Ariel Williams (Trelew, 1967) es profesor de Lengua en escuelas secundarias y docente en la carrera de Letras de la Universidad Nacional de la Patagonia. Publicó entre otros libros Los fronterantes (poesía, 2008), Notas de una sombra (prosa poética, 2014) y Los niños asesinos (novela, 2017).
29 de octubre de 2020
(Pablo Blasberg)Vilma se levantó muy temprano y fue a la cocina y vio a la nena parada en el patio. Vestía una camisa y un pantalón demasiado grandes para ella y parecía desorientada. Cuando Vilma salió para ver si necesitaba algo, la nena ya no estaba ahí. No pudo verla en la calle ni en los jardines delanteros de las casas de la cuadra. Pensó que todavía estaba un poco dormida y seguramente la había imaginado.
Después se fue enterando, a lo largo del día, de que otras personas la habían visto en el pueblo, cruzando una calle, parada en medio de la plaza. «¿Alguien conoce a esa nena?», preguntó un vecino. Pero ninguno de los que la habían visto la conocía y nadie pudo dar un dato certero sobre quién era. Solamente hubo suposiciones.
A la noche, Vilma decidió cenar algo liviano para irse a dormir a las nueve. Pero se acordó de que no había regado el césped y tuvo miedo de que se le secara, así que salió a conectar el regador. Y entonces encontró a la nena en su jardín. No supo qué hacer, tuvo miedo de que se volviera a ir, así que se quedó quieta. La nena la miraba. Sus ojos se veían grandes, porque estaba muy flaca, y eran oscuros. Vilma solo pudo decir «Hola», pero la nena siguió mirándola en silencio.
–¿Estás perdida?
La nena abrió la boca y pareció que le costaba hablar. Finalmente dijo:
–No.
–¿Y qué estás haciendo sola por acá?
–Estoy buscando a mi hermano.
Vilma se le acercó un poco.
–¿Cómo te llamás?
–Anyi.
–¿Tenés hambre, Anyi?
–Sí.
La hizo pasar a su casa y preparó sándwiches. Anyi los devoró en pocos mordiscos. Vilma vio que la nena, a pesar de su flacura, tenía las manos regordetas. «Debe de tener diez años, más o menos», pensó.
–¿Tenés papás?
–¿Qué son papás?
–Padres.
–No.
–¿Y estás sola, entonces?
–Sí.
–¿Y tu hermano?
–No lo encuentro.
–¿Dónde lo viste por última vez?
Anyi no pudo contestar.
Como la vio muy cansada, Vilma le preparó la cama de su hijo, que ya no vivía con ella, y la ayudó a desvestirse y le acomodó las sábanas. Anyi tenía olor a sudor y a tierra húmeda.
–¿Te gusta la música? –le preguntó.
–Sí.
Encendió la radio en el viejo equipo de su hijo, sonaba una canción de Génesis. Los ojos de Anyi se abrieron, enormes, y saltó y se escondió debajo de la cama. Vilma se agachó con esfuerzo y le dijo:
–No tengas miedo, es música.
La nena salió de su escondite y se acercó cautelosamente al equipo y lo miró durante un rato. Después volvió a acostarse. Vilma le preguntó si quería que apagara la música y Anyi le dijo que no. Se quedó dormida casi al instante.
A la mañana siguiente, Vilma llevó a la nena a la comisaría. La interrogaron, pero no pudieron sacar muchas conclusiones. El comisario le dijo a Vilma que, por el momento, mientras hacían algunas averiguaciones y veían dónde se la podía alojar, si no tenía problemas, era mejor que la nena se quedara con ella. Así que Vilma volvió a su casa con Anyi. La nena le dijo que quería escuchar la música de la noche anterior, y entonces Vilma puso el disco A Trick of the Tail, de Génesis.
Anyi pasó dos días encerrada en la pieza, sentada en un rincón, escuchando una y otra vez ese disco. Cuando Vilma entraba, la encontraba siempre en el rincón, con los ojos cerrados.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó.
–Quiero acordarme de dónde está mi hermano.
