La rica y profusa historia de la música ciudadana también contiene páginas cargadas de misoginia y machismo. Al calor de las reivindicaciones feministas, en los últimos años gana terreno la mirada de las compositoras, cantantes e instrumentistas.
29 de octubre de 2020
Militancia. Compositora y líder de China Cruel, Verónica Bellini escribió el emblemático tema «Ni una menos» después de asistir a una marcha. (Ginomantovaniph)Uno de los discos más vendidos de la historia del tango incluye un recitado de Julio Sosa, sobre el fondo instrumental de «La cumparsita»: «Y yo me hice en tangos porque…/ ¡porque el tango es macho!/ ¡porque el tango es fuerte!», dice el cantor, mordiendo los versos pertenecientes a Celedonio Flores. El concepto del «tango macho» –hoy caricaturesco– fue una consideración unánime hasta hace no muchos años. Soslaya una lista de mujeres que, en minoría, pusieron con coraje su impronta femenina, en algunos casos mimetizándose con estereotipos del temperamento masculino.
Desde la bandoneonista Paquita Bernardo, que talló en los años 20, hasta la conmovedora vigencia de Susana Rinaldi; desde el irrepetible lote de cancionistas (Mercedes Simone, Ada Falcón, Tita Merello, Libertad Lamarque, Nelly Omar) hasta compositoras como Eladia Blázquez y tantas otras intérpretes más o menos contemporáneas (Virginia Luque, Adriana Varela, Lidia Borda), la presencia es tan minoritaria como innegable. El dato se despliega en sintonía con todas las músicas populares desarrolladas en el siglo XX y refleja una ecuación predominante en la sociedad. Como ocurre con géneros como el bolero, el blues y el rock, donde más nítidamente se vislumbra el sistema de valores y juicios es en las letras
Si extrapolamos las piezas con textos femicidas o apologéticos de la violencia («Amablemente», «Tortazos», «Mi papito», «En la vía»), que por su brutal tratamiento no resisten el paso del tiempo, lo que queda es el sedimento de una música maravillosa con una poética extraordinaria en su contexto. El tango sobresalió del resto de las músicas populares contemporáneas en cada uno de sus elementos constitutivos: el baile, la música y las letras. Los tres elementos exudan sofisticación.
Los más grandes letristas –Alfredo Le Pera, Celedonio Flores, Héctor Pedro Blomberg, Enrique Cadícamo, los Contursi, Homero Manzi, Cátulo Castillo, Enrique Santos Discépolo, Homero Expósito– embellecieron melodías irrepetibles a través de una mirada existencial y muchas veces filosófica, en la que la mujer quedaba atrapada en situaciones binarias, contrastantes. Como sostiene la cantante y docente universitaria Cintia Trigo, se barajaban los conceptos «madre/ barrio/ bondad/ pobreza» en contraposición de «milonguita/ ciudad/ perdición/ lujo». La mujer como santa y sometida en la figura de madre y novia y, por otro lado, como perturbadoramente mefistofélica en la de la alternadora de cabaret.
Todo cambia
Al ritmo de las conquistas de género se reconfiguró a la mujer como musa poética y también, y sobre todo, como creadora. La complejidad de la mirada femenina es, hoy, una realidad. Compositoras, autoras e intérpretes ocuparon con autoridad el escenario de la renovación tanguera ocurrida a partir de los 90 y, por calidad y cantidad, comparten el circuito con hombres y abren el juego a la diversidad sexual. Con el peso –para bien y para mal– de la gloriosa historia del ritmo rioplatense, tratan de responder en la segunda década del siglo XXI una pregunta surcada por las tensiones de las políticas de género: ¿qué tango hay que cantar?
Verónica Bellini es compositora y lidera el grupo China Cruel. Es autora de un tema emblemático de estos tiempos, con un título elocuente: «Ni una menos». «¿Qué pasa con vos? Te veo perdido/ y, quién diría, casi arrepentido/ Te quedaste solo, ¿quién lo iba a pensar?/ Por fin te ganaron el último round», plantea la letra. «La escribí en el colectivo, un día que volvía de una marcha. Fue la primera vez que tuve conciencia de la fuerza que tenemos todas juntas», dice Bellini. Y completa: «No sé qué tango hay que cantar, pero sí que esto recién empieza. A grandes rasgos, el panorama no cambió tanto. ¡Los nuevos compositores son todos tipos!».
