCC, produjo en su corta vida una obra personal que lo ubica entre lo más destacado de la literatura argentina contemporánea.
22 de mayo de 2019
Voz propia. Dolor por la muerte del autor de Inglaterra. Una fábula y Una misma noche. (Astiazaran/AFP/Dachary)Murió el dueño de una prosa cautivante y musical. Leopoldo Brizuela había logrado en su corta vida una voz propia que en su última novela, Ensenada. Una memoria, se multiplicó en personajes entrañables, anacrónicos, como ecos espectrales de su infancia. Era una nostalgia semántica. Años atrás, en plena escritura de ese libro, había pedido a sus amigos de las redes sociales que le acercaran maneras del lenguaje popular de los años 50, expresiones como «Me cachaste», «Me importa un bledo», «Me tomás para el churrete», que él disfrutaba como un arqueólogo del habla cotidiana y que puso en boca de Poliya, la tía Beba, Toto, Gogo y Toni.
No es extraño que se destaque la musicalidad en la escritura de Brizuela. Era un amante obsesivo de la música popular y un estudioso de Amalia Rodríguez, Mercedes Sosa, Dina Rot, Lolita Torres («la ídola de mi madre»), Leda Valladares y, sobre todo, María Elena Walsh. «Cuando era adolescente me iba de mi casa de La Plata a su departamento de la calle Sánchez de Bustamante 2156, puntualmente una vez por semana. María Elena fue un faro para mí», decía. Hijo de un riojano y con ascendencia indígena por parte de madre, le interesaba el folclore norteño, las coplas anónimas, Los Hermanos Ábalos. Tocaba el piano y estudió canto ancestral con Leda Valladares, a quien le produjo ciclos y discos.
Encaró dos carreras universitarias, que no terminó: Derecho y Letras. Fue traductor de obras de Henry James, Flannery O’Connor y Eudora Welty. De O’Connor solía citar una frase: «No escribo lo que pienso, sino para saber lo que pienso». Mucho antes de la ola verde, puso el foco en la literatura hecha por mujeres. Sus lecturas iniciáticas, cuando recién había aprendido a leer, fueron novelas y cuentos de Marta Lynch y Silvina Bullrich.
Maestro del oficio
Brizuela dio y tomó talleres. Cuando los dictó él, podían ocurrir en sitios que le garantizaran una mirada diferente, como el Penal de Olmos. No declamaba, pero entendía que la literatura podía cumplir una función social. Diferenciaba los talleres que buscaban el simple hecho económico de los que se brindan a conciencia. «Hay preguntas que nadie se haría seriamente respecto de otras profesiones. ¿Se puede aprender la medicina? Por supuesto. Pero ¿se aprende a escribir en un taller? Bueno, no se aprende todo. ¿Se aprende a cantar con un maestro de canto? Y, no, tenés que tener una personalidad, una disciplina, pero algo te va a ayudar. Si la pregunta tiene que ser respondida sí o sí de manera absoluta es: “No, no se puede enseñar a escribir”. Pero es obvio que alguien va a escribir mejor si se preocupa y escribe cotidianamente. Nunca va a estar de más aprender, a nadie le puede hacer mal saber que tal novela existe o que tal autor existe y que trabaja de determinada forma», opinaba.
Publicó su primera novela, Tejiendo agua, a los 22 años. La década del 90 fue por demás proteica: tradujo muchísimo y editó el libro de poemas Fado y la novela Inglaterra. Una fábula, con la que ganó el premio Clarín. Siguió con Lisboa. Un melodrama y con Una misma noche. Fue escritor residente en Canadá y en los Estados Unidos y becado en Portugal para investigar su tan admirada cultura lusitana.
En 2016 encaró desde la Biblioteca Nacional un trabajo de rescate de los archivos personales de diferentes escritores, como Abelardo Arias, Oscar Hermes Villordo, Alberto Williams, Olga Costa Vivas y Liborio Justo. En ese año, el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (IMFC) y el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini le entregaron el Premio Floreal a las Artes y las Ciencias Sociales.
No paraba: su vida era literatura pura. Solo lo detuvo una enfermedad cruel que trató de neutralizar con coraje y, acaso, con optimismo. En 2013 la inundación de La Plata arruinó miles de libros de la biblioteca de su hogar en Tolosa. Se sintió arrasado, desolado. Algo parecido sentimos todos los que conocimos a Leopoldo Brizuela.