En sintonía con una tendencia global abonada por el distanciamiento social, en los últimos meses se multiplicaron los espacios destinados a ver películas, recitales y obras de teatro desde el coche. Historia y actualidad de un retorno impensado.
10 de diciembre de 2020
En fila. Los vehículos estacionados en plena función en el predio de la Rural: la experiencia de ver una película durante la pandemia. (Nicolas Pousthomis)
Nostalgia», dice uno de los concurrentes, aunque no está tan claro de qué, si no parece tener la edad suficiente para haberlos conocido. Es probable que se trate de una añoranza simbólica, de extrañar otra época, otra experiencia del cine, mucho más física y colectiva que la cosa inasible, un poco indistinta, que hoy va del proyector digital al streaming en casa. Un año atrás apenas, en Había una vez en Hollywood, Tarantino le asignaba a la pantalla montada en medio del desierto un espacio significativo: es en un tráiler ubicado justo detrás del mítico drive-in californiano Van Nuys, donde vive el doble de riesgo interpretado por Brad Pitt. Es decir, la verdad material detrás de la ilusión en un film sobre un momento crepuscular del sueño hollywoodense.
Experiencia real o puro espíritu retro, la imposibilidad de reabrir las salas durante la pandemia y cierto ánimo de resistencia impulsaron una resurrección insospechada del autocine a nivel global. Tras experiencias en diversas provincias, comenzaron a multiplicarse en Buenos Aires: primero fue el «Autocine al Río» de San Isidro; poco después uno en el predio del shopping Soleil; le siguieron entre otros el Mandarine Park Punta Carrasco, el Estadio Obras, el Malvinas Argentinas, el Regatas de Bella Vista, el Italia de Escobar, el del cuartel de bomberos de Hurlingham y el de La República de los Niños de La Plata. Entre ellos, uno se caracteriza por su ubicación céntrica y por ser el único techado: el de La Rural.
Iniciativa de la cadena Atlas Cines, una de las de mayor trayectoria en el país, «surgió en una charla con la gente de la Rural, que al igual que nuestras salas, también tenía el predio cerrado desde el 19 de marzo», cuenta Javier Suez, director tanto de Atlas como de la compañía Film Suez. «Vimos que en algunos países de Europa estaban reabriendo los autocines, hicimos unas evaluaciones técnicas para ver si era posible montar uno en un pabellón cerrado. Tuvimos todo listo en julio, pero hubo que esperar las autorizaciones del Gobierno nacional y del de la Ciudad. Finalmente llegó en septiembre y, desde entonces, tenemos funciones todos los fines de semana y muy buena repercusión del público».
Como puede leerse en las páginas oficiales de cada uno de estos emprendimientos, en ellos se cumple con estrictas normas sanitarias (compra de entradas online, toma de temperatura en el ingreso, tapabocas, alcohol en gel, distancia entre los autos para facilitar los movimientos, menús gastronómicos enviados a través de WhatsApp). El precio de las entradas ronda los 1.000 a 1.200 pesos por vehículo, admitiéndose cuatro o cinco ocupantes, a los que en algunos casos se suman unos 300 pesos de servicio de ticket online.
Auge y caída
Artificial o genuina, esta idea de nostalgia por el autocine seguro que alude a un pedazo importante de la cultura popular estadounidense del siglo XX. Su origen se remonta a 1933, cuando Richard Hollingshead, un magnate de la industria química, montó el Drive-In Theater de Camden, Nueva Jersey, con una entrada a 25 centavos por auto y otro tanto por cada espectador. Un cuarto de siglo después había más de 4.000 autocines en Estados Unidos. Además del encanto de la proyección con un cielo estrellado de fondo, el pico de actividad en los 50 y 60 se sostiene, según los historiadores, en el auge del automóvil como símbolo de estatus. Su decadencia entre fines de los 70 y los 80 se suele adjudicar a múltiples razones, como la competencia del video y la crisis del petróleo, pero también a una presión del mercado inmobiliario: era muy caro sostener esa actividad esencialmente nocturna en grandes terrenos que permanecían ociosos durante el día.
