Desde su entrada en escena en los 60, se erigió como una de las principales voces del Río de la Plata. Las letras del cantautor uruguayo estaban atravesadas por el compromiso político y el reclamo de justicia social, como la emblemática «A desalambrar».
8 de noviembre de 2017
Dos orillas. Viglietti construyó un vínculo estrecho con el público argentino. (Télam)
En julio de 1973, justo cuando se producía la renuncia del presidente Héctor J. Cámpora, Daniel Viglietti ofrecía un recital en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. Había llegado a la Argentina cuando se instauró la dictadura cívico-militar en su país. Pero pronto hubo de poner más distancia de su tierra natal y se exilió en Francia.
Pasaron once años antes de que pudiera volver. Había estado preso en Uruguay, en 1972, por su decidida postura política en favor de las luchas populares por la liberación nacional y social, que testimoniaba en sus canciones, cimentadas en una sólida formación musical. Había estudiado con los maestros Atilio Rapat y Abel Calevaro. Y fue en 1963 cuando dio a conocer Canciones folclóricas y seis impresiones para canto y guitarra, la primera entrega de una sucesión discográfica que incluye Canciones para el hombre nuevo, Canciones para mi América, Canto libre y Canciones chuecas.
Figuran allí famosas composiciones como «Gurisito», «Sólo digo compañeros» y, sobre todo, «El chueco Maciel», una especie de himno para quienes escuchaban en un clima de fuerte agitación política, que testimoniaba a la par la situación del «cantegril» (la villa miseria uruguaya) y la historia de un «uruguayo de Tacuarembó de paso dolido» para culminar, como muchas de sus letras, con un llamado a lograr una vida más justa para todos.
Al igual que otros cantautores de esos años, con los que compartió presentaciones en diversos países, también musicalizó poemas, en especial, de César Vallejo, Nicolás Guillén, Federico García Lorca y, entre sus compatriotas, Líber Falco y Circe Maia. Interpretó también composiciones de Chico Buarque («Construcción») o Violeta Parra («Mazúrquica modérnica», «Me gustan los estudiantes»).
En su repertorio no faltaron temas como «Dinh-Hung juglar», acerca de un niño vietnamita asesinado. Y homenajes a los luchadores populares, los muchos y anónimos que «por la tierra van cantando», como dice en «La canción de Pablo»; así como a figuras revolucionarias: el Che Guevara, Roque Dalton, Augusto César Sandino, Camilo Torres y Soledad Barret. Entre sus famosas piezas que anhelaban un mundo cuya riqueza fuera compartida, baste nombrar la emblemática: «A desalambrar».
Exilio y después
Trabajo de hormiga, de 1984, marca su retorno al Río de la Plata. Viglietti volvía con el persistente deseo que expresara en «Milonga de andar lejos», de «hacer el mapa de todos». En una de sus presentaciones en Buenos Aires, contó con la presencia de Alfredo Zitarrosa.
En el tiempo de exilio, llevó a cabo con Mario Benedetti numerosas presentaciones públicas, editadas con el título A dos voces. Y a eso se suman las versiones audiovisuales de dichos recitales, uno de ellos con la participación de Juan Gelman.
Enalteció la gesta de las Madres de Plaza de Mayo y abogó por la defensa de los derechos humanos en su país y en otros del subcontinente, adonde llevó sus cantos y declaraciones. Hasta pocos días, antes de esa intervención quirúrgica que no pudo superar, continuaba sus labores. En la uruguaya ciudad de Piriápolis, hizo su última presentación.
Fue también locutor, periodista y docente. Fundó y dirigió el Núcleo de Educación Musical y trabajó en la preservación de la memoria sonora de América Latina. En el programa radial Tímpano, iniciado en 1994, sus comentarios, entrevistas y canciones se oyeron en el «paisito», Argentina, Venezuela y Francia. Y diez años más tarde, aparecía su siempre austera imagen en la emisión televisiva Párpado.
La repentina noticia de su muerte, el 30 de octubre y en la misma ciudad donde nació en 1939, fue difundida por los más variados medios de comunicación. En las redes sociales, se repetían los mensajes de tristeza y los montevideanos lo despedían coreando esas canciones que, pese a la difícil situación actual, como las hormiguitas, siempre recomienzan.