26 de septiembre de 2018
Las dificultades en la construcción de la pareja constituyen una variante dentro de un tema mayor que prolifera en la cartelera porteña: el amor. La pareja se vuelve metáfora de algo más amplio: la sociedad, el país, la «grieta», los vínculos humanos contemporáneos. El teatro, en función filosófica de recuperación del asombro, parece sostener que en un mundo cada vez más deshumanizado y brutal solo el amor puede ser la base del pacto social. La reunificación de las dos Coreas, del francés Joël Pommerat (Teatro San Martín, dirección de Helena Tritek), pieza estrenada en las grandes capitales teatrales del mundo, propone 18 historias breves (a manera de cuentos) sobre la diversidad de las relaciones amorosas. El hijo eterno, del brasileño Cristovao Tezza, unipersonal magníficamente interpretado por Michel Noher bajo la dirección de Nacho Ciatti (Teatro Nün), imagina cómo debe replantearse la relación frente al mundo ante el nacimiento de un hijo con síndrome de Down, desde el punto de vista masculino. En La respiración, de Alfredo Sanzol (Timbre 4, dirección de Lautaro Perotti), una mujer (Julieta Vallina) explica cómo intenta salir de la depresión en que la ha dejado una separación no deseada, con la maravillosa ayuda de su madre (María Fiorentino) y sus amigos. «La ficción es el mejor entrenamiento para la realidad», le aconsejan. No es amor, es deseo, de Sandra Franzen y Patricia Suárez (Teatro Tadrón), reúne tres episodios (en Santa Fe, París y Buenos Aires) sobre parejas no convencionales, desde una perspectiva feminista. Y no siempre el resultado es negativo: en Enamorarse es hablar corto y enredado, de Leandro Airaldo (Camarín de las Musas), el encuentro en una plaza hace que la utopía se vuelva realidad. Porque el amor, como dijo Dante Alighieri, mueve el sol y las demás estrellas.