El exitoso formato se reinventó en los últimos años para dar lugar a la puesta en escena de problemas personales de todo tipo, donde los participantes quedan expuestos a la crueldad del jurado y a la mirada impiadosa del público.
26 de junio de 2019
Primer plano. El show del problema ventila conflictos maritales o familiares.Luego de que a principios de siglo Gran Hermano se estableciese como un formato renovador de la tevé, dando inicio a la era de los realities, casi dos décadas después estos se siguen reinventando a partir de la misma fórmula. La idea original del programa donde se forzaba la convivencia de una serie variopinta de personas, ahora encuentra una derivación: Por amor o por dinero, que se emite por Net.tv. Cuatro potenciales parejas se presentan en el día uno y solo una se forma, se elige y es ella la que debe convivir durante todo un día en «la suite», una versión algo degradada de «la casa».
En el programa se le promete al público que puede pasar de todo: desde sexo en vivo hasta propuestas de matrimonio. De hecho, a lo largo de sus emisiones ambas cosas tuvieron lugar. ¿Pero cuál es el juego? Durante esas horas de convivencia, la pareja en cuestión debe establecer un pacto y votar por separado: «amor» o «dinero». La balanza del premio se inclina hacia la segunda opción. Lo que se celebra no es el romanticismo, sino la codicia.
Nacido de la usina de Showmatch, desde principios de este año se emite por Canal 13 el primer reality argentino dedicado a la moda: Corte y confección. En vez de bailar, los participantes cosen casi con reglas similares. El crítico Marcelo Stiletano lo describió con estas palabras en La Nación: «Este procedimiento desemboca en situaciones que se mueven todo el tiempo entre el desconcierto y el cansancio. Y lo sobrevuela una extraña sensación de hartazgo». Desprolijo en todas sus costuras, no parece presumible que de sus emisiones salga el próximo Roberto Piazza.
Banalización del dolor
Los mediodías de Canal 9 se centran en El show del problema. Se trata de un talk show en el que se plantean conflictos maritales o familiares en vivo, mientras Nicolás Magaldi oficia de moderador. La norma es llevar a participantes de pocos recursos. Es frecuente ver parejas distanciadas a las que se induce a la reconciliación, a la vez que se lleva a un tercero/a en discordia para complicar el reencuentro. Algo más light podría ser el caso de una hija «caprichosa» que no acepta que su padre viudo de 72 años tenga dos novias. Una suerte de jurado aconseja o ataca a los involucrados, con tanta furia como impericia.
«Esto es un gran show de las cosas que nos pasan a todos», apunta Magaldi. «Lo que el público encuentra en el programa son los problemas reales de la gente común. Lo más bonito que podemos hacer nosotros es armar un show a partir de eso, porque hasta de un problema uno se puede reír para que sea un poco más leve», completa. Los conflictos planteados no suelen ser leves y el sufrimiento de los participantes se observa en vivo, que se exponen con incentivo cero.
Si la frivolidad marcó como una gracia al género, esta propuesta del 9 banaliza el dolor hasta convertirlo en un entretenimiento, con toques de suspenso demarcados por las publicidades. A su lado, Pare de sufrir, el reality de los pastores de las madrugadas de América, parece –en su planteo de predicación ficcionalizada– tener más piedad, aunque sea falsa. ¿Hasta dónde puede llevar la frivolidad y la explotación de la miseria? Esa podría ser la pregunta que hoy legítimamente valdría plantearse ante la superviviencia del formato. Por lo que se ve en pantalla no solo parecería que no tiene límites, sino que además continuará.