Con la literatura de ciencia ficción y el cine como antecedentes históricos, varias producciones surgidas en las plataformas de contenidos audiovisuales indagan con renovada fuerza narrativa en el horizonte de la especie humana a la luz del poder.
12 de julio de 2018
Inquietante. Una escena de Black Mirror, el unitario de origen británico de Netflix.La humanidad necesita hilvanar historias para comunicar, ordenar y comprender las experiencias de la vida. No solo con utensilios materiales, sino con uno intangible como el relato, pudieron mujeres y hombres superar los límites de la fragilidad corporal, dominar territorios y acrecentar su poder material. Después de todo, construir herramientas y narraciones fue lo que siempre distinguió a la especie humana.
Desde hace más de un siglo, la literatura se abocó a imaginar la incidencia futura de la tecnología en la sociedad. La mayoría de los autores transmitía una visión pesimista, de allí su nombre: «distopía», en oposición al concepto de utopía, un tipo de relato optimista. 1984, de Orwell; ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick; Farenheit 451, de Bradbury; o la precursora novela Nosotros, de Yevgueni Zamiatin, de 1921, se anotan entre los textos más famosos.
Estas ficciones no solo se centran en la proyección de los descubrimientos científico-tecnológicos, sino también en anticipar imaginativamente cómo funcionarán los hombres, el sistema económico y, sobre todo, el poder político. El cine y la televisión han entablado fecundos diálogos artísticos con estas obras y con otras de igual índole.
En cuanto a la TV, el formato serie tiene como precursor destacado a La dimensión desconocida (1956-64). Y, en su resurgir actual, favorecido por la versatilidad de las nuevas pantallas, constituyen un verdadero boom las distopías de carácter tecnológico, social y político. Se destacan Black Mirror, Carbono alterado y El cuento de la criada.
Pantallas y encierro
Ingeniero y videoartista, Ricardo Pons señala: «Un mismo avance, por ejemplo la inteligencia artificial, tema preferido de estas series, puede verse de modo utópico o distópico: se lo puede usar para fines diversos. Ese es el punto crucial». Otra cuestión tematizada, dice, es «el desfasaje entre el crecimiento de carácter exponencial de la tecnología frente al funcionamiento aritmético de nuestra mente. Y también está la creación de prótesis que modifican el cuerpo biológico, lo que se denomina poshumano, y que pueden usarse para la guerra o para mejorar la vida».
A su vez, el filósofo y escritor Esteban Ierardo señala que las series «pueden plantear una postura tecnofílica o tecnofóbica. Otro gran tema es la comunicación y la emergencia de esta gran paradoja: si bien estamos más conectados y a una velocidad que parece anular el tiempo y el espacio, a la vez se genera un autoencierro en el mundo artificial de los dispositivos, una no-comunicación. Habría que ubicarse en un punto medio, tener una mirada inteligente sobre aspectos muy positivos de la tecnología, y ponerle límites».
Para Ierardo, autor del reciente libro Sociedad pantalla. Black Mirror y la tecnodependencia, el mérito de estas ficciones es «problematizar lo contemporáneo». Las mismas advierten, dice, sobre «los peligros que conlleva el avance tecnológico y los cambios sociales, culturales e históricos que provoca. Y quizás nos hagan tomar conciencia de que el gran desarrollo tecnológico promete un mundo distinto, que no sabemos cómo será. Eso nos debe devolver cierta conciencia de la humildad, pues sigue habiendo una ignorancia constitutiva del ser humano sobre de dónde venimos y a dónde vamos».
Por su parte, Pons, quien ha hecho videoarte con temas como el avión Pulqui II y la Ciudad Anarquista Digital, coincide en que estas series sirven para enfocarse sobre los usos que se les darán a los desarrollos científicos. «Lamentablemente, las guerras y la avidez por las ganancias han sido y son los grandes motores de los avances tecnológicos y, para mí, la cuestión básica es qué sistema económico se impone. Por ejemplo, en Carbono alterado, solo los ricos acceden a los recursos tecnológicos, lo cual me plantea mayores dudas». En definitiva, las distopías interpelan la capacidad creativa inherente al hombre, la misma que lo sacó airoso de las cavernas y, paradójicamente, puede llevarlo de regreso.