La figura del gaucho rebelde al que se le atribuye el poder de conceder favores y producir milagros es abordada desde la literatura, la crónica, la fotografía, la música, el cine y el teatro. Miradas y preguntas que giran alrededor de la leyenda.
29 de diciembre de 2020
Imágenes paganas. El libro de Sarlo, la película de Del Castillo y la obra de López: tres visiones del mito desde la cultura.A ocho kilómetros de la ciudad de Mercedes, en la provincia de Corrientes, sobre el kilómetro 101 de la ruta nacional 123, el santuario del Gauchito Gil convoca cada 8 de enero a miles de fieles de todo el país. El culto del gaucho al que se le reconoce el poder de conceder favores y producir milagros registra un crecimiento sostenido en los últimos años y sus manifestaciones llegan también a la cultura. La literatura, el arte, la fotografía, el cine, la crónica periodística, la música y el teatro recrean la leyenda desde distintos puntos de vista y reabren preguntas para las que no parece haber respuestas definitivas.
La leyenda tiene numerosas variantes y, con la proliferación de versiones, los hechos parecen inciertos. Lo indiscutible es que un 8 de enero una partida al mando de un coronel indio colgó a Antonio Mamerto Gil de un algarrobo y lo degolló con su propio cuchillo. «Nadie puede decir con seguridad en qué año fue, aunque se presume que ocurrió entre 1870 y 1878», dice Orlando Van Bredam, que reconstruyó la historia en la novela Colgado de los tobillos (reeditada como El retobado) y en la obra de teatro Velas rojas.
«La historia del Gauchito Gil vive en el saber del pueblo correntino y llega hasta hoy por transmisión oral, no por fuentes escritas», dice Fernando Del Castillo, que estrenó este año una película con el nombre del personaje. Antonio Gil no tiene entonces historia oficial, y ese vacío puede ser un obstáculo al momento de la documentación, pero también abre un margen de libertad para la creación artística.
La escena de la muerte, que precede al primer milagro del Gauchito, es un motivo central en la leyenda. Otro es la persecución injusta de la que fue víctima por haberse negado a pelear contra sus «hermanos» en la Guerra de la Triple Alianza o en las luchas políticas de la provincia, según las versiones. «Nuestros gauchos en general han sido gente sumisa, acostumbrada a obedecer al caudillo, al patrón. En cambio, Antonio Gil se escapa», dice Van Bredam.
Del Castillo relaciona a Gil con otros gauchos correntinos que corrieron una suerte parecida, los llamados «gauchos malos» que gozaron de la simpatía popular. «Muchos de ellos fueron también santificados, pero sus cultos se perdieron porque el Gauchito nucleó esas devociones. El factor común entre esos gauchos fue enfrentarse al poder», dice el cineasta.
Al ritmo del chamamé
El sacerdote y cantautor chamamecero Julián Zini (1939-2020) fue uno de los principales difusores del culto. En 1970 escribió un recitado y una canción, «La cruz Gil» y «Antonio Gil», que Nélida Argentina Zenón, entre otros intérpretes, reunió en una composición. En la misma década comenzó a difundirse la imagen del Gauchito de pañuelo y vincha roja y camisa celeste, de autor anónimo, que apareció en incontables reproducciones en láminas, tatuajes, estatuillas y otros objetos de la devoción.
El fotógrafo Matías Sarlo viajó a Mercedes entre 2010 y 2016. No es creyente, y su acercamiento al Gauchito se produjo por un trabajo más amplio sobre el mundo rural. «El color rojo absorbe todo en las imágenes del Gauchito y entonces quise fotografiar en blanco y negro, para intentar otra búsqueda», cuenta.
En el libro Gaucho Gil, Sarlo recorre un día de la celebración desde la primera hora hasta el baile nocturno al ritmo del chamamé y los fuegos de artificio. «Me metí en los pasillos a caminar y a conversar con la gente. De vez en cuando fotografiaba. Me parecía que, al no ser un devoto del Gauchito, necesitaba escuchar mucho para ver qué fotos hacía», dice.
Para Sarlo, «el Gauchito es un héroe rural, más allá de lo religioso, aunque desde hace tiempo está también en las ciudades». Marcos López ya había reelaborado el ícono como parte de su obra Sub-realismo criollo (2008), con la idea de retomarlo como gaucho insurgente y despojarlo del perfil manso y beatífico que le imprime la visión religiosa. El fotógrafo cordobés Agustín Sargiotto, conocido como Dagurke, apuntó por su parte a las imágenes de la festividad y, en particular, a las representaciones de los fieles que adoptan su manera de vestir y su aspecto, como en los concursos de cosplay.
