Crecieron y se multiplicaron al calor de las redes sociales, en las que comparten con miles de seguidores sus gustos sobre temas como el cine, las series, los libros y la tecnología. Los nuevos formadores de opinión compiten con los medios tradicionales.
25 de julio de 2018
(Pablo Blasberg)
Entre los diez libros de no ficción más vendidos en 2017 por la plataforma Amazon de España, se ubicó Objetivo: #Influencer, de Cristina Blanco. Inmersa en el mundo de la moda, la autora es la reina española del marketing digital. En Argentina, en el ámbito de la cultura, son cada vez más las y los jóvenes que, sin ser profesionales ni celebridades, cuentan con miles de seguidores de Instagram, Facebook, Twitter y YouTube que se identifican con sus publicaciones.
Según los entendidos en la materia, el influencer es una persona que cuenta con un saber sobre un tema determinado (películas, series, libros, tecnología, autos, vida saludable, etcétera) y que, a partir de las redes sociales, desarrolla una estrategia de comunicación con el fin de conectarse con sus pares. Mediante un sistema de afinidades, lo que termina por construir es una comunidad de intereses.
Las publicaciones de los influencers en el espacio virtual suelen tener más injerencia que un diario, un sitio web o un canal de televisión. Y ahora son los grandes medios los que van en busca de ellos para que el mensaje llegue al público. Doctor en Ciencias de la información, investigador del Conicet y especialista en industrias culturales, Martín Becerra explica que «las redes sociales resuelven de modo distinto el factor de la recomendación y, en consecuencia, introducen nuevas interacciones y prácticas a la hora de que alguien sea influido por otra persona para realizar un consumo cultural».
Según Becerra, «algunos medios intentan captar y atraer a influencers nacidos y criados en el mundo de las redes sociales, mientras que otros imitan sus modos, pero buscan seguir generando sus propios cuadros. Podemos decir que hoy la competencia es mayor y que los medios perdieron el monopolio de la circulación masiva de la opinión en los temas culturales».
Contenido pasional
Harry es el seudónimo detrás de la cuenta Nerd Profiles. Lo suyo son las películas, las series y «otras nerdeadas», la materia prima de sus podcasts y su canal de YouTube, en el que tiene alrededor de 60.000 suscriptores. «Para mí solo fue cuestión de tomar coraje, prender la cámara y empezar a hablar. Tiene que haber mucha constancia y trabajo para crecer, pero de entrada lo único que necesitás es una idea y ganas de jugar un poco», cuenta Harry. Su sostén económico es un trabajo en una agencia de publicidad: aún no ha ganado dinero como influencer, pero eso no lo desanima a subir todos los días una foto en Instagram o tuitear sobre sus temas predilectos.
En el caso de Elis Black (alias de Eliana Masci), ser influencer le abrió una puerta para conseguir trabajo como editora de la revista de cine La Cosa. Su red con más interacción es Instagram, en la que abundan posteos de Harry Potter, películas de Disney, series y libros. «Desde mi lugar prefiero usar mi voz mezclando lo profesional y lo personal. La mayoría de los influencers no somos críticos especializados, sino que trabajamos desde una experiencia más personal», cuenta a Acción.
Hernán Panessi es periodista y, con alrededor de 15.000 seguidores en Twitter, es en la red del pajarito en la que logra mayor interacción con su audiencia. En estos años, ha logrado tener auspicios de marcas y conseguir empleos en radios y medios gráficos y digitales a los que les interesa su propuesta. «Comparto contenido de una manera muy genuina. No hago cosas que queden por fuera de mi rango», dice.
La clave del mundo influencer radica en transmitir al público una pasión por un determinado tema. Sus exponentes logran identificación al demostrar que disfrutan lo que hacen. Para los medios y los teóricos de la comunicación, aún son un caso para estudiar en un universo, el de las redes sociales, que parece no tener techo.