La histórica movilización de estudiantes y trabajadores que desafió a la autoridad y el orden establecido cumple medio siglo, pero sus ecos todavía persisten en la política y la cultura contemporáneas. Voces e ideas que alimentan un debate abierto.
12 de abril de 2018
Cruce. La policía enfrenta a los universitarios cerca de La Sorbona, en el Barrio Latino de París, el 6 de mayo de 1968. (AFP/ Dachary)
más conocidas, y sus voceros dejaron de perseguir lo imposible. Bastaron unos meses para que la República francesa se recuperara a través de un llamado a elecciones de la crisis en que la había sumido una inédita movilización estudiantil. El Mayo Francés, como se conoce al movimiento, constituyó sin embargo una marca imborrable en la historia moderna, y a 50 años de los hechos, lejos de cristalizarse en una efeméride, aún interpela al pensamiento y la cultura occidental.
El detonante fue la prohibición de una jornada de protesta contra la guerra de Vietnam en la Universidad de Nanterre, en París. A partir del 3 de mayo de 1968, se sucedieron los enfrentamientos callejeros entre policías y estudiantes, a los que se sumaron los sindicatos con una huelga que involucró a 11 millones de trabajadores y paralizó al país. A falta de grandes discursos, la revuelta configuró su legado con un conjunto de consignas que expresaban la lucha contra el autoritarismo y afiches donde el ideario de izquierda se reformulaba según la estética pop.
Como ocurre con los grandes acontecimientos, los significados de Mayo del 68 se actualizan en cada coyuntura de acuerdo con las circunstancias y con las confrontaciones del presente y sus ideales son objeto de reivindicación y también de rechazo, como el llamado de Nicolas Sarkozy en 2007 a «liquidar» su herencia. «El 68 tuvo muchos golpes y en la actualidad sigue siendo criticado, tanto por izquierda como por derecha, y en ocasiones la izquierda es todavía más dura», dice Luis Diego Fernández, integrante del Centro de Investigaciones Filosóficas. El debate permanece abierto.
Aires de cambio
El 68 fue también un año de cambios en la Argentina. En marzo de ese año, el sindicalismo combativo se nucleó bajo el liderazgo de Raimundo Ongaro en la CGT de los Argentinos y, dos meses después, comenzó a publicar un semanario con dirección de Rodolfo Walsh. Los Sacerdotes del Tercer Mundo realizaron su primer congreso nacional en Córdoba y nuevos actores asomaron con la detención de un grupo de las Fuerzas Armadas Peronistas en Taco Ralo y el lanzamiento de las Fuerzas Armadas de Liberación. La hora de los hornos, la película de Pino Solanas, circulaba en exhibiciones clandestinas.
Los sucesos de Francia tuvieron una incidencia relativa en ese contexto. Para el historiador Horacio Tarcus, tanto el peronismo como la izquierda relativizaron su importancia y, a diferencia de los procesos revolucionarios que se libraban en Cuba y Vietnam, no estuvieron presentes en el discurso político. No fueron los militantes, sino los editores y traductores quienes recibieron las nuevas ideas y las difundieron «de modo molecular, pero sin duda efectivo y actuante, sobre el campo de los intelectuales de la nueva izquierda, los artistas politizados y los estudiantes», dice en su ensayo El Mayo Argentino.
La perduración del Mayo Francés y de grandes revueltas contemporáneas como el Cordobazo del 29 y 30 de mayo de 1969, agrega Tarcus, está fuertemente ligada al tipo de acontecimiento que constituyen. «Son coyunturas fugaces de la historia –puntualiza– en las que los sujetos salen de sus rutinas laborales, estudiantiles, institucionales, momentos históricos donde las formas dejan de corresponderse con los contenidos, donde estalla la normalidad, en que predomina ese sentimiento colectivo de que los poderosos no son tan poderosos, de que las masas populares no están condenadas por fuerza alguna del destino a la pasividad y a la obediencia».
Afiches. Recortes del periódico L’Humanité. (AFP / Dachary)
Pero la comparación también hace visibles las diferencias. «En la Argentina no hubo mayo del 68 –dice Fernández–. El Cordobazo fue un movimiento eminentemente obrero contra una dictadura, al que se sumaron los estudiantes, un poco a la inversa del 68 francés, que ocurrió en una República». La recepción del movimiento francés «fue parcial, porque las condiciones eran diferentes» y se hicieron visibles «en las cuestiones estéticas: por ejemplo en el Instituto Di Tella, donde tenían lugar búsquedas similares a través del happening y el arte pop, el rock y algunos movimientos aislados como el Frente de Liberación Homosexual, que fundó Néstor Perlongher con Juan José Sebreli y otros intelectuales».
De signo libertario
50 años después, el Mayo Francés todavía plantea interrogantes sobre su carácter. «Es difícil decir si fue un movimiento, si fue un acontecimiento –como plantean algunos pensadores– o si fue una revuelta. Está claro que no fue una revolución», señala Fernández, autor de Libertinos plebeyos. Ensayo, política y placer en Buenos Aires (2015), entre otros libros.
Las movilizaciones en las calles de París fueron un punto de encuentro entre estudiantes y obreros, y también de desconexión, a la luz del desarrollo posterior de los acontecimientos, cuando los sindicatos obtuvieron beneficios del gobierno de Charles De Gaulle. «Había una crítica común a la autoridad, desde el punto de vista económico, político, social, sexual, estético, religioso. Mayo del 68 planteó una crítica radical a toda forma de autoridad, encarnada en principio en la universitaria, pero después también en el capitalismo, como se ve en los afiches de la época, y también en la vida sexual y en las costumbres».
Eros y civilización, el ensayo del filósofo alemán Herbert Marcuse, pudo ser un libro de cabecera de los estudiantes franceses y Jean-Paul Sartre se convirtió en interlocutor de Daniel Cohn-Bendit, uno de los dirigentes de la revuelta. «El 68 está más atravesado por la filosofía anarco-deseante de Gilles Deleuze y Félix Guattari –dice Fernández–. Hubo diversas corrientes, los estudiantes eran maoístas, trotskistas y anarquistas, pero había una pulsión libertaria y una crítica común hacia la izquierda y hacia la Unión Soviética».
En Francia, agrega el especialista, mayo del 68 sigue presente como un objeto de crítica de la derecha, según mostró el discurso de Sarkozy, en el que les adjudicaba a los estudiantes el conjunto de «males» que aquejaban a la sociedad francesa contemporánea como el hedonismo, el relativismo, el culto al sexo y al dinero y la pérdida de respeto a la autoridad y al valor del trabajo. Una reacción que es también indicio de la vitalidad de aquellas ideas y de la capacidad revulsiva que aún detentan.
Fernández apela a un artículo de Deleuze y Guattari, «Mayo del 68 no tuvo lugar», para develar la proyección del movimiento. «Fue un acontecimiento rupturista que originó nuevos modos de vida, pero que no culminó su proyecto porque no logró constituir un agenciamiento colectivo, es decir, se quedó en la esfera individual. El 68 se asimiló en clave liberal y su proyecto quedó trunco», sostiene. De hecho, «hoy los referentes del 68 están reconvertidos en clave institucional, democrática, como liberales de izquierda. Cohn Bendit es un eurodiputado por el Partido Verde, que apoya a Macron». Sin embargo, agrega, «hay muchas interpretaciones y el 68 permite una pluralidad de lecturas». En ese marco, «lo que todavía nos interpela es la ampliación de las libertades y la crítica a la autoridad: ese discurso sigue vigente».