Cultura

Movimiento constante

Tiempo de lectura: ...

Películas, fotografías, libros y obras de teatro abordan desde diversas estéticas las historias de algunas de las millones de personas que abandonan su lugar de origen en busca de un mejor presente. La perspectiva argentina y latinoamericana.

Familia. Para realizar su retrato de los senegaleses, Pousthomis convivió con ellos. (Nicolas Pousthomis/Sub.coop/Picturetank)

Desde que la humanidad comenzó a mitigar su tendencia al sedentarismo, el nomadismose convirtió en una posibilidad concreta. «Los argentinos vinimos de los barcos», la frase atribuida a Domingo Faustino Sarmiento, describe la conformación de nuestro país. Hoy el movimiento por tierra, agua y aire expresa los avatares de la sociedad contemporánea.
Exilios por cuestiones políticas, huidas en busca de mejores oportunidades, escapes para vivir nuevas aventuras en tierras desconocidas marcan, quizá como ningún otro síntoma, el devenir de la sociedad de nuestros días. El arte en sus variadas expresiones se hace eco de estos movimientos voluntarios o forzados.
A pocos metros de Retiro, la Ciudad de Buenos Aires cuenta con el Centro de Arte Contemporáneo (CEAC), ubicado en el viejo Hotel de Inmigrantes, el sitio exacto a donde llegaban esas y esos que vinieron de los barcos. Allí se exhibió recientemente la muestra Caminantes.
Aníbal Jozami, director del Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, del que depende el CEAC, explica que se trató de «una muestra a la que convocamos a participar a cualquier ciudadano, no a artistas, para que diesen cuenta de los movimientos migratorios que se sucedieron no solo desde el exterior hacia nuestro país, sino también dentro de él».
Lena Szankay, una de las curadoras de la muestra, destaca a algunos de los participantes que le parecieron más originales en sus propuestas. Entre ellos menciona a Laura Ortego, con su ensayo de los migrantes venidos de Laos durante la dictadura militar; y la serie de Jorge Mónaco sobre los menonitas, la comunidad de origen alemán que lleva décadas instalada en nuestro país.
«En 2010 conocí Laos y el río Mekong, columna vertebral de los laosianos», cuenta Ortego sobre su trabajo. «Cuando volví a Argentina supe por un informe de la Dirección Nacional de Población que a fines de la década del 70, en respuesta a una convocatoria de las Naciones Unidas, la dictadura militar acogió a un grupo de laosianos que venían de campos de refugiados en Tailandia. Leí en ese informe: “Con esta iniciativa la Junta Militar buscaba mostrarse respetuosa de los derechos humanos y contrarrestar las denuncias en su contra. Sin un plan estatal trazado, con dificultades para acceder al trabajo y la vivienda, y con la prohibición de instalarse en la Capital, los refugiados quedaron desperdigados y librados a su suerte en distintos pueblos y ciudades del interior del país: Posadas, Chascomús, Los Toldos, Salta, Río Negro”».
A partir de esa información, sigue Ortego, comenzó a pensar «en todas las contradicciones y proyectos diezmados que la dictadura fue dejando. Surgieron en mi cabeza imágenes de vías muertas, autopistas inconclusas, pero una muy concreta y cargada de sinsentido se presentó con fuerza: un laosiano en un pueblo de la provincia de Buenos Aires; eso me motivó a traducir los datos duros del informe a historias concretas».

