La nueva edición de sus diarios y los relanzamientos de su obra poética y sus textos en prosa vuelven a poner en el centro de la escena a una figura clave de la literatura argentina. El hallazgo de manuscritos desconocidos y correspondencia inédita.
28 de noviembre de 2018
Intimidad. Junto con su producción poética, se publican sus documentos privados.En ¿Qué es un autor?, uno de sus textos clásicos, Michel Foucault analizó el funcionamiento del nombre del autor en la cultura occidental y sus efectos en la definición de la obra. Si todo lo que dejaba escrito un autor formaba parte de su producción, había que preguntarse dónde se encontraba el límite y cuál era el argumento, decía el filósofo francés, para distinguir un texto de una boleta del lavadero. La industria editorial, aunque no se interrogue demasiado al respecto, confronta con el problema cada vez que publica inéditos, correspondencia y diarios de escritores consagrados. El caso de Alejandra Pizarnik, entre los más recientes en el ámbito local, agrega a la cuestión una polémica que data desde la aparición de sus Diarios (2003) y que se renueva con el hallazgo de papeles y manuscritos desconocidos.
Desde su muerte, en 1972, Pizarnik representó una figura de fuerte impacto entre los lectores jóvenes y su obra constituyó para muchos una vía de iniciación en la poesía. Los relanzamientos de su producción poética y sus textos en prosa y la nueva edición de los Diarios, publicada en España en 2016 y notablemente aumentada (1.104 páginas, el doble de la anterior), prueba su actualidad y la atracción que ejerce, tanto como su fotografía en el packaging exhibido en las grandes librerías.
Ana Becciu, albacea de Pizarnik, relató el recorrido de los papeles en «Los avatares de su legado», un artículo escrito a propósito de la primera edición de los Diarios. A la muerte de la poeta, dijo, ella y Olga Orozco se encargaron de ordenar sus papeles –y establecer las versiones de muchos de sus textos– en el departamento donde vivía en Buenos Aires, en la calle Montevideo. Así, compilaron un conjunto de inéditos para un libro que recién se publicaría en 1985, con el título Texto de sombra y últimos poemas.
Los papeles estuvieron guardados primero en un estudio jurídico, después en la casa de Orozco y, finalmente, ante el temor de que se perdieran en medio de la última dictadura militar, la fotógrafa Martha Moia los sacó del país en 1977 en barco, en dos grandes bolsas. El propósito era entregárselos a Julio Cortázar para llevarlos a una institución segura, pero diversas circunstancias demoraron la gestión –entre ellas, la resistencia de Moia a desprenderse de una parte de los textos– y recién en 1999, a través de Aurora Bernárdez, ingresaron a la biblioteca de la Universidad de Princeton.
Fue entonces que se constituyó formalmente el archivo Alejandra Pizarnik, un repositorio que incluye los diarios de la escritora, manuscritos, dibujos, correspondencia y «una especie de novela que estaba escribiendo, Otoño o los de arriba, sobre unos vecinos con los que estaba obsesionada por los ruidos que hacían», detalla Evelyn Galiazo, investigadora de la Biblioteca Nacional especializada en la obra de Pizarnik.
«Todo ello está resguardado y a disposición de quienes deseen acceder al estudio y análisis de su obra», dijo Becciu. Pero lo cierto es que muy pocos investigadores se encuentran en condiciones de acceder a la Universidad de Princeton, que para el caso particular de los diarios de Pizarnik impone la consulta personal de los textos en la biblioteca de la institución e impide tomar fotografías y sacar fotocopias.
En Buenos Aires
Mientras los papeles salían de incógnito hacia Europa, la biblioteca personal de Pizarnik quedó en Buenos Aires. Una parte (400 volúmenes) fue recibida por la Biblioteca Nacional del Maestro por donación de Ana Becciu, mientras que en agosto de 2007 la Biblioteca Nacional compró otros 650 libros. Entre las páginas de algunos ejemplares –la mayoría fechados en los años 50– se encontraron documentos como hojas manuscritas y mecanografiadas con anotaciones varias, poemas, cartas y algunos recortes periodísticos.
A ese corpus se suman ahora otros 120 libros y un conjunto de papeles y manuscritos cuya existencia se desconocía. El material fue donado a la Biblioteca Nacional por Myriam Pizarnik, hermana de la poeta, y «es del mismo nivel que los depositados en Princeton», afirma Evelyn Galiazo.
