4 de octubre de 2022
El músico más escuchado del país pega el gran salto en su carrera con cuatro fechas confirmadas en Vélez. Las claves de un fenómeno que no para de crecer.
Trapero estrella. El 6 y 7 de octubre, y el 11 y 12 de noviembre el cantante desembarcará en Vélez con sus rimas sobre el amor, la noche y el hedonismo. (Fotos: Télam)
Dice Google Maps que en Antezana 247, en el barrio porteño de Villa Crespo, hay un museo. Lo que muestran las fotos es una casa de dos pisos, fachada en tonos claros con una base de mil millones de mensajitos indistinguibles, escritos con marcadores y liquid paper, sobre los que se pintó en letras negras la señalética de este museo prematuro: «La cuna del trap argentino».
La etiqueta que pesa sobre la casa de Antezana, en la que Duki vivió con Ysy A y Neo Pistéa hace unos cinco años no es más que un guiño entre quienes siguieron la formación del trío Modo Diablo. Sin embargo, el gag encubre una verdad: que Duki, que en las próximas semanas dará cuatro shows en Vélez (6 y 7 de octubre, 11 y 12 de noviembre), hoy tiene carácter de patrimonio para toda una generación.
Se habla mucho sobre las rupturas que marcó el trap, en particular de los tiempos frenéticos con los que un artista conquista espacios que hasta hace poco estaban relegados a referentes con carreras mucho más extensas. Esta idea, que es ya casi un lugar común, suele plantear que la escena puso patas arriba la forma de hacer, distribuir y escuchar música, como si todo eso no fuera en realidad una consecuencia de un combo en el que se encuentran más que nada cambios tecnológicos y económicos a nivel global.
Esta idea del trap como una revolución suele ignorar algunas continuidades, a veces bastante arbitrarias, que siguen funcionando como credenciales para un artista masivo. Al menos tres de ellas sobrevivieron al cambio de siglo: poder dar un show en vivo con una banda (al menos una vez, al menos en un setlist corto) y grabar un álbum, lejos de ser condiciones para tener una base dignísima de oyentes, siguen siendo postas para alcanzar un estatus profesional. La última sería llenar un estadio. Duki, que a los 26 años ya parece haberlo hecho todo y más, podrá tachar los tres ítems de la lista a finales de este año.
El anuncio de los tres primeros sold out con el que se sumó la cuarta fecha del trapero en Vélez fue un suceso, pero no del todo una sorpresa. Si se traza la línea temporal en la que Duki fue de referente de las competencias de rap a hitboy que convoca a multitudes hay un ascenso escalonado cuya velocidad, como se dijo, es toda una novedad en el plano grande de la historia de la música argentina. En seis años, Duki pasó varias veces por estudios de grabación y escenarios de festivales internacionales y nacionales en los que tocó en vivo con pista, banda y hasta una orquesta que lo acompañó en los Premios Gardel 2018.
Grabó un show en vivo desde un glaciar en El Calafate para presentar su disco Desde el fin del mundo (2021), para pronunciar una marca de identidad que desde que su música cruzó la frontera tiene un nuevo sentido: ser el referente del trap local y que su nombre aparezca junto al de Bad Bunny en un lineup. Sobre la acumulación absurda de ceros en sus reproducciones, Duki ya es un coleccionista de lo que en el trap se bautizó como “palos”. Con «She don’t give a Fo», publicado en 2016, inauguró esa serie: pasó las 100 millones de visualizaciones en YouTube antes que ningún otro tema del trap local. Hoy tiene casi 500 millones (y contando).
El centro de la escena
Sus temas se convirtieron en himnos del género por dos razones. Primero, por su destreza para escribir líneas que pueden armar relatos de amor, crónicas de la noche, manifiestos de desazón y hedonismo adolescentes que conectaron con una franja etaria específica a la que nadie parecía estar hablándoles de forma tan directa y explícita. Además de, claro, el flow que lo hizo brillar en las batallas de rap. «Yo canto y trato de buscar una empatía, sensibilidad, con esa gente que me escucha, ya sea contando una historia de amor, qué cosas me hacen mal, cuáles bien», dijo en el ciclo de entrevistas Caja Negra. «Creo que por ese motivo, y por ser unos de los precursores de este nuevo sonido, se podría considerar que soy una voz de mi generación».
Duki demostró además tener una visión de qué y cómo quería hacerlo, con una lucidez que es inusual para una persona de 20 años. Después de definir que hacer música le interesaba más que participar en competencias, comenzó a grabar y tocar con una impronta autogestiva que le permitió darle forma a su sonido antes de que otros lo hicieran por él (algunos años después se mostró más permeable a la demanda, podemos pensar que su incursión en el reggaetón tuvo que ver bastante con eso, pero esa es otra historia).
Cuando su figura empezó a reconocerse en todos lados –y todos los padres argentinos pudieron identificarlo– se dedicó también a darle luz a la escena. Y si esto importa para entender por qué durante cuatro noches unas 50.000 personas irán a presenciar su show a Vélez es un poco más que una cuestión karmática. Tiene que ver con haber aportado para la construcción de algo más grande: un público común y masivo, sellos afines, productoras y un sinfín de actores y factores que hicieron que el trap argentino suene en todo el mundo.
En diciembre del año pasado, Duki dio su show de mayor convocatoria en el microestadio Movistar Arena. Fue un show con la mitad de personas que asistirán a Vélez, pero esa noche pisó terreno firme con el alcance de su música. En otra de esas paradojas a las que el ciclo de vida del trap arroja a los artistas, el argentino más escuchado de 2021 confesó que todavía se sentía un aprendiz del escenario. Unos meses después, en julio de este año, lanzó una campaña de comunicación que anunciaba «Vuelve el trap», para contar que luego de sus desvíos bailables había un regreso a su sonido primigenio, como lo confirmó con el reciente «Givenchy». Con sus shows en Vélez, dará el giro completo: la vuelta al trap en algo más de 2000 días.