Marisa Vázquez es cantante, compositora, abogada y una de las fogoneras del festival Tango hembra, una respuesta directa al «tango macho» de Julio Sosa. Opina que todo está en movimiento y que «eso es bueno». «Yo me siento atravesada por este momento. Me parece buenísimo todo lo que está pasando. Y si bien todo el tango está en problemas en cuando a difusión, nosotras estamos siempre en la parte más delgada. A veces llamo a los programadores de los festivales y los encaro: “¿Por qué no metés mujeres? Mirá que hay muchísimas, eh”. No saben qué decir», cuenta.
Otra pregunta que surge es qué se hace con la historia poética del género. Salvo algunas excepciones, todos los letristas han incursionando en alguna forma de agravio o menosprecio hacia la mujer. Victoria Di Raimondo es una de las más interesantes creadoras de su generación. Nació en la ciudad de Mendoza y, entre 2000 y 2015, integró la agrupación Altertango. «Por supuesto que estoy a favor de las conquistas de género y de la igualdad derechos, pero yo creo que el arte es libertad y que cada una tiene que decir y cantar lo que quiera. Hay muchas sutilezas en el medio: una cosa es “Milonguita” interpretada con la dulzura de Roberto Goyeneche y otra lo es con la violencia de Edmundo Rivero. Por otra parte, no me gusta pensar en un tango de mujeres. Para trazar una analogía, no creo que Mariana Enríquez o Samanta Schweblin se sientan felices si se las mete dentro de la categoría de “literatura de mujeres”. ¡Son escritoras del carajo, y punto!».
«La historia está ahí, es innegable. Tenemos que saber de dónde venimos para proyectarnos al futuro», considera Vázquez. «Una puede cantar lo que quiera, claro que sí. Pero en mi opinión hay que resignificar lo que se dice. Si voy a cantar “Mi papito” tengo que aclarar que es de 1928, de una época en la que se creía que las mujeres se enamoraban de los tipos que les pegaban. Los tangos no nacen de las macetas, son pura expresión de los pensamientos de época».
«Es todo un tema el de la historia del tango», reflexiona Bellini. «Hace poco estaba indagando en las versiones de “Tortazos”, y me di cuenta que la mayoría estaba cantada por mujeres. O que “Mama, yo quiero un novio” lo escribió un hombre. La mujer debió ceñirse a un repertorio que no le era propio. Siempre fue así, y es un detalle que me hace pensar. Ahora está apareciendo un cancionero femenino y yo sí creo que hay una manera femenina de percibir el mundo. Pero por supuesto que hay libertad para todos y todas».
Susana Rinaldi es una luchadora tenaz en todo lo que emprende: desde su mismo vínculo con el tango hasta su rol en defensa de los intérpretes en AADI. Es madrina del festival Tango Hembra y debió imponerse en los años 50 en un ambiente más que machista: misógino. «Me ponían trabas por todos lados», dice. «Hasta el día de hoy los tangueros no me dicen que soy una buena cantante. ¡Sabrás cuánto me importa eso! Uno de los que más hizo en contra del machismo, tal vez sin saberlo, fue Pichuco Troilo. Los poetas con los que trabajó solían ser extraordinarios. Ahora corren otros tiempos, es muy interesante lo que está pasando».
La historia se está escribiendo en este mismo instante. Pasional, imparable, transversal. Hay muchos nuevos tangos con temáticas que se pueden ubicar bajo el paraguas de «la mirada de la mujer» que esperan saltar el cerco del under. El «tango macho» quedó como uno de los últimos estertores de una cultura global que lleva siglos de brujas en la hoguera; el «tango hembra» intenta ser el espejo de un presente en permanente cambio, un testimonio de alguna manera político. Mientras todo entra en debate –el binarismo de género, por caso– el tango trata de recuperar lo que alguna vez tuvo: la pasión popular. El trabajo es arduo, y no reconoce condición sexual.