Cultura

Futuro imperfecto

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Muchas de las series más populares de estos días refieren a un horizonte distópico, en el que ciertos extraños dispositivos son parte de la vida cotidiana de las personas. El análisis de los especialistas: entre el mundo posible y la pura imaginación.

Leer la mente. La estrella del pop Miley Cyrus protagoniza uno de los capítulos de la quinta temporada de la británica Black Mirror.

El futuro ya está aquí», suele decirse. Y es correcto. Por lo menos lo está en una buena cantidad de series cuyas características son cierto sesgo distópico y la presencia de algunos avances tecnológicos que, aunque no todavía cotidianos, resultan en buena medida reconocibles y probables. Ya lo anticipaba la memorable Blade Runner, en 1982, cuando anunciaba precisamente para fines de 2019 un mundo caótico, muy contaminado y tecnologizado, con robots apenas distinguibles de los humanos, en el que los autos podían volar, innovación que ya está en pleno desarrollo en varias compañías automotrices y de aviación.
El ejemplo perfecto de este tipo de series que hoy abundan en la televisión y las plataformas online es Black Mirror, una producción británica de capítulos independientes que ya va por su quinta temporada. Pero también podrían citarse Years and Years (otra británica), Altered Carbon, Electric Dreams, Los 100, Westworld, la sueca Real Humans, la brasileña 3%, la rusa Mejores que nosotros o la francesa Ad Vitam, por nombrar solo algunas.
¿Se trata de ciencia ficción? Sí y no. Algunas tienen tanto de thriller como de ciencia, pero lo esencial es que consiguen introducir al espectador en un mundo muy parecido al actual, con leves toques de tecnología de avanzada que preanuncian un futuro bastante próximo. Algunas (como Westworld, Real Humans o Mejores que nosotros), tratan de robots, que forman parte ya de la vida cotidiana de las personas; otras sobre futuros apocalípticos (Los 100; 3%) en los que la humanidad, aun con toda su tecnología de avanzada –o más bien debido a ella– ha colapsado y los sobrevivientes, casi siempre jóvenes, deben enfrentarse a un mundo hostil y salvaje. Otras, como la popular Years and Years –un verdadero fenómeno televisivo–, muestran cómo la tecnología va conformando el panorama político de uno de los más importantes países de Europa.
Según señala a Acción el escritor y periodista Pablo Plotkin, «en principio la ciencia ficción siempre refleja desde su origen el malestar y los temores de cada época. En este siglo empezó a ser cada vez más, creo, una representación del presente que una especulación sobre el futuro. Un presente quizá corrido con los elementos tecnológicos que ya están operando en el mundo, quizá con alguna distorsión, pero planteando escenarios de un futuro, por lo general, no muy lejano en el tiempo», dice el autor de Un futuro radiante.
Dispositivos que responden a cualquier tipo de preguntas, o la posibilidad de deshacerse del cuerpo y transformarse en mera información electrónica, de modo que la conciencia quede almacenada en «la nube», son solo algunas de las innovaciones que propone Years and Years. Algo parecido ocurre en Black Mirror, donde, en uno de los episodios, alguien ha inventado una máquina para que las personas que han muerto sigan viviendo en forma virtual y quien la maneja puede recrear una y otra vez, a su antojo, el momento de la muerte.
Otra de las posibilidades que se plantean es la de preservar la conciencia de una persona en una muñeca robot. O dispositivos implantados en el cuerpo que registran todo lo que ve y oye el usuario; o un chip que permite vivir en la propia mente, como si fuera real, un videojuego de terror; mascotas robóticas; vehículos automáticos repartidores de pizza; abejas robot que se mueven peligrosamente en enjambres. Todo es posible en este tipo de series y resulta muy creíble, porque no se trata de ideas demasiado alocadas, sino de avances que muy pronto pueden estar formando parte de la vida diaria de millones de personas en el planeta.

Etapa exploratoria
También en estas ficciones las redes sociales juegan un papel preponderante, con personajes literalmente virtuales que, como si se tratara de personas reales, cuentan con millones de seguidores. Incluida también una red mundial típica –que por ahora conocemos como internet–, que cada vez recaba más y más información personal de los ciudadanos para almacenarla en gigantescos servidores que conforman «la nube».

Brasileña. 3% narra un planeta colapsado.

Consultado por Acción, Pablo Cosso, director del Departamento de Computación de la Facultad de Ingeniería de la UBA, señala: «A partir de las redes sociales hay un ida y vuelta entre los usuarios y las grandes compañías de datos. La interacción en tiempo real permite que las plataformas (Google, Facebook, Twitter, Instagram) almacenen una gran cantidad de datos disponibles. Lo curioso es que muchos los ofrecemos nosotros mismos. Las compañías tienen toda esa información para poder hacer con ella lo que quieran. Y quizá todavía estemos en una etapa exploratoria», advierte.
Para Esteban Ierardo, filósofo, escritor y docente de la UBA, «el exceso actual de pantallas tiende a ocultar seguramente su función como “separadores” y “espejos”. Separadores entre lo artificial encerrado en sí mismo y la realidad; y espejo en tanto las pantallas solo reflejan y multiplican un orden ya dado de las cosas. Todo esto impide muchas veces la mejor posibilidad de las pantallas, que es actuar como “ventanas” o acceso a otras realidades o posibilidades del tiempo y espacio».
Precisamente son las pantallas uno de los elementos que más aparecen en este tipo de series. Pero no son físicas, como las de los monitores, sino virtuales. Ante un gesto del protagonista, de la nada aparece una pantalla en el aire y la persona interactúa con ella. Según aclara Cosso, «habría que ver cómo se genera esa especie de holograma. Como estaría dimensionado, tendría la capacidad de reconocer dónde estás indicando con el dedo en el aire. Situaría tal o cual posición en el espacio en un sistema de coordenadas y respondería entonces a esa interacción. Lo imprescindible es que estén los sensores adecuados para determinar tus movimientos», dice el técnico.

Invasión
Uno de los mensajes de Black Mirror podría ser que la sociedad, al mirarse en el inevitable espejo de lo tecnológico, puede entrever cuál es el oscuro futuro que se avizora para el común de la gente. Para Plotkin, «Black Mirror es muy concreta, son contextos que perfectamente podrían suceder literalmente hoy, solo que lo que imaginan o plantean es algún tipo de corrimiento no muy drástico respecto de cómo están funcionando hoy esas tecnologías, esos procesos culturales, esa nueva configuración de relaciones sociales en el presente».
La mayoría de estas series coinciden en señalar un futuro bastante sombrío, en el que la tecnología, lejos de ser aquella utopía que igualaría a nivel social a los seres humanos, se torna un instrumento de opresión de un Gobierno determinado o de las clases dominantes. O, como dice Ierardo: «El hecho del desarrollo tecnológico como una mejor dominación se expresa en forma crítica e imaginativa por el arte de la literatura o el lenguaje televisivo-cinematográfico. Desde Un mundo feliz, de Aldous Huxley, hasta Black Mirror o Years and Years, se extiende un arco de creación que cuestiona o despierta conciencia respecto al punto peligroso en que el exceso tecnológico no sea garantía de más libertades sino promotor de una mayor invasión de nuestra vida diaria».

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