La escritora y dramaturga obtuvo un premio Estrella de Mar por una obra montada en la temporada veraniega de Mar del Plata. Su pieza más reciente, La cajita de Jaspe, llegó a la cartelera porteña. La producción de textos entre el teatro y la narrativa.
14 de marzo de 2019
Satisfacción. La autora cuenta que lloró de la emoción cuando se estrenó La Varsovia. (3Estudio/Juan Quiles)
Escribir teatro es escuchar muchas voces, las de los personajes. Y es, a la vez, como estar en una montaña rusa, por la variedad de emociones que conlleva». Quien así procura una definición del oficio del dramaturgo es Patricia Suárez, hacedora de una larga y premiada trayectoria en ese arte.
Nacida en Rosario, su derrotero la llevó, en un principio, a cursar unos años la carrera de Psicología y después la de Antropología en la Universidad Nacional de Rosario. Ambas experiencias fueron puente directo y base sólida para optar finalmente por la escritura de narrativa y de teatro, ejercidas en paralelo. Para la segunda estudió desde 1999, durante tres años, con el consagrado maestro Mauricio Kartun.
Podría rastrearse un auspicioso inicio con la obtención, en 1993, del Premio de Obras Teatrales «Enrique García Velloso» por las obras cortas Basta y Vestido de novia, escritas en colaboración con Pablo Romano. También fue un hito su trilogía teatral Las polacas, estrenada en Buenos Aires en 2002, con la dirección de Clara Pando, Elvira Onetto y Laura Yusem.
«La dramaturgia es lo que me ha dado más satisfacción. Cuando vi la primera representación de la segunda obra de mi trilogía, La Varsovia, me fui al camarín del teatro a llorar de la emoción. No tengo parientes ni familia polaca, pero fue fuerte ver a los actores y su gran trabajo para corporizar la escritura. Siento que es como un terremoto. Y esa sensación no la cambio por nada», dice Suárez a Acción.
Vivencias personales
Sus textos dramáticos han sido distinguidos con importantes premios. Por ejemplo, El tapadito obtuvo en 2005 el 2° premio en el Concurso de obras inéditas del Instituto Nacional de Teatro; Natalina recibió el 1er Premio Latinoamericano Argentores en 2011 y el premio Estrella de Mar en 2017 como mejor drama. En 2015, La virgen del colibrí se quedó con el Premio Anual de la Legislatura porteña. Y muchas de sus piezas fueron vistas en teatros de Caracas, La Paz, Washington o Madrid, entre otras ciudades del mundo.
«Todos los premios son valiosos porque, en principio, te dan un poco de visibilidad. Pero, a la vez, significa que tenés que tener habilidad para capitalizar eso escribiendo más. Es un fuerte estímulo a la producción. A nivel general, lo más importante es que intensifican la actividad del ámbito teatral de un país», señala.
La producción narrativa de Suárez también ha sido reconocida. La novela Perdida en el momento ganó el Premio Clarín 2003. También fueron galardonados sus libros de cuentos Brindar con extraños y El árbol de limón. «Cuando uno escribe novelas o cuentos tiene que saber a dónde va, cuál es el final, como planteaba Horacio Quiroga; pero en teatro los personajes se desarrollan solos, es maravilloso».
Durante la reciente temporada marplatense, en el teatro Auditorium se pudo ver Podemos ser felices todavía, de la cual es coautora junto con Adriana Tursi. La obra obtuvo el Premio Estrella de Mar en la categoría Autor Nacional. Actualmente se puede disfrutar en Buenos Aires de la puesta de su creación más reciente, La cajita de Jaspe, en Tadron Teatro. La pieza es una apuesta fuerte en torno a la identidad y el silencio que se expresa en la historia de una sobreviviente del Holocausto.
Frente a la hoja en blanco, el motor que impulsa el trabajo varía en cada caso. Según la escritora, el sentimiento de placer por lo que se está contando es la brújula que indica que la conjunción de voces y acciones está funcionando. «Si sufro con lo que escribo, no sirve», remata. «El sufrimiento es engañadizo, quizás estoy poniendo cosas mías en esa historia que el espectador no tiene por qué vivenciar. Pero si me río, voy por buen camino».