Quedan testigos de que en la Ciudad de Buenos Aires llegó a haber al menos cuatro autocines entre los años 60 y 70: el muy recordado de la Ribera, en la Boca; el legendario Panamericano; el Buenos Aires, en General Paz y Constituyentes (quedan vestigios donde hoy se erige Tecnópolis); y otro montado sobre el techo del supermercado Todo, en Villa del Parque. Como ocurría en el resto del mundo, fueron cerrando a lo largo de los 80. Entre los cinéfilos menores de 50 años, quedan muy pocos que recuerden cabalmente la experiencia.
«Para mí el autocine pertenece a un momento del cine que está muy lejano», dice Sebastián De Caro, cineasta y periodista. «Nació, dice la leyenda, en Estados Unidos porque no había telos. Esto permitía entonces que los jóvenes se fueran de su casa en un auto. Y generó un sistema de películas itinerante, que cambiaban todos los fines de semana. Lo que pasa ahora tiene algo que ver con lo vintage, lo retro», dice. «Recuerdo la sensación placentera de tener tres años y estar ahí, durmiéndome en el asiento trasero de un auto, mientras mis padres, adelante, disfrutaban la proyección. Creo que la última vez que fui a un autocine fue en un ciclo organizado por la Ciudad: daban Los paranoicos, un film precioso de Gabriel Medina. Había llovido un poquito ese día, lo cual le daba más belleza a la función», completa.
«El más famoso de los que había en Buenos Aires era el de la Boca», recuerda por su parte Diego Curubeto, autor de libros como Cine Bizarro y Babilonia Gaucha, especializado en películas de género. «Quizás todavía se vean las subidas y bajadas, la ondulación del asfalto que era necesaria para que los autos apuntaran hacia la pantalla. En mi infancia ahí vi Un disparo en la sombra e Infierno en el Pacífico. No eran estrenos, sino films que ya habían pasado por los cines», dice. «Había uno que quedaba en el techo de un supermercado. Qué sé yo: era ir a pasear y ver una película con el sonido saliendo de unos parlantes de lata, creo que la pasaba bien. Hace unos quince años volví a ir, a uno que se hizo por Costanera Sur, pero, no sé si porque ya era grande, de esa experiencia lo único que me quedó fue el sandwich de bondiola que me comí», cuenta.
Esta penúltima resurrección a la que aluden De Caro y Curubeto fue una iniciativa que tuvo el Gobierno de la Ciudad en 2008, cuando montó una pantalla gigante en Parque Centenario y luego en el Rosedal. «Tuvimos la suerte de jugar al autocine cuando era menos necesario que hoy», explica Juan Manuel Domínguez, actual programador del Bafici. «Fueron experiencias positivas, porque apelaban a esa idea lúdica, de travesura, que nos permitió vivir esa aventura del cine a quienes no habíamos podido hacerlo nunca».
Nueva normalidad
Mientras las distribuidoras aguardan el retorno de condiciones más o menos «normales» para estrenar sus películas convocantes (producciones millonarias como la última de James Bond, postergada globalmente para algún momento de 2021) buena parte de la programación de los «nuevos» autocines se compone de «clásicos modernos» rescatados en copias digitales (Grease, Volver al futuro, ET) o estrenos más o menos recientes (Coco, Pantera Negra, Frozen 2).
Según Javier Suez, las condiciones están dadas para ampliar la oferta. «Hoy cualquier distribuidora puede hacer un preestreno, porque cuenta con las mismas condiciones que tiene en una sala. A fines de octubre se pasó por primera vez Trópico, con la presencia en el autocine de Juanita Viale y la directora Sabrina Farji. La siguiente semana se pudo ver Una guerra brillante, que no se había dado hasta ahora en pantalla grande. El audio llega al público a través de una FM, que cada uno capta desde su vehículo, pero desde lo visual se usa la misma tecnología que en los cines», precisa.
Aunque el panorama es incierto y cambiante, en el autocine de la Rural la programación ya fue confirmada hasta por lo menos febrero. «Decidimos seguir porque hay funciones agotadas los fines de semana, y contamos con el acompañamiento de nuestros sponsors. Creo que incluso cuando reabran las salas tradicionales esto podría seguir funcionando. En la industria estamos esperando que se aprueben los protocolos para la reapertura de las salas», dice Suez. Luego vendrá la transición: cómo superar el miedo de buena parte del público a compartir un espacio cerrado para ver una película, mientras la pandemia siga su curso.