Impulsadas por editoriales pequeñas y medianas, en el panorama literario actual se destacan varias escritoras procedentes de México, Brasil, Colombia, Ecuador, Chile y Bolivia. Diversidad estética, desapego por las fórmulas y crítica al patriarcado.
23 de septiembre de 2020
Referentes. Los lectores argentinos descubrieron a Ana Paula Maia (Brasil), Giovanna Rivero (Bolivia) y Carolina Sanín (Colombia). (1º foto: Rodolfo Buhrer)
Autoras. La mexicana Valeria Luiselli y la ecuatoriana Daniela Alcívar Bellolio. (@Diego Berruecos – Mary F King Egas)
Si en un pasado no muy lejano hablar de literatura de mujeres, o feminista, provocaba una rápida desconsideración, en el presente sucede lo contrario: la literatura «escrita, producida por mujeres», como propone Nora Domínguez, una de las editoras de la Historia feminista de la literatura argentina, ocupa un lugar central en las preferencias de las y los lectores. La creciente publicación de narradoras de distintos países de América Latina por parte de pequeñas y medianas editoriales aparece como parte de ese suceso, y también como un signo revitalizador en medio del panorama crítico que afronta el sector.
El espectro es amplio: las mexicanas Valeria Luiselli y Verónica Gerber Bicecci; las bolivianas Liliana Colanzi y Giovanna Rivero; la colombiana Carolina Sanín; las chilenas Nona Fernández y Lina Meruane; las brasileñas Ana Paula Maia y Luisa Geisler; y la ecuatoriana Daniela Alcívar Bellolio, publicadas por distintos sellos argentinos, proponen un conjunto de estéticas que resultan diversas a primera vista, pero que reconocen puntos de cruce alrededor del modo de hacer literatura y de problemas como la situación de las mujeres y la violencia.
Un rasgo común consiste en desentenderse de clasificaciones convencionales. Carolina Sanín define como «composiciones» los textos de Somos luces abismales (Blatt & Ríos), donde asocia relatos autobiográficos, ensayos y ficciones. «Trato de no pensar dentro de un género literario y de no tener presentes las convenciones de género, de escribir atendiendo a la exigencia de los objetos que se imponen a mi atención, y de examinar cómo estos viven en la imaginación. Ni siquiera es que transite entre los géneros, sino que, cuando escribo, no los reconozco», explica la autora.
La dimensión desconocida (Eterna Cadencia), el libro por el que Nona Fernández obtuvo el premio Sor Juana Inés de la Cruz, fue en su origen un ensayo sobre la memoria y se concretó como un texto inclasificable, en suspenso entre la historia chilena reciente y la saga familiar. En el rubro novela, Valeria Luiselli es ya una referencia destacada. «Empezó a publicar en una época en que la narrativa contemporánea de la región estaba un poco empantanada en la fragmentación, la desconfianza hacia los grandes relatos y la cada vez más abundante literatura del yo», dice Maximiliano Papandrea, editor de Sigilo, donde se publicó Desierto sonoro.
Luiselli había sido poco leída en Argentina antes de Desierto sonoro, aunque su obra ha sido traducida a 20 idiomas. La novela impone «una elocuencia y una ambición que escaseaban», agrega Papandrea, en torno a una historia que asocia el relato íntimo de una familia ensamblada, el espacio fronterizo entre México y Estados Unidos y el contexto histórico de las migraciones. Desde otro punto de vista, los cuentos de Giovanna Rivero en Tierra fresca de su tumba (Marciana) transcurren entre el interior de Bolivia, Canadá y Estados Unidos, a la vez que focalizan en escenas de desarraigo y de choque cultural. «Me interesa indagar en la idea de la especie humana en tanto gran conciencia y cuerpo múltiple, compuesta por pulsiones que las culturas no consiguen domesticar. Quizás por eso, intuitivamente, fui construyendo historias que suceden en espacios remotos», dice Rivero.
