Cultura

Intérpretes unidos

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Con la entrada en escena de las plataformas online, el cambio de paradigma en la industria discográfica plantea un dilema a la hora de repartir los ingresos generados. La posición de AADI, la entidad que nuclea a los ejecutantes de las piezas grabadas.


Historia viva. El Comité Ejecutivo de AADI está integrado por Ledesma, Cabarcos, Balestro, Malvicino, Rinaldi, Cirigliano y Bartolucci. (Diego Martínez)

Los músicos hacen fila prolijamente para cobrar sus derechos de intérprete. Es lunes al mediodía y desfilan viejos conocidos. Ahí viene Pablo Guyot, pasa Facundo Saravia. Rubén Rada cruzó el charco con su hija Julieta, y se saca selfies con un empleado. Es una caravana interminable, como dice el tango. Estamos en la Asociación Argentina de Intérpretes (AADI). Tweety González –suerte de cuarto Soda Stereo en su momento, actualmente un agitador de los nuevos valores del rock– reflexiona y dice: «El tema digital es la gran encrucijada del cobro de los derechos. Es una cuestión mundial. Cómo hacer con lo que se emite en las diferentes plataformas. No es fácil. Más allá de eso, AADI viene haciendo un trabajo excelente. Es impecable la atención al público, la transparencia de las liquidaciones. No hay muchos países donde los intérpretes cobren. Ni siquiera Estados Unidos tiene una entidad como AADI».
El invierno se puso frío y detrás de la puerta de una sala del quinto piso de ese elegante edificio de la calle Viamonte al 1600, frente al pasaje Dellepiane, se escucha una vigorosa voz entonando un fragmento del Himno Nacional. A capella, la versión se escucha vibrante, emotiva. La voz suena conocida, hasta familiar. Se abre la puerta y ahí está: Susana Rinaldi, emponchada. De pie, orbita una larga mesa, calienta sus cuerdas vocales con la canción patria porque sí, como matiz de espera al resto de los integrantes del Comité Ejecutivo. Uno a uno, van llegando. Como todos los lunes en la sede central de AADI hay reunión: un mix de añejas amistades, alguna tensión, café.
De otra puerta del laberíntico piso, asoma Horacio Malvicino con sus 88 años y se ubica en la cabecera. El guitarrista dilecto de Astor Piazzolla es el único miembro fundador de AADI en actividad y, desde la muerte del extrañado Leopoldo Federico, su presidente. Al costado se sienta la Rinaldi, vicepresidenta. Se van sumando integrantes del comité: el gerente Horacio Bartolucci, los pianistas Juan Carlos Cirigliano, Nicolás Ledesma y Sergio Vainikoff, el contrabajista Horacio Cabarcos y los violinistas Pablo Agri y Enry Balestro. La mesa tiene un tremendo peso específico en la cultura popular del siglo XX: conviven en esa foto Piazzolla y la renovación cancionística de los 60, la Misa criolla y Juan D’Arienzo, la música de obras teatrales y el jazz.

