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Después del aluvión de biografías sobre las grandes bandas y estrellas del género en el país, una serie de trabajos recientes ponen el foco en los detalles de la grabación de discos históricos y el montaje de recitales que se volvieron legendarios.


Biblioteca musical. Los testimonios de Gauvry, Breuer y la investigación de Fernández Bitar.

En la última década, la industria editorial hizo uso y abuso de ese formidable relato que es el rock argentino. Haciendo eje en biografías de bandas y solistas, fue un suceso amesetado que rastrilló desde grandes fenómenos populares como Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota y Soda Stereo hasta grupos como Arbolito. El abordaje no se detuvo ahí y se proyectó hacia sitios laterales, como el de la historia de templos como Obras y Cemento, o la compilación de anécdotas. Recientemente se sumó una nueva perspectiva: el backstage del rock, el de su sonido y su estructura organizativa. Salieron libros sabrosos de especialistas como Mario Breuer (Rec & Roll. Una vida grabando el rock nacional, por Aguilar) y Gustavo Gauvry (Del Cielito, el sello del rock, reeditado por el INAMU), que cuentan las peripecias y las trastiendas de discos históricos, y crónicas de viajes de artistas como Fernando Samalea o incluso Fito Páez.
Ahora se agrega, en la misma dirección, el trabajo de uno de los más rigurosos periodistas especializados: se trata de La vida secreta del rock argentino, de Marcelo Fernández Bitar (Sudamericana). La médula son una serie de entrevistas a iluminadores, productores, sonidistas, empresarios y hasta a dos músicos tan disímiles como Richard Coleman y Miguel Mateos. Fernández Bitar indaga el reverso de un género que en la Argentina comenzó como un orgulloso gueto y se transformó en un espectacular negocio a partir de la década del 80. «Siempre me pareció un tema interesante para investigar ese proceso: el crecimiento vertiginoso y exponencial de los recitales. Lo que ocurrió, digamos, entre los primeros Obras de Serú Girán y Spinetta Jade y los descomunales River de Sting, Amnesty y Tina Turner».
Adentrarse en las páginas de La vida secreta del rock argentino es leer a Daniel Grinbank reconociendo errores flagrantes, como la organización del caótico concierto de The Cure en el estadio de Ferro; o a Alberto Ohanian contando detalles del regreso de Almendra en 1979. También hablan Mundy Epifanio –que debió lidiar con el Riff más cadenero y con el punk– y Juan José Quaranta –que deshilacha el memorable show de Charly García en Ferro de 1982–, entre otros. Coleman narra los problemas de tocar en pubs al amanecer de los 80 y Mateos qué significó telonear a una banda en su apogeo como Queen. Son historias que hasta hoy estaban guardadas o perdidas. «Me pareció que en esos costados podía haber algo interesante. Partí sabiendo que era una buena hipótesis de trabajo», cuenta el periodista, que también es autor del enciclopédico 50 años de rock en Argentina.

Bastiones equipados
Gauvry sacó el libro sobre su estudio Del Cielito con la colaboración de Candelaria Kristof. «Por Del Cielito pasaron todos: los Redonditos, Charly, Spinetta, Pappo. Primero fue mi casa, después estudio», dice Gauvry. Hay mucha minucia. Por ejemplo, cuando asoma el famoso mal carácter del Indio Solari, que le dice a Kristof: «Ya bastante carga hay alrededor del Indio Solari como para que uno lo esté adornando con anécdotas mejoradas». Ese tipo de viñetas atraviesan el libro del estudio que se convirtió en un bastión del rock argentino en los 80 y los 90. El de Breuer es más expansivo, y tiene un prólogo de Andrés Calamaro que pone en foco al prestigioso ingeniero de sonido: «Aún hoy los discos de Enanitos Verdes y Don Cornelio suenan estupendamente, actuales y poderosos, con muchos detalles y ese gran sonido que Mario Breuer ofrece porque ama la música y graba con corazón y cabeza».
Corazón y cabeza es la clave, y también una fina sensibilidad para conciliar con grandes egos que, muchas veces, no saben bien qué quieren en un estudio. «Todos aprendimos en el camino», dice Gauvry. Un camino escarpado y, si se quiere, alfombrado de una narrativa muchas veces legendaria. Después de las rutilantes historias, la industria editorial se propone hurgar debajo de esa alfombra. Una veta saludable, que contempla al mismo tiempo equívocos, estrategias y gestos candorosos. El lado invisible de nuestro rock.

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