El exilio intensifica la reflexión sobre la propia identidad, a veces con definiciones inesperadas. En una conversación personal, el escritor colombiano Luis Miguel Rivas Granada le dijo a Rivero que ser colombiano era una enfermedad mental. «Y me quedé pensando que eso se aplicaba a toda conciencia compulsiva de nacionalidad, a ese afecto que en su desmesura puede llegar a ser tan nocivo o peligroso como cualquier desborde pasional», recuerda la escritora, nacida en Montero, Bolivia, y residente en Estados Unidos. De hecho la frase aparece en un cuento de Tierra fresca de su tumba: «Mis personajes cargan consigo la imaginación de una patria para hacer tolerables sus travesías. Creen que la magia telúrica todavía los sigue protegiendo en la intemperie del mundo. Parte de su drama consiste justamente en descubrir que no existe tal cosa».
Los términos en cuestión
Para Nora Domínguez, la terminología crea mayores problemas que los que pretende resolver. «En un momento se habló de literatura de mujeres porque la literatura femenina estaba muy vinculada con un producto tradicional del mercado, las novelas rosas. Ahora sigue siendo polémico por otras razones: hay que ampliar el término mujer y considerar a diferentes grupos de la diversidad sexual», dice la ensayista y crítica literaria.
Editora de Eterna Cadencia, Leonora Djament prefiere no hablar de una «literatura de mujeres», en el sentido de pensar en textos cuyos temas se pretenden femeninos o que se definen por estar escritos por mujeres. «Tampoco creo que la literatura escrita por mujeres necesariamente sea feminista o subvierta categorías fosilizadas de género o de identidad solo por el hecho de que están escritas por personas que se autoperciben como mujeres. A la vez, durante muchísimos años a las mujeres, entre otros colectivos, les fue más difícil publicar un libro», señala.
«Mi apellido verdadero, que sería el de una mujer, no existe», escribe Carolina Sanín en un relato de Somos luces abismales, donde hace una indagación en torno al significado de su nombre y apellido. «Me refiero a que en la cultura patrilineal se lleva el nombre del padre, y a la contradicción que esto implica, pues la paternidad es siempre presumible, en tanto que la filiación material y constatable es con la madre», explica la autora colombiana. El episodio condensa una clave más allá de lo personal: «El patriarcado está construido sobre la ficción de la paternidad, y la misoginia se arraiga en la ambivalente dependencia con respecto a la palabra femenina, en la que hay que confiar para saber o decir que se sabe de quién se es hijo y de quién se es padre».
Daniela Alcivar Bellolio relata en Siberia (Beatriz Viterbo) el duelo de una mujer por la muerte de un hijo a poco de nacer. La ficción de la ecuatoriana indaga en las representaciones comunes en torno a los lazos familiares, la instigación de la culpa y la misma concepción de la vida, que plantea no como continuidad de padres a hijos sino como ruptura con el legado de los antepasados. En Tierra fresca de su tumba, las mujeres están en primer plano como víctimas de la violencia y de la condena social. Rivero, sin embargo, reivindica la escritura como «espacio de radical libertad» que no se atiene a las agendas de actualidad, incluso las del feminismo. «Las circunstancias vitales de mis personajes, como la vida misma, presentan conflictos en los que opera una injusticia estructural. Mis heroínas son mujeres que se enfrentan como pueden a la cultura, para recuperar lo que les han arrebatado», afirma la narradora boliviana.
La injusticia estructural es uno de los ejes en la trilogía de novelas de Ana Paula Maia publicada por Eterna Cadencia. De ganados y de hombres (2013), Así en la tierra como debajo de la tierra (2017) y Entierre a sus muertos (2019) componen una serie de crudo realismo y extrema violencia protagonizada por Edgar Wilson, obrero de un matadero y después recolector de animales muertos en una ruta del interior brasileño. Un orden social en apariencia primitivo y remoto, regulado por la fuerza y los crímenes, proyecta en la ficción una mirada potente sobre cuestiones ideológicas y situaciones actuales.
La apuesta por las escritoras es más consistente en las pequeñas y medianas editoriales que en los grupos multinacionales. Djament señala dos motivos básicos. «Por un lado, simplemente porque la literatura escrita por mujeres pareciera estar de moda; por otro, porque felizmente la perspectiva de género llegó también a las editoriales, nos atraviesa e interpela en nuestro quehacer cotidiano, enriqueciéndolo y complejizándolo. Y eso produce mayor visibilidad sobre ciertos textos», apunta. Domínguez agrega un tercer factor: «Aparecen más voces, más relatos, más ficciones, así como desde hace un tiempo aparecen más mujeres en las calles».