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Flores que se abren de noche

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Hernán Carbonel

Tomás Downey
Fiordo
203 páginas



Quienes hayan leído los cuentos de Acá el tiempo es otra cosa y El lugar donde mueren los pájaros sabrán que hay ahí, además de una historia que merece contarse, una voz, una cadencia que arrastra el relato hacia su destino. De unas 50 páginas cada uno, en los cuatro textos que componen Flores que se abren de noche, Tomás Downey recupera ese registro para desafiar las formas del género: ¿son nouvelles o cuentos largos? En el relato que da título al libro, dos niños se vuelven adultos en una isla del Tigre a fuerza de violencia y soledad, entre la tiranía familiar, la orfandad y el incesto. En «CET», algo que llega desde el cielo deviene en mascota inesperada: lo extraño frente a lo que se resquebraja. «La paciencia» plantea un mundo distópico, orwelliano, burocrático y tecnológico, donde la reanimación de personas fallecidas se convierte en un trámite que jaquea el concepto de maternidad. «Hombrecito» pone al ser humano a jugar como mascota y confirma, desde la mirada de la adolescencia, que el individuo suele espejarse en el tener y el pertenecer. Familias disfuncionales, parejas rotas, personajes de una sexualidad desenfadada, que se debaten entre una realidad inalterable y la capacidad que ellos mismos tienen para modificarla. Como aventura el epígrafe que abre el libro, «Todos los que están vivos tienen un fantasma dentro, ¿o no?». Los cuatro textos se edifican desde el fantástico o la ciencia ficción sin abandonar cierto hálito de realismo. Van de la naturaleza a lo urbano y de ahí a lo futurista, haciendo foco en lo perturbador, lo acechante, con una prosa que narra con frases cortas y dinámicas que construyen un universo en constante mutación.

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