Cultura

Corazón rioplatense

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La obra del compositor uruguayo ocupa un lugar central en el mapa de la música popular de la región. Y su influencia alcanza a las nuevas generaciones de hacedores de canciones. Colegas y periodistas de ambas orillas celebran y analizan su legado.

Cincuenta-años-adelante». Así cuentan que le dijo Hugo Fattoruso a Jaime Roos a la hora de referirse a la obra de Eduardo Mateo. En realidad lo escribió el propio Roos a raíz de la salida del segundo disco solista del compositor, Cuerpo y alma, hacia abril de 1984. No pasaron 50 años de aquello pero esas canciones siguen estando aquí y allí, en eso llamado futuro. Mateo es hoy una de las figuras más importantes de la música popular uruguaya: sigue encandilando y ensanchando caminos, tanto en Argentina como en su país natal.
Mateo nació en Montevideo en 1940 y murió en 1990 en la misma ciudad. El gusto por la música estaba ya en su casa; de niño acompañaba a su padre en las cuerdas de tambores: suyo era el repique. Con los años su cosmos terminaría definiéndose por el candombe, los ritmos brasileños –el raqueteo de la bossa nova, con João Gilberto a la cabeza– y el influjo beatle. Con cierta justicia poética e histórica, muchos lo ven como el creador del candombe beat. Y si para muestra basta un disco vaya, entonces, el compilado Circa 1968, de El Kinto, banda conformada junto a Rubén Rada, Urbano Moraes, Walter Cambón y Luis Sosa, entre otros. Una obra exquisita, canciones talladas en piedra: la escuela de Lennon y McCartney con el toque, el swing y el corazón rioplatenses.
Crítico, periodista y músico, Guilherme de Alencar Pinto es autor de Razones locas. El paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya, la venerada «biografía» de Mateo. Las comillas se deben a que el libro excede ese género. «El Kinto es totalmente de su tiempo, responde a impulsos que afectaban también a otros músicos de distintos lados. Él venía de hacer covers de los Beatles y antes había curtido mucha bossa nova: asimiló ese espíritu y tuvo la personalidad y la creatividad como para implementar su versión de todo ello, con estímulo creativo de todos los demás integrantes. El Kinto fue pionero en Uruguay», comenta el autor.

Big bang local
Hay que pensar e imaginar una especie de tríada musical que orbitaba alrededor de los 60 en tres capitales sudamericanas, que procesaba la música de los Beatles pero con la oreja y los pies plantados aquí: el Tropicalismo y Os Mutantes, en Río de Janeiro; El Kinto, en Montevideo; Almendra y Manal, en Buenos Aires.
Dos discos solistas (Mateo solo bien se lame, 1972; Cuerpo y alma, 1984), cuatro trabajos con La Máquina del Tiempo y varios en colaboración (con Rubén Rada, Fernando Cabrera, Diane Denoir, Jorge Trasante, cada uno un diamante demente en bruto) conforman su discografía amplia y grandiosa, que de todas maneras cuenta con mucho material disperso reunido en algunas ediciones compilatorias y póstumas. Y, aun así, hay material inédito. «Todo Mateo es un antes y un después», dice Sofía Viola, compositora y cancionista. «Recuerdo la primera vez que lo escuché: me simpatizó muchísimo. ¡Cuerpo y alma es una bomba de amor! Cuesta un poco definir lo que me pasa con su música; era un niño jugando, un mago contagiando», completa.
Entonces, ¿dónde pueden hallarse las esquirlas del big bang que lleva su nombre? En Leo Maslíah y Fattoruso, en Rada, Fernando Cabrera y Jorge Drexler, en Mariana Ingold y Juana Molina. Pero sobre todo en una generación de músicos y cancionistas rioplatenses que, amantes de cierto rock vernáculo y, sobre todo, obnubilados con los folclores regionales (ese juego a tres bandas entre Argentina, Uruguay y Brasil) hallaron en Mateo una figura esencial: la citada Sofía Viola, Ezequiel Borra, Tototomás, Juanito el Cantor, Gnomo Reznik, el Botis, Martín Buscaglia, Manuel Onís y tantos otros.


Surrealismo y cotidaneidad. Mateo nació en Montevideo en 1940 y murió en 1990.

En unos puede ser un toque, en otros cierto espíritu burlón, el costado lúdico, hermoso, visceral; la aliteración, el divague. «Hay muchas cualidades que un artista y una obra pueden contener, pero solo algunas pocas son fundamentales. Una es el enigma y vaya si la música de Mateo lo contenía. Un costado inasible, algo que no podés aprehender ni aprender», analiza Martín Buscaglia, exquisito compositor montevideano.
Por linaje amoroso y musical, lleva esa influencia consigo: su padre Horacio Buscaglia fue íntimo de Mateo –compartieron noches, aventuras y desventuras, composiciones, espectáculos– y el propio Martín, siendo poco más que un niño, llegó a tocar con Eduardo. «Puede ser que cada vez esté más vigente. Cosas como el disco que hizo con Rada son literalmente brutales, están más allá del tiempo: ceremonias de una tribu perdida. Cosas mateísticas que noto en mí y en colegas: uno específico es el rasgueo candombero volátil, la jabalina a lo espiritual a través de la levedad. Un modo de tocar el candombe en la guitarra que arranca con él», describe.

Calle y cielo
«Mateo es un compendio de cosas», dice Ezequiel Borra, músico, docente, productor, cuyos discos abrevan en su obra. «Único, inconfundible. Fue un adelantado en una cantidad de cosas. Siento en él una gran sinceridad, una búsqueda sin transacciones. La ternura, la libertad total, la influencia india, el surrealismo, la cotidianeidad. Convergen una cantidad de cosas que son irresistibles: es como volver a los Beatles», define.
Mateo es una contraseña que funciona a la vez como guiño y gesto de complicidad con el otro: abrir una puerta a un mundo mejor. Como el río de agua dulce y marrón sobre el que vuelan sus canciones: ancho, cada vez más ancho hasta llegar al mar. «Hay un antes y un después de Mateo en la vida de un cantautor: es una escuela en sí mismo», dice Viola. «Las letras son puras. Hay juego, luz, turbiedad. Es calle y cielo. Hay obras muy tiernas y otras muy oscuras y densas. Tiene unos recovecos inabarcables, hace que uno se pregunte muchas cosas respecto al origen de sus composiciones».
Guilherme de Alencar Pinto agrega: «Aparte de los mitos y de la historia de Mateo, hubo una apreciación bastante amplia en Uruguay, Argentina y un poquito en otros países de su obra, sus logros. Su música ejerció influencia y sigue siendo una fuente de ideas». Quizás sea, junto con Fattoruso, el músico rioplatense que mejor escuchó, abrazó y procesó la música brasileña. Un corazón rítmico imposible, inconfundible; un abanico armónico inédito (fue de los primeros en la región en usar otras afinaciones, cercanas a la música oriental) y un pique melódico aniñado, terso, incandescente aún en su oscuridad.
«El canal con la infancia implica un canal con la santidad», señala Buscaglia. «Con la poesía y la sabiduría, por ende, con la vejez. O más bien con la eternidad. ¡La máquina del tiempo! No conozco ningún artista mayúsculo que no tenga habilitado ese canal. La palabra “lúdico” no me parece apropiada, por la implicancia de lo “no serio”. En todo caso, la sonrisa en Mateo es la sonrisa del gordo Buda». Y Viola cierra: «Su vuelo fue tan alto que escucharlo puede generar mil y una sensaciones. Su libertad rítmica, sus melodías no tienen límites».

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