En el país donde manda el tango, un ritmo nacido en el sur de Estados Unidos resurge 80 años más tarde y convoca a un número creciente de bailarines en distintos puntos del mapa. Un estilo que invita a la improvisación y que desconoce los roles de género.
29 de noviembre de 2017
Profesionales y amateurs. La movida conquista Buenos Aires, Córdoba, Bariloche y Tucumán. (Gentileza prensa A Swing Out Studio)Tiene abrazo y tiene contacto, pero en lugar de nostalgia rioplatense lleva un pulso dominante que heredó de la música africana. Durante los años 30 le puso ritmo a Estados Unidos para sobrevivir a la Gran Crisis y, siete décadas más tarde, renació en Europa Central y en Asia (Corea del Sur tiene el circuito más importante del mundo) y desembarcó con timidez en América Latina. Hoy la escena porteña es la más próspera de toda la región: comenzó a principios de los años 2000 y copó a profesionales y amateurs del baile en Buenos Aires, donde hay clases públicas, privadas, en centros culturales y al aire libre. El swing se baila hoy en tantas pistas que hasta conquistó La Viruta, tanguera por excelencia. También en el resto del país, desde hace unos pocos años, se lo rescata de la época dorada del jazz: en Córdoba, Bariloche, Tucumán, Río Gallegos y el interior de Buenos Aires, el ritmo conquista pies de hombres y mujeres de todas las edades.
Rafael Mendaro se define como uno de los oldies en el swing local. Junto con unos pocos que ya bailaban y enseñaban tango y rock and roll, se empachó de VHS con tutoriales para aprender los secretos de ese estilo que resurgía. Hoy enseña los tres ritmos en La Viruta. «Hay gente que viene y se queda a una clase de cada uno», cuenta Mendaro. «Por ser baile en pareja y de contacto, encuentra muchos puntos en común con el tango», agrega. Este cruce, explica el bailarín, no es exactamente nuevo, dado que «ya nuestros abuelos tocaban jazz con los instrumentos del tango, que es lo que se conoce como foxtrot». Otras dos cuestiones prueban cómo se afianza el diálogo entre tangueros y swingeros. En el último Misterio Tango Festival, se incluyeron clases de rock and roll y swing. Y, a partir de abril de este año, en Buenos Aires se celebran las fiestas Twango, que cruzan los dos géneros en partes iguales.
Gesta federal
En el sur, desde 2015, el swing despierta un interés creciente. Ahí, ya había grupos que bailaban rock and roll, así que el paso hacia el swing –su primo hermano– estuvo más aceitado. «La mayoría se acerca porque lo vio en redes sociales», dice Melina Mazzoleni, bailarina e instructora de baile de Bariloche. «El patagónico es un público particular, acá tienen mejor recepción las actividades deportivas o al aire libre. Sin embargo, tenemos mucha expectativa de hacer crecer este baile en el corto plazo».
La gesta en Córdoba también empezó hace poco más de dos años, con el festival Córdoba Lindy Exchange. «Comenzó como algo esporádico y la respuesta fue espectacular», cuenta Darío Flores, organizador del evento. A partir de ahí, las clases comenzaron a tener cada vez más frecuencia y alumnos. Una vez al mes, realizan una fiesta con bandas de jazz en vivo. Y, en este momento, buscan consolidar el grupo antes de crecer en número: para recibir más alumnos necesitan contar con más profesores y, en ese aspecto, todavía dependen de la actividad de los instructores porteños.
¿Cuál es el motivo del boom? Maxi Prado, director de Swing Out Studio BA, ensaya una explicación: «Por un lado hay una vuelta a lo vintage. Pero también es un baile que, más allá de los pasos clásicos que se aprenden, te invita a la improvisación y te da una libertad que te saca de lo racional y te libera». Además de sus clases en Capital, Prado activó el circuito en Bahía Blanca, en La Plata y en Mar del Plata, donde cada año organiza junto con Juan Martín Arana el festival Swing MDQ.
«El evento tiene una energía única y algo muy lindo, propio del swing, que es que convoca a gente de todas las edades», remarca Prado. Hay otro punto en el que este baile se distingue de otros, agrega: tiene un rol de leader (líder) y otro de follower (el que sigue), que puede ser adoptado de forma indistinta por un hombre o una mujer. «El swing saca al hombre de su lugar dominante, patriarcal, y la mujer elige dónde quiere estar. Es un juego consensuado por los dos y creo que está abriendo muchas cabezas».