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Genocidio en primera persona

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Susana Cella

Armenia arrasada. Subasta de almas
Aurora Mardiganián
Ediar
310 páginas

La matanza. Casi dos millones de armenios fueron asesinados por el Gobierno turco.

Se señala el 24 de abril de 1915 como la fecha de inicio del Gran Crimen o Genocidio Armenio, cuando cerca de dos millones de civiles fueron asesinados por orden del Gobierno turco. En un clima de disputas territoriales violentas que enarbolaban los nacionalismos –panturquismo, paneslavismo, pangermanismo, latinidad y otros similares, como sustento ideológico de la hegemonía de unos países contra las lícitas vindicaciones territoriales y culturales de otros pueblos– la justificación para el genocidio armenio fue que estos eran enemigos de los turcos y colaboraban con los rusos, en el contexto de alianzas de la Primera Guerra Mundial. Y a lo anterior se agregó un elemento religioso: se obligó a los cristianos armenios a abjurar de su fe y convertirse al Islam.
Uno de los más tempranos testimonios acerca de estos hechos fue el relato de una sobreviviente, Aurora Mardiganián (1901–1994), publicado inicialmente en 1918 con el título de Armenia arrasada. De esa época data también el film que se rodó en California, y del cual se conservan solo algunas imágenes. Inmediatamente traducido al castellano por J. R. López Seña, el testimonio de Aurora pudo tener mayor alcance y fue la revelación de una niña que milagrosamente sobrevivió a las matanzas que acabaron con su familia delante de sus propios ojos. Golpeada, torturada, violada y esclavizada, logró resistir y llegar, en un largo y espeluznante deambular, hasta quienes lograron protegerla y enviarla, como testigo del horror vivido, a Estados Unidos, donde finalmente pudo dar su testimonio.
Aurora, la adolescente armenia, da cuenta en su relato de un fulminante cambio, cuando su familia ve de pronto trastocados sus hábitos y costumbres ante la orden de deportación. Las mujeres jóvenes quedaban a merced de los ejecutores del genocidio, en especial los kurdos contratados para desterrar armenios y hacerlos marchar forzosamente por extensiones interminables donde no sobrevivían por falta de alimento y agua, por enfermedades o simplemente por asesinarlos con bayoneta o fusil, además de arrebatarles los bienes que llevaban. Mardiganián va consignando todo ese horror de un modo que estremece más porque no abunda en detalles macabros ni se solaza en describir crueldades –que son muchas y enormes–, sino que los va narrando de un modo austero que, por contraste, resalta la medida de la bestialidad.
La publicación incluye noticias sobre el contexto histórico, incesantes investigaciones sobre los hechos y «Apéndices» que presentan por ejemplo las «Memorias» del diplomático norteamericano Henry Morgenthau, donde denuncia a los genocidas turcos, pero además menciona el aval que funcionarios alemanes –por conveniencias económicas y políticas– dieron a esa masacre, verdadera antesala de la Solución Final, al punto que Hitler preguntaría años después si alguien se acordaba de los armenios.
La memoria siguió activa hasta hoy, como se puede leer en el relato de Eduardo Kozanlián (al cuidado de esta nueva edición traducida por Vartán Matiossián), que narra la búsqueda de material fílmico que lo llevó hasta Armenia en 1994. La parte final del libro, «Anexo de imágenes» (de los inicios de la matanza), es una muestra in crescendo del anuncio de la deportación, el creciente temor, la incertidumbre, las caravanas a la muerte, los cadáveres y las caras o indiferentes o sanguinarias de los ejecutores del Gran Crimen, en neto contraste con los rostros cubiertos de niños asesinados. 

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