En el circuito alternativo porteño, las grandes obras de la dramaturgia universal despiertan nuevas lecturas que sintonizan con el presente. Los ejemplos recientes van de Homero a Antón Chéjov, pasando por Tennessee Williams. Opinan los directores.
14 de noviembre de 2018
Versiones. Escenas de El amor es un bien, Poema ordinario y Remar (un destino impropio).
Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir», afirma Italo Calvino en su célebre Por qué leer los clásicos. La frase se confirma con la gran proliferación de obras célebres reversionadas en Buenos Aires. Si bien los clásicos se asocian generalmente con el teatro oficial, en el circuito independiente pueden verse cada vez más frecuentemente brillantes versiones que actualizan la pieza en la que se basan o inspiran, acercándola al espectador en tiempo y espacio, y echando una nueva luz sobre ella, aportándole una mirada fresca y cotidiana.
Quizás el hecho de no responder a un canon les quita a estas relecturas ese aire de solemnidad y seriedad que genera el respeto al original. Y por eso se permiten jugar más, ser irreverentes. Tal vez siendo «irrespetuosos» o «traicionando» son más fieles al espíritu del autor, que intentando remitirse a cómo «debe hacerse» tal o cual obra del repertorio clásico. Incluso sin siquiera apelar a los mismos textos de la pieza.
Punto de partida
En ese sentido, Francisco Lumerman, dramaturgo y director de El amor es un bien, escrita a partir de Tío Vania de Antón Chéjov, expresa que al encararla, «el desafío en la escritura era encontrar una voz propia, sin perder la esencia del material, y lograr un sistema que tuviera autonomía de la pieza original, que era un punto de partida pero no de llegada. En definitiva, surgió de un deseo genuino de montar en escena un universo que de alguna manera no es más ni menos que mi Tío Vania personal, o mi mundo atravesado por Chéjov. Siempre me aparecían nuevos planos de comprensión de esta obra y eso me llevó a actualizarla ligándola a mis veranos de infancia en Carmen de Patagones».
Lisandro Penelas, director de Poema ordinario, con dramaturgia de Juan Ignacio Fernández, inspirada en El zoo de cristal, explica que «el mundo de Tennessee Williams apareció siempre de una manera solapada en el material. La obra tiene una estructura y relaciones entre los personajes muy parecidas y fue fascinante poder ir haciendo los nexos con el original». Cuando comenzaron los ensayos, cuenta, «uno de los desafíos principales fue poder anclar en la sala pequeña del Teatro Moscú el nuevo entorno casi selvático que plantea Poema ordinario. Y, por otro lado, descubrir las particularidades de este universo en el que los personajes parecen estar estancados en el tiempo, lo que se combina con mucha acción concreta, que abarca desde relaciones sexuales hasta incendios».
Otro ejemplo es Remar (un destino impropio), basada nada menos que en la Odisea, de Homero. Mariano Saba, su director, manifiesta que «la Odisea nos permitía vincularnos metafóricamente no solo con el mundo del remo y de los clubes tigrenses, sino también pensar en algo que está en cualquier concepción destínica de lo clásico: la tragedia de saberse sujeto a un error. Así, un desafío era encontrar lugares del relato que fueran conocidos por la gente y que estallaran con nuevos sentidos, risueños o dolorosos. Poseidón en Remar cumple la misma función que en Homero: ensañarse con los remeros porque ellos lastimaron a su hijo, el cíclope Polifemo. Pero lo grotesco es que no son los guerreros de Ulises, sino los integrantes de un decadente club de remo argentino. Un error de lectura».
Calvino también afirma que «toda lectura de un clásico es en realidad una relectura». ¿Y por qué no metafóricamente un «error» o un «desvío», si se piensa la relectura como una interpretación necesariamente diferente? «Errores» productivos, trampolines de abordajes que resuenan fuertemente en nuestro presente, nuevas capas del infinito acervo de lo clásico.