El comisario llamó a Vilma y le informó que nadie sabía nada de Anyi, nadie reconocía la foto y tampoco había un pedido de búsqueda referido a ella. Se estaba tramitando su alojamiento en un Hogar del Ministerio. Le pidió que la tuviera en su casa unos días más.
Esa noche, Anyi salió de la pieza y le dijo a Vilma que se había acordado de dónde estaba su hermano.
–¿Dónde?
–No lo puedo decir. Tengo que ir.
Así que Vilma se lo comunicó al comisario y a la mañana siguieron a Anyi a través del pueblo, mientras ella trataba de orientarse. Le costó. «Es en unos árboles grandes al lado de un río, donde hay un puente», le dijo a Vilma. Deliberaron y decidieron que lo más probable era que la nena se refiriera al puente que conducía a las chacras. Se dirigieron hacia allí. Se fue sumando gente. La nena caminaba cada vez más rápido. Al final, cuando llegaron cerca del puente, corrió y bajó a la orilla del río y se metió en la arboleda. Cuando la alcanzaron, vieron que se había parado al lado de un árbol centenario. «Creo que es acá», dijo, y señalaba al suelo con su dedito regordete.
–¿Tu hermano está enterrado? –le preguntó Vilma.
–Sí.
Trajeron palas y los hombres se turnaron para cavar. A medida que avanzaba el pozo, Anyi se ponía más ansiosa. Estaba pálida. Pasaron dos horas. Los hombres transpiraban. «Tiene que estar ahí», decía cada tanto Anyi. Le caían las lágrimas y se secaba los ojos con las palmas de las manos. Vilma le pasó el brazo por sobre los hombros. Anyi la miró a través de las lágrimas. «No lo encuentran», decía, «Tiene que estar, tiene que estar».
El pozo ya era bastante profundo. Los hombres empezaron a flaquear, se tomaban cada vez más descansos.
–¿Y cómo sabemos que no es un metro más allá? –preguntó uno de ellos.
–No, es ahí, es ahí –dijo Anyi, angustiada.
–Sigan intentando –dijo el comisario.
Media hora después, una pala descubrió un objeto ovalado. Enseguida apareció un cráneo humano pequeño y después desenterraron también el costillar y el resto de los huesos del cuerpo de un nene. Todos lloraban, incluso los hombres que trabajaban en el pozo. Se secaban los ojos con los antebrazos porque tenían las manos llenas de barro.
Los huesitos fueron llevados a la comisaría, acompañados por una procesión de más de doscientas personas. Anyi no pudo brindar ningún detalle sobre la muerte de su hermanito. Estaba visiblemente angustiada y no quería irse de la comisaría. Vilma tuvo que llevársela casi a la fuerza. Apenas llegaron a la casa, se metió en la pieza y puso A Trick of the Tail. Pasó así la tarde. Cuando Vilma le llevó un plato de comida y un vaso de agua, dijo:
–Ya sé lo que tengo que hacer. Voy a ir con él.
–¿Y cómo vas a hacer eso?
–Yo sé –contestó Anyi.
Vilma tendría que haberse preocupado, pero estaba muy cansada y se acostó. Se quedó profundamente dormida. Al amanecer abrió los ojos con un sentimiento de alarma. Lo primero que hizo fue ir a ver a Anyi. Pero no estaba en la pieza, ni en ningún lado. Llamó a la comisaría y se inició la búsqueda de inmediato. Llevó horas. Vilma no sabía qué hacer consigo misma; caminó sin sentido por el pueblo. Llegó hasta la plaza y se sentó en uno de los bancos. Una hora después se le acercó una vecina, venía llorando.
–La encontraron –dijo.
El cuerpo de Anyi había aparecido flotando en el canal que atravesaba el pueblo. Vilma envejeció diez años en pocos segundos. Y ya no pudo recuperarse.
Enterraron juntos a Anyi y el nene. Todo el pueblo asistió a la ceremonia. Unos meses después llegaron los análisis forenses y del ADN: el nene estaba muerto desde hacía un siglo; Anyi no era su hermana, ni siquiera eran parientes lejanos.