Los límites entre realidad y ficción se diluyen a partir de una serie de textos que, luego de hundir sus raíces en la autobiografía, construyen un pacto de lectura con reglas propias. El análisis de los especialistas y los autores locales más destacados.
12 de julio de 2019
Vidas narradas. El libro de López Peiró que contribuyó a la denuncia de Thelma Fardin, junto con los de Sivak, Piñeiro, Gainza y Moreno.
En los últimos años ha aparecido una apreciable cantidad de textos que borran los límites de la literatura, a partir de diversos procedimientos de hibridación. La textualidad confesional fagocita y reinventa las formas: la narrativa, la crónica, el ensayo se configuran entonces como espacios desde donde es posible ahondar en la experiencia autobiográfica.
Dentro de las denominadas literaturas o escrituras del yo, se destacan en la narrativa argentina reciente la audaz prosa de María Moreno en Black out; El nervio óptico, de María Gainza; Mi libro enterrado, El invierno con mi generación y Un reino demasiado breve, de Mauro Libertella; y La música que llevamos adentro, de Julia Moret. Sobresale la mirada sobre el padre, presente en los disímiles Un comunista en calzoncillos, de Claudia Piñeiro; Acá todavía, de Romina Paula; y El salto de papá, de Martín Sivak.
Por qué volvías cada verano es uno de los exponentes más actuales. Más allá de su innegable valor literario, el libro de Belén López Peiró ha sido foco de interés a partir de la revelación de la actriz Thelma Fardin, quien sostuvo que su lectura contribuyó con la decisión de denunciar por violación al actor Juan Darthés. En este texto, López Peiró hace legible su testimonio, vinculado con la denuncia que presentó contra aquel tío que debía cuidarla, pero que abusó de ella durante buena parte de su niñez y de su adolescencia.
«Me parece que mi libro camina sobre una delgada línea entre la ficción y el periodismo, también merodea incluso en la “literatura del yo” y se anima a ir más allá: por su polifonía, su lenguaje, su interpelación, sus documentos y su denuncia, es un hecho político», sostiene la narradora.
Testimonio vivo
Ligada inexorablemente con la propia percepción de los acontecimientos, con frecuencia esta clase de narrativa hace del derrotero personal un programa de lectura de los hechos históricos. Así ocurre en Un año sin amor, novela de Pablo Pérez que fue publicada en 1998. En este relato, el autor aborda el año de un hombre que se enfrenta a la posibilidad de morir de sida. Más allá de la cuestión estrictamente personal (también aparece la búsqueda de amor en espacios consagrados al bondage), la novela testimonia la aparición de los tratamientos que hicieron posible mejorar la calidad de vida de los seropositivos.
Para Pérez, la presencia de los antirretrovirales opera como una vuelta de tuerca. «Ese giro tiene un valor histórico y antropológico, sirve para pensar a una persona viviendo en un momento determinado que resultó ser clave», afirma. Con el correr de los años, han aparecido nuevos lectores. Frente a esta situación, el autor reflexiona: «Hay gente que hoy lee la novela y piensa que mi vida es igual. Quedó como una cosa estática, pero no tiene que ver con la realidad: uno queda como fosilizado en esa literatura del yo».
Las escrituras del yo no solo han conseguido instalarse como un marco de referencia para los lectores, sino también para el universo académico. Así lo considera Walter Romero, doctor en Letras (UBA), quien sostiene que «hace más de 20 años que son motivo de estudio». Y agrega: «La universidad se ha hecho cargo de poner en un plano mayor esos fenómenos de escritura, es decir, periodizarlos, y, en un gesto muy propio de la academia, buscar antecedentes en la tradición».
Romero considera a las literaturas del yo como «experiencias de la duda». «El yo parece ser una construcción que precisa de la ficción para proclamarse; los estatutos o pactos con el lector se desandan y la literatura festeja», concluye.