Éxodo reciente
Desde que en Venezuela el oro negro se convirtió en una quimera y ya es difícil conseguir una aspirina y la inflación proyectada para 2019 llega a cifras estrafalarias, muchos venezolanos empezaron a abandonar su tierra hacia otros países del continente, entre los que se encuentra Argentina. ¿Quién no se cruzó con un conductor de Uber con tono caribeño, con un artista caraqueño en algún vernissage o con un universitario ganándose la vida en un bar de Palermo?
De este fenómeno da cuenta el libro El éxodo venezolano: entre el exilio y la emigración, publicado recientemente por el Observatorio Iberoamericano sobre Movilidad Humana, Migraciones y Desarrollo. El texto contiene una serie de ensayos que profundizan sobre las razones por las que millones de venezolanos han dejado su tierra natal para trasladarse a otros países. José Koechlin, editor del libro, comenta al respecto: «Buscamos ver de qué manera podemos integrar en nuestras sociedades a los venezolanos que han migrado en los últimos años. El libro se basa en testimonios y vivencias concretas, que plantean a su vez distintas problemáticas de integración. Buscamos que los países receptores puedan diseñar políticas públicas, de modo que el profesional venezolano encuentre un espacio digno donde continuar con su vida».

El grito. Escena de la libanesa Panoptic.

Volviendo al rubro fotográfico, vale la pena mencionar un ensayo del colectivo SubCoop, realizado por encargo de la ACNUR y que hoy forma parte de su patrimonio visual. El trabajo se centró en cinco refugiados, perseguidos políticos de distintos países. Se destaca la perspectiva de Nicolás Pousthomis, que convivió con una familia senegalesa que pudo encontrar su tierra prometida en los bordes del Conurbano bonaerense. Este ensayo repone un álgido tema de la historia nacional: el de los afrodescendientes como parte del sedimento que construyó nuestro país.

Diversidad en pantalla
El cine también se hace eco de este fenómeno. En Buenos Aires tiene lugar desde hace diez años el Festival de Cine Migrante, cuya próxima edición se llevará a cabo del 11 al 22 de septiembre. Según su directora, Florencia Mazzadi, el encuentro busca «promover el diálogo intercultural y la integración de las culturas de los diferentes espacios, regiones y territorios de Argentina, Latinoamérica y el mundo, difundiendo obras cinematográficas que retratan la realidad social de aquellos que por diversas causas hemos tenido que movernos, migrar o habitar otros territorios».
Gracias al festival se pudieron ver en el país películas como Panoptic, la ganadora del año pasado, de la libanesa Rana Eid. El film despliega la carta de una hija al padre fallecido en un intento de reconciliarse con el turbulento pasado de su país, el Líbano. La trama se adentra en los subterráneos de Beirut para explorar la esquizofrenia de una nación que prospera en la modernidad mientras que, irónicamente, ignora los problemas que obstruyen los logros de esta supuesta modernidad. En la edición pasada, el premio de la ACNUR recayó sobre Mr. Gay Siria, del turco Ayse Tropak, que sigue a dos refugiados homosexuales de procedencia siria que intentan reconstruir sus vidas.
Fuera de este marco y tomando a la migración como autoexilio, se destacan las películas del argentino Javier Olivera, que después de pasar por Montevideo, donde dirigió La sombra, se instaló en Madrid, ciudad en la que filmó La extraña. Nota sobre el autoexilio. Estrenada en el DocBsAs y con un exitoso paso por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, la última se estrenará en las salas porteñas antes de fin de año.
En el ámbito internacional cabe mencionar Regreso a Ítaca, del francés Lauren Cantet (Recursos humanos, El empleo del tiempo), que narra el regreso a La Habana de un cubano «legalmente exiliado en Madrid». Protagonizada por Jorge Perugorría, está basada en la novela homónima de Leonardo Padura, también autor del guion. «Uno es del país donde tiene amigos», dice Cantet sobre su obra. «El personaje de Amadeo no puede escribir fuera de Cuba. Me interesaba mucho observarlo porque me recuerda mucho a Padura, que nunca pudo salir de Cuba y que necesita a la isla para escribir. Para mí, que tengo tendencia a viajar para filmar, me sorprenden esas cosas y, al mismo tiempo, las admiro: ese sentimiento de pertenencia a un sitio, a un lugar».

Estás leyendo:

Cultura

Movimiento constante