Formado en dibujo y pintura, autor de instalaciones, esculturas y performances que fueron exhibidas en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y en el Palais de Tokyo de París, concibe a su obra a partir del acto de narrar y del trabajo en equipo.
23 de septiembre de 2020
Tocar. Aizicovich indaga en los lazos sociales en la instalación Contacto. (Prensa)
Meses antes de la irrupción de la pandemia, Andrés Aizicovich inauguraba en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires su muestra más reciente, titulada Contacto. En esta instalación, reflexionaba sobre una temática recurrente en su obra: la esfera de los vínculos sociales con el foco puesto en la acción de tocar, inseparable de la presencia y la percepción, cuestiones forzosamente relegadas en tiempos de la nueva normalidad y de experiencias mediatizadas por las pantallas. Integrante del departamento de Ideas Visuales del Centro Cultural de la Cooperación, el artista plástico dialoga con Acción para abrir una puerta a su universo íntimo y creativo.
Sus inicios en el mundo de la creación se remontan a la infancia, cuando se pasaba horas dibujando. A los 7 años, sus padres lo anotaron en el taller de pintura de Pablo Sinaí, al que evoca como un espacio significativo, muy inspirador. «Allí comencé a hacer historietas: él nos leía cuentos y teníamos que adaptarlos. Los que más recuerdo son “El paso del Yabebirí” de los Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga y los relatos de las Mil y una noches», rememora sobre esa época, en la que nació su gusto por lo híbrido, por el cruce de saberes y disciplinas, que se convertiría en un rasgo característico de su producción estética posterior.
El paso por la universidad, donde cursó la carrera de Artes Visuales, también fue una etapa fructífera y decisiva para su carrera. «Lo más importante de la UNA fue la sinergia que generamos con un grupo de compañeros nucleados en la cátedra de Carlos Bissolino. Compartíamos una curiosidad omnívora por todo lo que sucedía por fuera de los claustros», recuerda. Aquellos años de estudiante no solo le sirvieron para formarse, sino también para delinear la que sería su futura metodología de trabajo. «Se volvió evidente que no me interesaba tanto la figura del artista aislado, trabajando en la soledad del taller, sino participar de microcomunidades», explica.
A partir de entonces, la dimensión colectiva se iría incorporando como una instancia fundamental en el proceso creativo. Por ejemplo, en la mencionada Contacto fue necesario el trabajo en conjunto con luthiers, especialistas en acústica y diseñadores industriales. Mientras que Relación de dependencia (2017), obra con la que participó del premio Braque, contó con la intervención de la ceramista Cecilia Ojeda. «Siempre consideré que la escultura no estaba ni en el dispositivo, el torno de alfarería, ni en el resultado, las vasijas, sino en el vínculo que forjábamos con Cecilia en cada jornada de trabajo», sostiene.
Enjambre de inteligencias
«Me interesa el arte como hecho social, construido como enjambre de inteligencias que a menudo concluyen en un objeto de arte, pero lo más interesante es lo que sucede entre las personas», describe. Ejemplo de esta concepción artística es Tu dois porter le poids (que se podría traducir como «Vas a cargar el peso»), proyecto que desarrolló en 2018 en París, donde se hallaba realizando una residencia en Cité Internationale des Arts. «Entrevisté a tres generaciones de una familia francesa: abuela, padre e hijo. Y concebimos una suerte de ritual, una ceremonia del té donde manipulaban diversos objetos escultóricos, inspirados en su propia historia familiar», describe sobre la performance que presentó en el Palais de Tokyo, en la cual se pone de manifiesto su inclinación hacia el relato.
El particular presente lo llevó a posponer algunos planes, como la exposición que tenía prevista para abril último en la nueva galería de Alberto Sendrós. Si bien admite que la cuarentena «trunca la posibilidad del encuentro con otros», aspecto central en su forma de trabajar, durante estos meses pudo dedicarse a dibujar en sus cuadernos, investigar nuevos materiales y editar el último número de El Flasherito, el diario de crítica de arte que lanzó en 2013 junto con Liv Schulman y Leopoldo Estol, y que, al igual que su arte, apela al intercambio con otros como la fuente de reflexión y aprendizaje más poderosa.