8 de agosto de 2018
Exponentes. Gabriela Lorusso, referente de Mercedes; el elenco de La llamada escénica (Mina Clavero) y los dirigidos por Lena Guerrero (Nono). (fotos de gentileza)
Con frecuencia se puede advertir que los discursos que se refieren al teatro argentino carecen de una perspectiva federal. Esta premisa encuentra su correspondencia en las políticas culturales: sirva como ejemplo el caso del último FIBA (Festival Internacional de Buenos Aires), que tuvo prácticamente nula participación de obras producidas fuera del ámbito metropolitano. Este aspecto produjo numerosas críticas, por lo que se prevé que será corregido en futuras ediciones.
Es una realidad que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires cuenta con mayores recursos para fomentar la actividad teatral. Tiene, por otra parte, un público potencialmente mayor que otros conglomerados urbanos, una tradición en la materia que la distingue en todo el mundo y artistas de gran calidad. No obstante, el buen teatro argentino posee distintas tonadas y también se disfruta en otras zonas geográficas.
Marcelo Allasino, actual director ejecutivo del Instituto Nacional del Teatro (INT), reconoce que existen «registros de espacios o salas teatrales ubicados en zonas rurales». Sin embargo, sostiene que es posible identificar espacios alejados de los grandes centros. Prefiere no hablar de su gestión, porque las políticas implementadas por el INT son analizadas y aprobadas por el Consejo de Dirección. En cuanto a los logros obtenidos desde que asumió su cargo, hacia finales de 2015, menciona el Plan Nacional de Infraestructura, «que concretó el apoyo a múltiples salas ubicadas en centros urbanos de diferente magnitud. El INT destinó fondos a la compra, construcción, refacciones y equipamiento de salas ubicadas, por ejemplo, en pequeñas localidades como Tilcara (Jujuy), Puerto Tirol (Chaco) o El Calafate (Santa Cruz)».
Nacido y criado
Existen muchos teatristas que se formaron en el ámbito porteño y luego decidieron volver a sus pagos. Es el caso de Gabriela Lorusso, oriunda de la localidad bonaerense de Mercedes, quien, tras haberse formado y trabajado durante años en la Ciudad de Buenos Aires, volvió a su ciudad natal y abrió el espacio SABA. Sobre los mayores desafíos, señala: «Hacer teatro en Mercedes es una tarea completamente solitaria. No se comparte, no se apoya, no se acompaña. Sucede con los mismos colegas, básicamente. No hay apoyo económico desde la municipalidad y, cuando contratan artistas locales, lo hacen tratando de pagar lo menos posible. Lo mismo pasa al abonar una entrada: por los elencos de Capital la gente puede pagar mucho, pero si son locales todo les resulta caro».
Más allá de las dificultades, hay miles de teatristas que aspiran a construir su público, tal vez más acotado, pero no por eso menos genuino. Así lo entiende Tomás Mellica, «nacido y criado» en Mina Clavero, Córdoba, donde coordina la sala independiente La llamada escénica. «Tenemos la modalidad de trabajo “a la gorra”. Se trata de una forma de economía que no deja afuera a nadie», sostiene. «Estamos en un proceso que llamamos de “educación al público”, que nos pone en contacto con la comunidad de Traslasierra. Se trata de generar y cultivar espectadores. Eso nos lleva gran parte de nuestro esfuerzo: que la gente vea en la sala una posibilidad de salida y encuentro. Sobre todo a la gente de los pueblos, a la que le cuesta encontrarse con lo novedoso».
En Nono, a ocho kilómetros de Mina Clavero, la actriz y docente Lena Guerrero se plantea el mismo desafío. «Tanto en las ciudades como en los pueblos no hay una actitud de salir a ver teatro», afirma. La situación mejora en vacaciones de verano. «Nono es un pueblo turístico. En enero y febrero se ve un montón de movimiento, pero después del verano todo se acaba. Hay que ver cómo se puede sostener la actividad artística durante el resto del año», propone Guerrero.
En la platea. Las obras El camión y El Otro, ambas de Ushuaia, junto con los integrantes del teatro Enkosala, de Godoy Cruz, Mendoza. (fotos de gentileza)
Aún en los territorios menos poblados del país hay interés por el desarrollo de las artes escénicas. A la ya apuntada problemática del público, muchas veces se agrega la dificultad de tener una sala propia, no solo para montar las obras, sino también para poder ensayar. Así lo cree Mariano Monsalve, un guía turístico de Ushuaia que también se desempeña como actor. El espacio que integra, El teatro del Hain, recibe apoyo del INT. Pero como apunta Monsalve, «hay otros grupos de teatro que no cuentan con espacio propio y deben ensayar en espacios municipales o provinciales, con la burocracia que eso conlleva. Y deben actuar en bares o restaurantes, a modo de café concert».
También en Ushuaia vive Mauricio Flores Maidana, teatrero de sólida formación que tiene un título de Psicólogo Social. Durante diez años fue representante provincial del INT en Tierra del Fuego. Flores Maidana valora la existencia de dos eventos organizados por la mencionada institución: la Fiesta Provincial y el Circuito Nacional de Festivales de Teatro. No obstante, también considera que no poseer sala atenta contra la construcción de espectáculos más sólidos.
Deuda y desarrollo
En cuanto al desarrollo de los artistas, Flores Maidana expresa su preocupación. «Aquí no hay escuelas de formación y los que hacen teatro en general son autodidactas. En los últimos cinco años comenzaron a retornar a la provincia algunos jóvenes que habían migrado a Buenos Aires, Mendoza, Córdoba o Rosario a estudiar artes escénicas. La mayoría de los directores de los grupos tradicionales no tenemos formación sistemática en la materia, aunque lo hemos hecho de manera informal». Y agrega: «El apoyo del Estado, tanto provincial como municipal, es escaso, sin ningún tipo de planificación para el desarrollo del campo teatral».
En otros puntos del país se ha podido sostener la actividad de forma más orgánica. En Mendoza, por ejemplo, es posible rastrear grupos no solo con un sistema de producción más sólido, sino también con una rica tradición poética. Uno de los espacios emblemáticos está en Godoy Cruz y es el teatro Enkosala Gladys Ravalle, una verdadera usina creativa. Su fundadora, la propia Ravalle, valora que muchos de los artistas formados en su espacio integren luego los espectáculos que programa. Tal es el caso de Cristian Bustos, para quien la construcción de nuevos públicos implica un desafío. «Nos cuesta mucho que el vecino de la zona vaya al teatro. Nuestro público más asiduo es el teatrero y el que asiste a nuestros talleres anuales y seminarios», afirma.
En cuanto a los aportes económicos, Ravalle señala la disparidad que existe en comparación con la Ciudad de Buenos Aires. «Nosotros recibimos solo dinero proveniente de la Nación y no contamos con una entidad como Proteatro. Eventualmente recibimos dinero del Estado provincial, por lo general magro, y todo depende mucho de la voluntad de los funcionarios».
Singular es el caso de Sonnia De Monte, teatrista mendocina que vive en el pueblo de Bowen. Por decisión propia, sus grupos no han accedido a los aportes del INT. Así explica su postura: «El problema está en el término “colaborar”. El Estado no debe colaborar, debe estar y sustentar. Pero eso ocurre cuando es sensible a la importancia y el poder de transformación social de lo cultural. Actualmente, con la primacía de conceptos como “emprendimientos”, todo es comercializable, incluso la educación. No creo en este sistema y sus concepciones sobre educación y cultura».