Intereses cruzados
Los comentarios de club ceden para comenzar a intercambiar ideas sobre las encrucijadas de los derechos de los intérpretes. Como decía Tweety González, internet y sus plataformas digitales plantean un dilema que atraviesa todas las sociedades defensoras de derechos. «En todo el mundo hay enormes tensiones por el reparto de lo que genera la música», dice Bartolucci. «Allí se ponen en movimiento intereses de grandes empresas internacionales. La industria de la música, las plataformas de internet, los conglomerados de radiodifusión, todos parecen querer desplazar a los artistas del centro del negocio».
Según el gerente de AADI, «las productoras consideran que todo lo que es internet no es comunicación pública, y que entonces no es de gestión colectiva obligatoria, sino un derecho exclusivo gestionable individualmente. La Federación Internacional de la Industria Fonográfica, la cámara que nuclea a las grandes empresas, lo postula abiertamente. Por otro, lado los gigantes de internet quieren liquidar monedas, y todo eso lo hace realmente complicado». Para Cabarcos, el panorama es «tan complejo que nuestros propios asociados graban un disco y lo suben a una plataforma en la que nosotros no podemos cobrar ni repartirles nada».
Malvicino tiene dos hijos que viven en los Estados Unidos. «Se me mezclan los conceptos», comenta. «Por un lado, me pone muy contento ver a mis hijos y mis nietos usando la tecnología, creando con ella, también achicando distancias. Por el otro, se plantea la lucha de AADI. Igual, siento una gran satisfacción. Cada vez somos más en la pelea», asegura.
Rinaldi señala que en la última asamblea ordinaria tuvieron récord de asistencia de asociados. «Vinieron más de 1.300, y la mayoría del Interior del país. Dieron un respaldo unánime a la lucha. Nos da fuerza para continuar con la misma política, en un momento en el que la situación económica del país es muy delicada. Prevemos, y ojalá estemos equivocados, una baja en la recaudación de nuestro derecho», desliza. La mano viene brava. Hay muchos locales en los que se pasa música que están cerrando por los altos costos de los alquileres y los servicios. «Eso nos tiene preocupados», agrega Bartolucci. «Y por eso mismo continuaremos yendo al Interior para hablar con los socios, escucharlos y actualizarlos en lo que es materia de interés de todos».
El Consejo Directivo es como el Comité Ejecutivo, pero ampliado. El día de encuentro es cada miércoles. Como decía Luis Sandrini, la mesa se agranda y ahí se ven, juntos, a Teresa Parodi, Fabián Gallardo, José Colángelo, Juan Carlos Cuacci, Miguel Ángel Tallarita, Guillemo Novellis, Mavi Díaz y muchos más. Mavi trabaja a la par de Cirigliano en la subcomisión de Cultura, desde donde programan actividades gratuitas como servicio a los socios.

Figuras ilustres
La reunión ya terminó. Malvicino es una máquina de contar anécdotas. Pasan por sus picarescos relatos Sandro, Tufí Memé, de Titanes en el ring, Palito Ortega y todo El Club del Clan, Gerardo Sofovich, Al Di Meola y el Hipódromo de Palermo. Habla de Piazzolla: «Yo lo conocí escuchándolo por Radio Splendid. Cuando salía de la Facultad me iba a escuchar a un lugar llamado Tango Bar, cerca del Obelisco. Ástor tocaba con su orquesta de 1946».
Susana Rinaldi habla con orgullo de sus hijos Alfredo y Ligia Piro. Y cuenta en qué consiste su tarea como representante de las relaciones internacionales de AADI: «Proteger y defender los derechos de los músicos implica también participar de los foros internacionales donde se debate y decide el destino de esos derechos. Por mis años vividos en París y mi trayectoria como Embajadora de Buena Voluntad en la UNESCO, nos reconocen y tenemos voz, algo difícil de conseguir en diferentes organismos».
En una de las habitaciones de ese edificio donde Eva Perón iba a visitar a Paco Jamandreu, el diseñador de sus vestidos, trabaja Andrea Gort. Con minuciosidad, nutre la biblioteca de ejemplares sabrosísimos para estudiantes de institutos y conservatorios. «Es modesta en cuanto a volumen de libros, pero su valor radica en los contenidos específicos. De a poco sumamos material difícil de conseguir», explica Gort. En los estantes conviven partituras, biografías y tomos de historia de la música con la prestigiosa colección Gordon Delamont y sus métodos de estudio de música popular y erudita.
La biblioteca está ubicada en un sitio estratégico, cerca de la puerta principal. En AADI se dan cita un extraño mix de cultura –ese particular y sutil aroma de las bibliotecas– y el hecho concreto de cobrar «el salario del músico». En un vértice, una estatua parece regir los ánimos y el espíritu de la entidad. En la posición característica de cuando arrancaba con su volcánico bandoneón, la eterna figura de Leopoldo Federico se eleva como si fuera un santo.

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