Cultura | LA VIGENCIA DEL MELODRAMA

Larga vida al culebrón

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Juan Pablo Russo

La huella del género se puede rastrear desde las telenovelas hasta las series contemporáneas, pasando por el cine clásico. Opinan los especialistas.

Frutos. Rolando Rivas, taxista, hito de la pantalla chica local y la película Todo sobre mi madre de Almodóvar, comparten la misma raíz.

(PRENSA)

De Rolando Rivas, taxista a This Is Us; de los culebrones mexicanos a las novelas turcas; de Una voz en el teléfono a la sensación LGBTQI+ de Generation; de Pobre diabla a ¿Quién mató a Sara?; de Alberto Migré a Pedro Almodóvar. Los melodramas siguen tan vigentes como hace medio siglo, conquistando al público gracias a una serie de historias románticas, inexorablemente fatalistas, que ponen en pantalla una tensión dramática que mueve grandes pasiones.
También llamadas «novelas rosas», por su carácter lacrimógeno o sensiblero, son dramones o folletines telenovelescos. Pero hay exponentes sublimes del género, que constituyen reliquias cinematográficas: Lo que el viento se llevó (Fleming), Senso (Visconti), Tess (Polanski), La historia de Adela H. (Truffaut), Imitación a la vida (Sirk), Todo sobre mi madre (Almodóvar) y Lejos del paraíso (Haynes), por citar solo algunos ejemplos donde el amor ocupa el centro de la escena y los espectadores sufren con las tribulaciones de los personajes.
Licenciado en Artes, profesor de la UBA en las carreras de Filosofía y Letras y Diseño de Imagen y Sonido, y autor de varios libros sobre cine argentino, Ricardo Manetti sostiene que «en todos los casos prima la normativa del género: la defensa del honor femenino, la glorificación del arquetipo maternal, el sacrificio de la dama y su renunciamiento, y el castigo ejemplarizado para las mujeres que se atreven a gozar con su deseo».
«El melodrama tiene que ver con los sentimientos», observa Nora Mazziotti, investigadora, responsable de OBITEL (Observatorio Iberoamericano de la Ficción Televisiva) y coordinadora de la carrera de guionistas de radio y televisión del ISER. «Es muy difícil expresar los sentimientos en sociedades exigentes porque implica mostrarse. El melodrama nos permite conectarnos con el mundo de las emociones, el amor, el odio, las broncas. Uno como espectador se conecta con esa fibra sensible interna y entra en contacto con lo que no se atreve a decir», agrega.
En los últimos años, con el resurgimiento de las series, algunas ficciones que se destacaron por su repercusión fueron presentadas como innovadoras o atípicas. Al distanciarse de los cánones de producción más tradicionales, estas historias se resisten a ser catalogadas con las etiquetas de los géneros. Se podría decir que van desde la comedia al drama, coquetean con el realismo mágico y la ciencia ficción, pero todas explotan los recursos del melodrama. Entre ellas se anotan Babylon Berlín, This Is Us, Grey’s Anatomy, incluso los thrillers Big Little Lies o The Undoing.

Estallido global
Mazziotti apunta que el mercado se corrió de nuevo hacia la esencia del melodrama a partir del envión de las telenovelas turcas. «Siempre hay necesidad de una historia que atrape, de un mundo bipolar con el cual uno pueda identificarse o proyectarse», dice.
Ni los propios turcos vieron venir semejante éxito global. Primero probaron con comedias, pero no lograron traspasar las fronteras. Y entonces apostaron a las sagas románticas y familiares que cambiaron el paradigma de su industria. Hoy el mundo habla de las producciones turcas, que invaden la televisión y las plataformas de streaming. «Son tramas universales. A ello hay que sumar guiones de factura clásica, bien trabajados y con ambientaciones muy cuidadas, sobre todo las históricas», comenta el periodista español Jordi Joan Baños, corresponsal en Estambul de La Vanguardia de Barcelona.
Turquía es el segundo país exportador de contenido audiovisual dramático, solo por detrás de Estados Unidos. En los televisores de acá, allá y todas partes el espectador se traslada imaginariamente a paisajes como el Bósforo o a las calles coloridas de Estambul. «La modernidad a medio camino terminó siendo una bendición para las ventas internacionales, porque lo mismo triunfan en Barcelona que en Beijing, en Karachi que en Belgrado y en Buenos Aires que en Argel. Algo impensable hace quince años», señala Baños.
El boom de las telenovelas turcas en Argentina comenzó en 2015, cuando desembarcó Las mil y una noches en El Trece. El ciclo alcanzó números de rating que en aquel entonces solo conseguía Marcelo Tinelli. Luego vendrían El Sultán, Elif, Qué culpa tiene Fatmagül, Mi vida eres tú, Alas rotas, Lazos de sangre y Todo por mi hija. El último gran éxito se llama Doctor Milagro, que suele rankear entre los tres programas más vistos de Telefe.