Gauchito Gil, publicado en 2020, es «un libro sobre la fe, el chamamé, las cicatrices y la redistribución de la riqueza», según la definición de Dagurke en Instagram. «No hay intermediarios ni ceremonias entre el Gauchito y los devotos», destaca Sarlo. La libertad de la celebración es una clave del acercamiento. «Depende dónde preguntes aparecen diferentes aristas. No es lo mismo el Gauchito en Corrientes que en la provincia de Buenos Aires, o que en el norte», agrega Fernando del Castillo, que recuerda haber visto «un santuario en Ushuaia, cubierto por la nieve».
En el chamamé de Chaco, Formosa y Corrientes hay un mayor apego al canon de la leyenda y una justificación del gaucho santo y también a la dimensión religiosa, como en «Oración al Gauchito Gil», de Los 4 Amigos. Los Chaque-Ché grabaron un disco como agradecimiento por favores recibidos y, desde la provincia de Buenos Aires, Kapanga le dedica también una canción que celebra el espectáculo de las cintas rojas y las promesas cumplidas en el santuario de Mercedes. «Sean felices, tengan buena vida y que el Gauchito Gil los acompañe», suele decir Martín «el Mono» Fabio, cantante de la banda, como cierre de los shows.
Un símbolo de rebeldía
Orlando Van Bredam reconoce la importancia de la «cuestión milagrera», pero le interesa más «el costado de la rebeldía, su similitud con personajes de la literatura, como Martín Fierro». Desde su punto de vista, el Gauchito marca un punto de cruce entre la gauchesca y el realismo mágico. «No me lo imagino como un gaucho muy hablador. Es más bien el estilo de nuestra gente de campo, que piensa mucho y cuando habla dice cosas importantes. El Gauchito tiene cierta sabiduría y cierta picardía criolla que nos hace ver los abusos y la explotación».
En la investigación para sus libros, Van Bredam se encontró con muchas personas que aseguraban conocer «la verdadera historia». El personaje es, en definitiva, una construcción personal. «Me preguntan qué es la realidad y qué es la ficción en lo que escribí. Pero yo no hablaría de ficción, uno conjetura a partir de una pequeña verdad, una pequeña luz que encuentra en el camino», dice el autor de El retobado. En el género de la crónica, Gabriela Saidon hace su peregrinaje a Mercedes en Santos ruteros. De la Difunta Correa al Gauchito Gil (2011).
Colgado de los tobillos, la primera novela de Van Bredam, fue la base de la película Gracias Gauchito, de Cristian Jure (2018). El cine argentino reciente le rinde un tributo reiterado a la historia. Gauchito Gil, la sangre inocente (Ricardo Becher y Tomás Larrinaga, 2006) presenta a un pibe chorro que es devoto del Gauchito y se enfrenta, como él, a los poderosos. Antonio Gil (Lía Dansker, 2013) recopila registros de peregrinaciones a Mercedes entre 2001 y 2010 con la idea de que retratar a los fieles es la manera de retratar al personaje del culto. Un Gauchito Gil (Joaquín Pedretti, 2019) anuncia desde el título su libre composición del personaje, al que traslada a los Esteros del Iberá y a la búsqueda de un niño. Gauchito Gil (Fernando Del Castillo, 2020) sigue a Antonio Gil desde el fin de la Guerra de la Triple Alianza hasta su ejecución.
«La película es una interpretación libre de lo que me contaron sobre el personaje», dice Del Castillo. «Tomé algunos puntos que tenía como ciertos y sobre esa base construí la historia de Antonio Gil, o de quién me hubiese gustado que fuera. Es una representación de alguien que se plantó ante la injusticia». En esta versión, con Roberto Vallejos en el protagónico, el perfil de la historia se condensaría en un pronunciamiento, «alguien tiene que decir que no», atribuido al personaje.
«La gente se apropió de la figura de Antonio Gil, de lo que representa, y lo resignifica», agrega Del Castillo. El acercamiento del arte no sería entonces muy diferente del que tienen los fieles: el Gauchito tiene la generosidad de permitir que cada uno lo construya como mejor le parezca.