La obra de José Hernández es una piedra fundamental no solo de la literatura, sino también de la identidad argentina. Los escritores Oscar Fariña y Gabriela Cabezón Cámara construyen sus propias ficciones a partir de las piezas originales.
8 de febrero de 2018
(Télam)
En el excelente Facundo o Martín Fierro. Los libros que inventaron la Argentina, el escritor y crítico Carlos Gamerro retoma una idea polémica y atractiva esbozada por Jorge Luis Borges. El máximo referente literario argentino planteó que el destino del país siempre estuvo signado por el Martín Fierro, de José Hernández, lo que consideraba una verdadera condena; si ese lugar privilegiado e influyente, en cambio, hubiera estado ocupado por el Facundo, de Sarmiento, nuestra suerte histórica habría sido mejor. ¿Será así? Lo cierto es que el Martín Fierro, como pieza constitutiva e inaugural, excede el marco literario: se trata, a esta altura del almanaque, de un estandarte presente en el ADN de los lectores locales. Es decir, es imposible dejarlo atrás. Una y otra vez, fue retomado desde diversas perspectivas. Además de Borges, Martín Kohan y Pablo Katchadkian, por mencionar unos pocos, también dieron su visión del texto. Ahora a esa lista se suman dos voces que le dieron una nueva vida a Fierro y a las peripecias que alguna vez llevó adelante: hablamos de los escritores Oscar Fariña y Gabriela Cabezón Cámara.
«Acá me pongo a cantar/ al compás de la villera/ que el guacho que lo desvela/ una pena estrordinaria/ cual camuca solitaria/ con la kumbia se consuela». Así empieza El guacho Martín Fierro, de Fariña. De entrada impone la fuerza de su procedimiento: darle un contexto y lenguaje actual, además periférico, a una historia que se movía en los márgenes de la legalidad, de la deserción, del desafío al poder.
Sujeto histórico
«El Martín Fierro en la secundaria es menos literatura que educación cívica. Tiene esa función de formación de valores», cuenta Fariña. «En la facultad lo retomé y tuve una lectura más interesada del texto. Entendí la historia, los claroscuros. Me interesó eso kafkiano del individuo acosado por el Estado, esa lucha fuera de escala. Se impuso el sujeto histórico a partir del cual yo pude hacer mi traducción de un modo bastante claro: convertir al gaucho en pibe chorro. Y eso se me dio bastante directo, el texto casi se escribió solo».
Las aventuras de la China Iron, de Cabezón Cámara, hace un movimiento acorde con estos tiempos: le da voz a la China, la mujer de Fierro, que siempre había permanecido invisible. Con una prosa floreciente y excitante, la ficción sigue a la China en tres momentos de su nueva vida: el desierto, el fortín y tierra adentro. ¿Qué hay en ese viaje? Es un descubrimiento para ella y, también, para los lectores, de un mundo que había estado ausente en el Martín Fierro.
«De chica estaba más interesada por otros textos de la gauchesca», recuerda Cabezón Cámara. «Pero ya de grande leí el libro de Fariña y volví a interesarme por el Martín Fierro. Eso se sumó a que fui escritora residente en la Universidad de Berkeley, donde también di unos talleres de métrica en verso y releí toda la gauchesca. Y ahí surgió la idea de construir un punto de vista que no existía: el de la mujer. Lo pensé mucho al texto. Fueron tres años de trabajo en la novela». El componente femenino encarna en La China con una perspectiva política: visibiliza todo un universo barroco, que contiene una reestructuración ideológica sobre cómo volver a leer a Fierro en la actualidad.
¿Qué nos dicen estos libros? En principio, siempre resulta significativo repensar y reescribir –como aconsejaba Ricardo Piglia– la historia y aquello que le dio sentido en un contexto determinado. El guacho Martín Fierro y Las aventuras de la China Iron se retroalimentan y abren el juego para construir nuevas realidades sobre un terreno conocido. Y también sirven para resignificar un género destacable como la gauchesca, que es una de las huellas más persistentes de la literatura argentina.