Casos. Qué culpa tiene Fatmagül y This Is Us.

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Para Víctor Agú, experimentado guionista y colaborador de Alberto Migré en tiras como Inconquistable corazón, el género sigue siendo exitoso porque la audiencia lo elige. «La televisión probó con otras fórmulas, que funcionaron por un tiempo pero se agotaron. Siempre se vuelve al melodrama. Claro que no es igual el de hoy que aquellos que escribíamos con Migré, porque la vida no es la misma. El melodrama también fue cambiando, pero la raíz termina siendo igual. Y, en ese sentido, las novelas turcas lo hacen bien», dice en diálogo con Acción.

Marca latinoamericana
Las bioseries también apelaron al melodrama como parte de su fórmula exitosa para narrar la vida de las celebridades. La oferta incluye nombres tan variados como Luis Miguel, el ícono trans español La Veneno, la escritora chilena Isabel Allende, el futbolista Carlos Tevez, el grupo Menudo, la malograda cantante Selena o el astro mundial Diego Maradona.
«Incluso Monzón toma elementos del melodrama para reconstruir la vida del boxeador femicida», dice Agú. «No solo buscan contar la vida de personas reconocidas, sino que adoptan al melodrama como principal estrategia narrativa para desarrollar personajes que se sienten vacíos y buscan, desesperadamente, el amor y la comprensión», completa.
«La bioserie no solo presupone una buena calidad de producción, sino también un determinado grado de melodrama, casi similar a una telenovela pero que también puede mostrar acontecimientos del pasado, públicos y colectivos», sostiene el mexicano David González Hernández, doctor en Comunicación y coordinador del proyecto de investigación «Las audiencias mexicanas en la era de Netflix y ficciones de iconos de la cultura popular» en la Universidad Jesuita de Guadalajara.
Si la interrupción de la suspicacia define la relación del espectador con la ficción, en el melodrama se podría decir que esta se exalta. Con el advenimiento de las plataformas, el género empezó a viajar por el mundo. Las españolas Las chicas del cable, Gran Hotel o Velvet; adaptaciones literarias como El tiempo entre costuras o Inés del alma mía lograron impensados niveles de audiencia en lugares tan disímiles como Italia, Latinoamérica o Europa del Este.
Autora de libros como La industria de la telenovela y El espectáculo de la pasión, Mazziotti considera que una de las claves de su vigencia es que se trata de un género muy marcado. «Está el bien de un lado y el mal del otro. Todo el tiempo el espectador busca identificarse y quiere que las cosas salgan bien. El melodrama siempre cuenta historias donde hay un amor imposible e inmenso que vence obstáculos. Esa lucha es lo que hace que uno siga una historia y quiera meterse adentro de ese mundo de emociones».
Fue el célebre cineasta mexicano Arturo Ripstein quien dijo que el melodrama es «una de las marcas fuertes de lo latinoamericano». Mientras que el teórico español recientemente fallecido Jesús Martín-Barbero, autor del libro Televisión y melodrama, escribió que el género tiene su propia estética y sus opciones narrativas se reducen a cuatro estereotipos: el héroe, la víctima, el malvado y el bobo. La realidad es, que más allá de los prejuicios, su viaje lo lleva cada vez más lejos. Creadores, productores y programadores de canales de televisión y plataformas se dieron cuenta de que siempre tendrá un público fiel.

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