La técnica originada hace miles de años en la cultura oriental volvió a florecer en afiches, calcomanías, remeras y tapas de CD. Artistas, ilustradores y diseñadores describen el encanto de una actividad artesanal que suma adeptos en el mundo digital.
23 de mayo de 2018
Trazos. Las huellas de la tendencia en la moda y en los flyers rockeros de Pozzi (foto).
De la industrialización a la digitalización hubo tan solo algunos vientos llegados del norte, pero la conciencia resiste. Un ejemplo claro de lo anterior es la serigrafía, una técnica empleada en el método de reproducción de documentos e imágenes sobre cualquier material, que provino de la cultura oriental. Se estima que las primeras impresiones fueron realizadas por los nativos de las islas Fiyi, en el año 3000 a. C. Sorpresa, entonces: los talleres y emprendimientos independientes de serigrafía en Buenos Aires están reformulando la estética de la cultural local.
«El boom tiene que ver con una tendencia de la época de recuperar ciertos oficios, que fueron abandonados durante un tiempo o superados por otras tecnologías, y que tienen cierta lógica de producción artesanal», explica Fabiana Di Luca, profesora de Historia del Arte en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y una de las responsables de Sirga, una editorial que trabaja con esta metodología. «Esto implica recuperar otra relación con los materiales. No es solo algo utilitario, del consumo en sí, sino que implica volvernos a ligar con las capacidades humanas, algo que en lo industrial se pierde. La serigrafía es la vuelta al objeto», concluye.
Diversidad en cuestión
El movimiento serigráfico se expresa de diversas maneras: desde una marca de ropa independiente a las más conocidas del mercado; desde flyers para bandas de rock hasta la cartelería de la movida tropical; desde libros hasta calcomanías. En ese barco de tinta aparecen referentes que supieron construir una estética, entre ellos el emprendimiento de indumentaria Tormenta Salvaje, el taller Ilusión Gráfica, el artista callejero Tano Verón, el ilustrador y diseñador Santiago Pozzi, el proyecto de Kataplum y el taller colectivo de Prensa la libertad.
«Decidí dedicarme a esa técnica porque es una herramienta que permite un gran nivel de autogestión. Con muy pocos recursos podés producir en serie una cantidad bastante grande de afiches», advierte Pozzi, que recibe encargos del circuito rockero. «Nuestro trabajo en Kataplum empezó simplemente por hobby, porque no encontrábamos remeras que nos gustaran para comprar», dicen Laura Quiñones y Cinthia Barolo de Kataplum, que actualmente hacen diseños para Nike.
«Cuando nosotras empezamos en 2008 no había tanta gente haciendo serigrafía. Nos costó mucho aprender el oficio; mientras, también empezábamos a diseñar y a fabricar. Creo que lo artesanal nunca morirá: lo tecnológico acompaña, pero el trabajo hecho a mano seguirá siempre teniendo un gran valor», advierte Paula Giorgi, fundadora de Tormenta Salvaje.
Mientras Mauro Espósito pasea por el taller de Ilusión Gráfica, reflexiona: «La serigrafía tomó fuerza porque es un oficio que permite generar productos de buena calidad. Podés ver remeras de las marcas más caras, como las de Nike que hace Kataplum. O Pozzi, por otro lado, que se vinculó con la música y ya hizo mucho trabajo en base a eso».
Responsable de la imagen de la banda Los Espíritus y de las tapas de la editorial Gourmet Musical, Pozzi dice que «no separaría la serigrafía de lo digital. Por supuesto, la serigrafía es algo analógico y devuelve cierto valor a lo artesanal. Sin embargo, su desarrollo actual está muy marcado por lo digital. En parte porque el trabajo y la enseñanza se difundió gracias a las redes, a internet. Mucho del conocimiento de la técnica, que antes lo manejaban ciertas personas que tenían el oficio, hoy en día se encuentra en internet. Y eso hizo que explote la serigrafía».