En un país con una rica tradición en la materia, últimamente se destaca la intensa y arriesgada labor de sellos independientes que publican a autores rusos, alemanes, japoneses, portugueses o estadounidenses desconocidos por los lectores locales.
7 de octubre de 2020
Ricardo Piglia decía que, a su modo, la traducción va mostrando el estado en el que se encuentra la lengua en un punto determinado del devenir de la historia. Y, de ese modo, se vuelve una dimensión vital para descubrir el tratamiento que un territorio hace del idioma en el devenir cotidiano. Su importancia, entonces, es capital para comprender la realidad y la puesta en acción de la palabra. Pero, además, la traducción construye puentes de sentido con el modo en el que los habitantes de otras latitudes se conectan con su universo inmediato. Y eso siempre resulta un aprendizaje: en lo poético, en lo narrativo y en lo ensayístico.
La relación entre Argentina y la materia en cuestión siempre fue ardiente: en este país, por ejemplo, se hizo la primera traducción al castellano del Ulises, de James Joyce, firmada por Salas Subirat. Y es sabido que Roberto Arlt se formó leyendo malas versiones de las novelas rusas de Fiódor Dovstoieski. Es decir que, a su modo, las traducciones marcaron un rumbo en el campo cultural. Hoy en día, se trata de un territorio tan amplio como diverso en el que pisan fuerte las editoriales independientes.
«Durante mucho tiempo, por razones económicas, vivimos leyendo las traducciones realizadas en España. Y lo seguimos haciendo. En la mayoría de los casos están pensadas para el público local, pero por cuestiones de mercado, de compras de derechos y expansionismo territorial, llegan a Latinoamérica», explica Juan Crasci, del sello Años Luz, especializado en literatura rusa. «Sin embargo, desde hace años las pequeñas y medianas editoriales argentinas vienen trabajando muy bien en este campo. Y ellos son los que abren el juego y visibilizan autores que se escapan un poco del radar de los grandes grupos editoriales».
Respiración textual
El escritor Federico Falco dirige una colección de relatos del sello Chai, que se centra en la producción de narradores norteamericanos. «El cuento como género no siempre es uno de los preferidos de los editores, ya sea para publicar en su idioma original o en una traducción. Por eso fuimos leyendo mucho, tratando de armar un cierto perfil para la colección, con cuentistas más clásicos, primeros libros, autores más consagrados pero desconocidos en español, textos más experimentales».
Falco se ocupó de pasar a nuestro idioma Taj Mahal, de Deborah Eisenberg, una de las revelaciones del año. «Soy fanático de Eisenberg y siempre me pareció incomprensible que su obra fuera poco conocida en español. La traducción es un gran desafío, porque son cuentos que me gustan mucho y eso implica una responsabilidad extra a la hora de hacer el trabajo: en esa especie de traición inexorable que es traducir, encontrar formas que mantengan la sonoridad, la respiración, el humor y el ritmo del texto, como para que los lectores puedan disfrutarlo tanto como en el original», dice.
La editorial de poesía Zindo & Gafuri tiene un gran catálogo de traducciones, donde conviven desde Anne Sexton hasta Ben Lerner. Cuenta el editor y poeta Patricio Grinberg: «Siempre tuve la impresión de que solo consigo entender un texto cuando está traducido, de que recién ahí puedo abandonarme a la lectura y habitarlo. Y eso es lo que intento: llevar un texto a un espacio propio que todavía pueda conservar, al menos en parte, el tono, la resonancia que el original tiene».
Desde hace un tiempo, Años Luz viene impulsando una colección de obras rusas con excelentes traducciones propias. Juan Crasci cuenta que el punto de partida fue «la amistad que mantenemos con Laura Estrin, que nos ofreció material traducido por Irina Bogdaschevski y Fulvio Franchi, a principios de 2013. Tanto Laura como Fulvio son profesores de la carrera de Letras en la UBA. De los integrantes de la editorial, particularmente a mí me atraía la literatura rusa y leía bastantes obras. Hasta hoy llevamos publicados siete títulos: dos de Tsvietáieva, dos de Dovlátov, Lérmontov, Ehrenburg y Jlébnikov. Nuestra idea es ampliarla a otros idiomas, estamos trabajando en obras escritas en francés y neerlandés».
El plan que manejan en la editorial Años Luz es contundente. «Tenemos como prioridad seleccionar libros que no hayan sido traducidos previamente al español, o que lo hayan sido parcialmente. La selección la hacemos con Laura y Fulvio, con la intención de escaparle un poco a lo que se conoce como “canon”. Nos interesa dar a conocer a autores que no fueron leídos en el país o que fueron opacados por otras figuras de su época», completa Crasci.
Tesoros universales
Por su parte, el poeta y librero Cristian De Nápoli descubrió que la traducción (en su caso, desde el portugués) «es como el compost: no hay basura más noble. Por supuesto que lo mejor es leer los libros en su lengua. Para los que traducimos asiduamente y con un esquema de fechas de entrega, las tristezas y limitaciones en parte se relajan, duelen menos: hizo lo mejor que pudo en ese plazo. Si lo hizo mal, no le darán más trabajo. Pero incluso si esto último ocurriese, no es tan grave: la desgracia de no saber hacerlo “profesionalmente” es más llevadera que el dolor de no encontrar las palabras justas. La plenitud de esos días justifica la existencia del traductor».
El sello También el caracol se dedica a obras escritas en japonés, que son elegidas por el escritor Miguel Sardegna. «Hay autores fundamentales que nos debemos en castellano, auténticos tesoros. De a poco empezamos a saldar esa deuda publicando a Riichi Yokomitsu, a Sakunosuke Oda. Y a fines del año pasado publicamos a Yoshiki Hayama y Shimaki Kensaku. Queremos que sea una colección con muchos títulos, consagrada por completo a la literatura japonesa. No existe eso por acá, somos los primeros en hacerlo», afirma Sardegna.
Para Masako Kano, traductora de También el caracol, el pasaje al castellano «juega un papel importante en las dinámicas de circulación y creación cultural. Como extranjera viviendo en Argentina desde hace mucho tiempo, me interesaba involucrarme en ella. El desafío más grande que encontré fue transformar los originales, que están escritos en el estilo y el vocabulario propios de 1930 a 1950, en textos que los lectores argentinos no sientan extraños, en los que no se encuentren desorientados. Porque en la buena literatura la esencia del tema es humano, es universal».
«Uno de los principales problemas de las traducciones de literatura japonesa, en Argentina y en castellano en general, es que muchas veces no se hacen desde el original», apunta Kano. «Por eso es común encontrar errores o malas decisiones que también pueden rastrearse en traducciones anteriores al inglés, al francés o a algún otro idioma. Es importante volver siempre a los textos originales y, a partir de ese punto, discutir el modo en que se los quiere presentar al lector local. Por eso me encanta trabajar la traducción literaria en equipo. Yo aprendí mucho de esa manera».
Traductor del alemán, el portugués y el inglés, el escritor Ariel Magnus explica que encuentra placer en «acercar dos idiomas bastante lejanos, sobre todo en la representación de los lectores, para quienes el alemán es poco menos que chino, cosa que no pasa ni con el inglés ni con el portugués. Me gusta tratar de enriquecer el castellano con cosas que son del alemán pero que nuestro idioma se banca, claro que tratando de no forzarlo demasiado. Las frases largas, con muchas comas, serían un ejemplo. En general, lo placentero radica en la conciencia de estar ofreciéndoles a los lectores el acceso a libros de otras latitudes, o sea una ampliación de sus propios horizontes».