Festivales, revistas, sitios de internet, premios y libros dedicados a la no ficción dan cuenta del crecimiento que experimenta a escala regional el género fundado por figuras como Rodolfo Walsh y Gabriel García Márquez. Opinan los referentes locales.
13 de noviembre de 2019
Considero al periodismo como un género literario al mismo nivel que la telenovela, la poesía, el cuento y el teatro. Y es importante porque es un género literario con los pies puestos sobre la tierra. La literatura permite evadirse, pero un cable lo retiene a uno en el suelo», escribió Gabriel García Márquez alguna vez. O lo hizo en 1995 para ser más rigurosos, siguiendo la prescripción que nos haría todo manual de periodismo, al igual que la necesidad de síntesis, el uso del pretérito o la apelación a la tercera persona.
Sin embargo, desde hace algunos años la cosa parece no estar tan clara. Lo que se conoce como periodismo narrativo viene metiendo la cola y sembrando una bienvenida confusión. Festivales, revistas y sitios de crónica, premios y libros hablan de un fenómeno que no se puede desconocer. Sin ir más lejos, en 2015 se le otorgó por primera vez el Premio Nobel de Literatura a una escritora de no ficción, Svetlana Aleksievich. Ahora bien, ¿se puede decir que es una moda? Y, en todo caso, ¿eso qué significa? ¿Se trata de un fenómeno propio de estas latitudes? ¿Cómo pensarlo en épocas de fake news y redes sociales?
Nueva era
En los años 60 comenzaron a publicarse relatos apegados a los hechos, pero contados con los recursos de una novela. Fue así como bajo el pulso de Rodolfo Walsh con Operación Masacre (1957) y del estadounidense Truman Capote con A Sangre Fría (1965), nació esta corriente que algunos llaman periodismo literario y otros conocen como Nuevo Periodismo.
El propio García Márquez también asoma como indiscutido referente en la materia. Justo una década antes de que Capote y su historia sobre un brutal asesinato en Kansas marcaran un hito, Márquez publicaba en forma seriada la que sería una de sus grandes obras de no ficción, Relato de un náufrago, en las páginas del diario El Espectador, de Bogotá. Claro, la pregunta vuelve a plantearse: ¿qué pasa hoy que este tipo de textos tienen una respuesta masiva?
«Creo que hubo una estandarización y una clasificación del periodismo narrativo. Es decir, ganó entidad. Antes también existía, con Roberto Arlt por ejemplo, pero no estaba etiquetado de esa manera. Se trataba de piezas dispersas», opina Javier Sinay. Ganador en 2015 del Premio Gabriel García Márquez por su crónica Rápido. Furioso. Muerto, publicada en la Rolling Stone, el periodista lanzó este año Camino al este (Tusquets), un libro que se puede leer como una suerte de diario de viaje: la travesía personal que encara para buscar a su novia en Japón termina transformándose en una delicada excusa para contar 21 historias, una por cada ciudad que visitó en su trayecto. «En algún punto, el periodismo narrativo se acerca al de investigación. Pero en este último tiempo se ganó músculo literario, y surgieron más y mejores libros. También esto se explica porque muchas veces los medios no pueden financiar estas piezas, y es el curso que finalmente encuentran», completa Sinay.
Y los ejemplos parecen darle la razón. Planeta publicó Perdimos, una serie de textos que recorren el problema de la corrupción en Latinoamérica y en la cual, bajo la mirada de Martín Caparrós y Diego Fonseca, la crónica se une al reportaje investigativo enriqueciendo la radiografía. Julián Gorodischer, por su parte, compiló también una lista de artículos editados por Marea con los que, bajo el título Los atrevidos. Crónicas íntimas de la Argentina, buscó ir un poco más allá: no sólo la realidad está contada en primera persona, sino que son textos donde sus autores exponen algo biográfico o alguna dimensión de sus vidas privadas. «Lo mejor del relato íntimo en las últimas dos décadas», anuncia la introducción.
«Vivimos una crisis de atención, en la que todo pasa demasiado rápido al olvido. El desafío entonces consiste en transformar esa lluvia cotidiana de datos y estímulos en conocimiento memorable», comenta Leonardo Faccio, cronista, editor de la reconocida revista Etiqueta Negra y autor de Messi. El chico que siempre llegaba tarde. «Ya para ciertas cosas la pirámide invertida nos queda corta. Pensemos lo que pasa con las redes sociales: hoy los medios están buscando productores de historias en Instagram», coincide en este sentido India Molina, directora de la carrera de Periodismo de Éter.
Subjetividad al palo
Junto con la Escuela de Periodismo Portátil dirigida por el chileno Juan Pablo Meneses, Éter organizó un diplomado online en Periodismo Narrativo Latinoamericano. Y no es la única institución en realizar este tipo de apuesta. Anfibia lanzó también la primera Maestría en Periodismo Narrativo. El portal, en realidad, es uno de los ejemplos más cabales de todo este fenómeno. Creado en 2012 por la Universidad Nacional de San Martín, dentro de su programa Lectura Mundi, ha logrado convertirse en uno de los espacios referenciales de la crónica en nuestro país y también en la región.
«Creo que subjetividad hay siempre, incluso en la tapa de Clarín o de La Nación. Lo que hace el periodismo narrativo es volverla explícita. Martín Caparrós dice que la subjetividad en una industria que quiere aparentar objetivad es una posición política», concluye Sinay. Pero, en ese caso, ¿qué diferencia a la crónica de la noticia? Para Faccio, en todo caso, resulta más preciso hablar de una mirada singular. «A diferencia del periodismo diario que nos informa con un tono impersonal y supuestamente objetivo, la crónica nos involucra, abre un debate y nos obliga a preguntarnos qué tiene que ver la historia que estamos leyendo, por más remota que sea, con nosotros mismos. El cronista nos hace cómplices a través de su mirada y cuando su punto de vista es singular resulta revelador, nos emociona y nos ayuda a comprender. Pero la subjetividad en sí misma no despierta interés si carece de originalidad».
«Tal vez porque somos países más complejos, con vidas más convulsionadas o sociedades multicolores, el género sigue despertando un especial interés en la región», resume Molina. En este sentido, en su opinión, la crónica en América Latina goza de buena salud: «Mientras los norteamericanos van tras el fact-checking y en Europa los medios están más interesados en ver cómo captar más audiencias a través de contenidos diferenciados, por ejemplo, con productos transmedia, acá se plantea una búsqueda por el contar. Y en eso el periodismo narrativo tiene todos los números comprados».