El ciclo Música en la oscuridad presenta discos clásicos del rock local e internacional desde una perspectiva superadora, gracias al sistema de parlantes creado por Hugo Zuccarelli, un especialista que prestó sus servicios a Pink Floyd y Michael Jackson.
12 de junio de 2019
Alta fidelidad. El hijo de Zuccarelli explica las virtudes de la «espacialización sonora». (Lucas Buchberger)
Gustavo Cerati nunca escuchó su disco como lo van a escuchar ustedes», dice Hugo Zuccarelli antes de comenzar una nueva función de Música en la oscuridad, un ciclo que va por su segunda década de vida. Son las nueve de la noche de un lunes, y el Auditorio Kraft, esa sala entrañable en el subsuelo de una galería sobre la calle Florida, completó buena parte de su capacidad para la escucha de Comfort y música para volar, el MTV unplugged de Soda Stéreo, en parlantes holofónicos.
Zuccarelli sugiere al público amucharse en el centro, y hace el gesto con los brazos, como un profesor entusiasta. Y luego, más que una clase, hace un stand-up. Son alrededor de diez minutos de monólogo, con preguntas retóricas. El descubridor de la «espacialización sonora», un señor delgado lleno de vitalidad, lo repite tres veces por día tres veces por semana. A veces lo reemplaza uno de sus hijos.
En 2011, la compañía Teatro Ciego le cedió la sala a modo de pago por una grabación con sus parlantes holofónicos. Poner un disco fue lo único que se le ocurrió hacer, una idea sencilla y redonda. Música en la oscuridad estrenó con The Wall, y durante una temporada fue el único disco en cartel. El catálogo se amplió más tarde con álbumes clásicos del rock local e internacional, como Artaud, de Pescado Rabioso, y Revolver, de los Beatles, entre muchos otros.
Detalles y emociones
Según sus investigaciones y experimentos –egresó como técnico químico del Otto Krause y estudió algo de ingeniería electrónica–, la tan instalada división de frecuencias del audio tradicional corrompe el parámetro más importante de un sonido: el timbre, la relación entre los armónicos y algo fundamental, «lo que distingue la voz de tu mamá de la del carnicero».
Además, aclara, los parlantes convencionales, debido a la caja de resonancia, «inventan» detalles: emiten un boom boom que no está en la grabación original y «enmascaran» sonidos que sí están. Es decir, hemos escuchado mal toda la vida. Y los músicos también, excepto los que contaron con sus servicios: los Pink Floyd de The Final Cut, el Michael Jackson de Bad, el León Gieco de De Ushuaia a la Quiaca.
¿Cómo es que Zuccarelli no es un ícono de la industria musical? Hay explicaciones y también algo de mala suerte. Pero ahora las luces se apagan, se escuchan los aplausos y el primer riff de Cerati en «Un misil en mi placard».
Sesiones. El público asiste a la sala Kraft. (Lucas Buchberger)
Ahora, en absoluta oscuridad, pareciera que los músicos están ahí, tocando suspendidos en el aire. La presencia de las voces e instrumentos es tan fuerte, que hace caer las lágrimas y preguntarnos cómo fue que nos privamos no solo de escuchar mejor, sino de sentir más emoción.
Al terminar la función, Zuccarelli cuenta: «Este parlante fue una invención que hice debido a la frustración que tenía porque no se podía reproducir algo que yo había descubierto antes, que es la holofonía», dice. «Yo estudié el oído, inventé un micrófono que detecta sonidos en tres dimensiones y pude hacer grabaciones indistinguibles de la realidad», dice.
Hace muchos años, en el parque Epcot Center de Disney lo usaron como atractivo sin pagarle un centavo. Paul McCartney le quiso comprar el invento por una cifra irrisoria; Michael Jackson lo omitió de los créditos del disco; David Gilmour y Roger Waters lo estafaron; las discográficas y los fabricantes de parlantes lo boicotearon hasta hoy: su vida es de película y, de hecho, un periodista está trabajando en un documental hace años. Llegará el día en el que Zuccarelli se convierta, quizás, en leyenda.