22 de febrero de 2023
El pintor vuelca en su obra postales trágicas, oníricas y melancólicas protagonizadas por Eva y Perón. La simbología justicialista vista a través del arte.
Muestra. Santoro y una de las obras incluidas en «Nadie sino el pueblo me llama Evita», enmarcada en los homenajes a 70 años de la muerte de Eva.
Foto: Horacio Paone
Manual del niño peronista (2002) es el primero de los libros de artista publicados por el pintor Daniel Santoro sobre el universo de un episodio político y sociocultural que marcó para siempre a todos los argentinos. En una de las tintas allí reunidas podemos ver a Eva Perón erguida sobre un pedestal, con su clásico trajecito Dior de chaqueta y falda tubo, y su voluminoso peinado pompadour, mientras se inclina y extiende sus larguísimos brazos hacia una niña a la que toma de las manos (titulada «El largo brazo de la justicia social»). En otra, Juan Domingo Perón está vestido de gala militar y montado sobre un caballo, como el libertador José de San Martín en el cruce de Los Andes. Carga una lanza, y al igual que San Jorge, lucha contra un dragón que escupe fuego («El General Perón pierde la batalla final contra la sinarquía internacional»).
Las creaciones allí reunidas son fundantes de una estética singularísima que conversa con la historia y el mito. Para buscar el disparador de estas fábulas oníricas, mortuorias, trágicas y por momentos tragicómicas, cargadas de monumentos, instituciones, una ciudad porteña vacía y en ruinas, niños en guardapolvos y trabajadores descamisados, hay que evocar la atmósfera en la que este artista creció y militó. «Papá tenía un kiosco de diarios en la Plaza de Mayo, todas estas imágenes y representaciones surgen del imaginario de prohibición cultivado en esa experiencia», dice Santoro. Se refiere a los años de censura que siguieron al decreto que penaba con la cárcel a quien tuviera en su poder fotos de los líderes del movimiento justicialista, pronunciara sus nombres o entonara la marcha. «Ningún diario ponía fotos de ellos, pero algunas revistas sí lo hacían. Había dos o tres sobre peronismo. Mi viejo las guardaba para la gente que sabía que las iban a pedir, pero no se mostraban».
A Santoro, que cuidaba el puesto mientras se hacían los repartos, le tocó respirar el clima de época en ese punto estratégico de la ciudad. «Todas las cosas sucedían ahí: los tanques de los golpes de Estado que iban y venían, los debates en la vereda del diario La Nación y La Prensa, que estaban a una cuadra y tenían cartelera. Uno se informaba ahí de la realidad política», recuerda. Lo más transgresor que se podía hacer por esos días, dice, era tener el pelo largo al estilo Beatles y ser peronista.
Reflexiones gráficas
«Lo más detestado siempre es lo más interesante, y el peronismo se convirtió en un objeto detestable», afirma Santoro, que se formó en la Escuela de Bellas Artes Manuel Belgrano y la Prilidiano Pueyrredón. Sin embargo, al principio no juntaba la pintura con la política. La militancia y la profesión avanzaban en vías paralelas. En pleno menemismo empezó a hacer unas reflexiones gráficas, fruto de muchas conversaciones y discusiones que tenía con amigos sobre los rumbos del peronismo, y más tarde mostró esos trabajos en el Centro Cultural Recoleta. «Fue un impacto porque había mucha gráfica sobre el peronismo, pero nada de ese tipo en la dimensión plástica porque todo el medio artístico era muy gorila», explica.
Recientemente, Santoro mostró un racconto de sus trabajos sobre la figura de Eva Perón en una selección de cuatro pinturas de grandes dimensiones, épicas e imponentes. La exhibición, Nadie sino el pueblo me llama Evita, estuvo enmarcada en los homenajes que se hicieron a 70 años de la muerte de Eva, organizados por el CCK y el Museo Evita. «Cuanto pinto hago reflexiones melancólicas, que son las que te hacen pensar. La melancolía funciona como un motor productivo, un lugar donde uno se mete para generar un mundo», dice. En sus obras siempre hay contrabando de elementos simbólicos y citas a la historia del arte.
Uno de los cuadros exhibidos en la muestra, «El rescate de la mamá de Juanito Laguna frente a las costas de Chapadmalal», tiene un bote que lleva los restos de un mascarón de proa con la forma de la cabeza de Eva. A bordo hay un hombre de piel marrón, con una camisa abierta hasta el pecho, que salva de ahogarse en el mar a una niña de guardapolvo blanco. De fondo se ve la costa con sus famosos hoteles para el turismo social. La niña en cuestión es la mamá de Juanito Laguna, el niño villero que protagoniza las pinturas de Antonio Berni. «Me interesa citarlo porque quiero incorporar su imaginario a ciertas cuestiones del peronismo que Berni siempre se cuidó de hacer. Él anduvo por las villas, pero nunca encontró ninguna chapa con una pintada peronista, ninguna noticia de la existencia del peronismo. Tomaba distancia, tenía su público y se debía a él. Pero yo lo incorporo al inventarle una madre a su personaje. En mi metáfora, Juanito tuvo una madre peronista que usó el guardapolvo blanco, especie de escafandra de esqueleto almidonado y emblema del Estado protector». En 2011, Santoro formó parte del equipo que trabajó en los murales de Eva Perón del Ministerio de Obras Públicas. «El diseño surgió de una foto del día de su renunciamiento a la candidatura, y de una pintura que fue tapa de La razón de mi vida», señala. La idea fue del escultor Alejandro Marmo, que la trajo de la Plaza de la Revolución de La Habana. Santoro no la siente parte de su obra: «No está presente mi subjetividad, salvo unas líneas que dibujé a partir de las conversaciones con Alejandro y con Cristina Kirchner, que también participó activamente», dice. Y agrega: «Que sea una instalación urbana es una gran idea porque es provocadora. Eva Perón es una presencia molesta y traumática, y es fantástico que en 70 años eso no haya cambiado».