La investigadora de la Biblioteca Nacional destaca que el conjunto incluye carpetas que documentan diversas actividades de Pizarnik alrededor de sus poemas. «Por ejemplo, el registro que hacía de sus propias publicaciones», señala. «Ella armaba su propio archivo, con recortes periodísticos de notas que publicaba o que escribían sobre ella. También hay traducciones, manuscritos y originales mecanografiados y corregidos a mano por escritores amigos, entre ellos Enrique Pezzoni».
A la vez, «aparecen libros importantes para el estudio de las distintas influencias en la obra de Pizarnik, como una edición de las Voces, de Antonio Porchia, subrayada y comentada. Y otras referencias más insospechadas, por ejemplo, Alfonsina Storni o Leopoldo Lugones, poetas que uno no hubiera imaginado en la biblioteca de Pizarnik, y menos como parte de su poesía personal». La autora de Árbol de Diana (1962) y Extracción de la piedra de locura (1968) llevaba cuadernos con frases o versos de otros escritores –«cosas recortadas de otros lados, robadas directamente»– bajo el título «Casa de citas», que aludía a la vez, agrega Galiazo, al hecho de la copia y la reescritura y también al prostíbulo, «uno de sus juegos paródicos con el doble sentido, como cuando se refería a la Facultad de Letras llamándola “facultad de letrinas”».
Galiazo transcribió y compuso un catálogo con las marcas, comentarios y subrayados de diverso tipo que hizo Pizarnik en sus libros. «Si bien algunos libros le generan una devoción suprema, muchos otros están tachados», apunta. Se trata de un conjunto de claves y apuntes marginales que «iluminan de un modo particular las estrategias a través de las cuales se apropiaba de la tradición e, inscribiéndose en ella, la alteraba de manera fundamental».
Constelación de textos
La polémica que rodeó a la primera edición de los Diarios estuvo centrada en la censura, atribuida a un pedido de Myriam Pizarnik, de pasajes con connotaciones sexuales o que aludían a relaciones lésbicas y violencia física.
Becciu dijo que se había guiado por el deseo que Alejandra Pizarnik le transmitió de publicar sus textos como un «diario de escritora», con el de Virginia Woolf como modelo, que se ajustara a «determinadas pautas editoriales» y contemplara el respeto a la intimidad de terceras personas y a la intimidad de la propia Pizarnik y su familia. Entre las críticas que recibió, la ensayista Patricia Venti definió a la edición como «un texto reconstruido al gusto del mercado y según la ideología de la casa editora», al señalar que se habían suprimido 120 entradas, además de excluir los años 1971-1972 y de omitir el señalamiento de fragmentos expurgados.
Agotada la primera edición, la idea de reeditar la obra en Lumen fue un motivo para revisar los criterios y la presentación de los textos. Becciu sostiene en el nuevo prólogo que «los diarios de escritores suelen ser de publicación póstuma» y el hecho de que Pizarnik haya conservado los suyos, reescribiéndolos hasta último momento, prueba que formaban parte de sus proyectos de escritura.
Los Diarios incorporaron entonces los textos escritos por Pizarnik a partir de 1954 en cuadernos, hojas mecanografiadas, manuscritos sueltos, «hojitas tamaño libreta» y las tres versiones de las notas tomadas durante su residencia en París entre 1960 y 1964. Pese a que la editorial los presenta como «edición definitiva», quedaron afuera los registros del período 1971-1972, nuevamente por respeto a la intimidad de las personas aludidas.
«El archivo de Pizarnik tiene forma de diáspora», dice Galiazo. A diferencia del caso típico en que la familia de un autor, a su muerte, dona o vende sus materiales a una biblioteca, «con sus manuscritos y libros se produce una especie de fuga, una dispersión, una constelación de textos que aparecen en distintos lugares».
La Biblioteca Nacional de Uruguay digitalizó así la correspondencia que Pizarnik sostuvo con la poeta Clara Silva entre 1955 y 1965, mientras en Francia se anuncia la edición del epistolario con el escritor André Pieyre de Mandiargues y en Argentina sigue inédita la correspondencia con Roberto Juarroz.
Los manuscritos y libros de Pizarnik incorporados por la Biblioteca Nacional se encuentran ahora en proceso de catalogación. «El material tiene un valor enorme», dice Evelyn Galiazo. «Hay que ver el archivo, entrar en contacto con los documentos. Este hallazgo abre muchas posibilidades para los investigadores argentinos».